Por qué la Iglesia recuerda hoy a San Agustín de Hipona: su historia y oración

Fue un influyente teólogo y obispo cristiano del siglo IV y V. Luchó contra las herejías de su tiempo.

San Agustín de Hipona, también conocido como Agustín de Tagaste, fue un influyente teólogo, filósofo y obispo cristiano del siglo IV y V. Nació el 13 de noviembre de 354 en Tagaste, en la provincia romana de Numidia, en lo que hoy es Argelia, y murió el 28 de agosto de 430 en Hipona, en la misma región.

Agustín es conocido por sus numerosas obras teológicas y filosóficas, que abordan una amplia gama de temas, incluyendo la naturaleza del pecado, la gracia divina, la Trinidad y la teoría del conocimiento. Sus escritos, como ‘Confesiones’ y ‘La Ciudad de Dios’, siguen siendo influyentes en la teología cristiana hasta el día de hoy.

Antes de su conversión al cristianismo, Agustín llevó una vida disoluta y fue seguidor del maniqueísmo. Sin embargo, después de una profunda crisis espiritual, se convirtió al cristianismo y se convirtió en uno de sus más destacados defensores.

Agustín fue ordenado sacerdote en el año 391 y más tarde se convirtió en obispo de Hipona. Durante su episcopado, luchó contra las herejías de su tiempo y defendió la doctrina ortodoxa de la Iglesia.

Fue canonizado por la Iglesia Católica y es venerado como santo. Su fiesta se celebra el 28 de agosto en el calendario litúrgico católico.

Oración a San Agustín, escrita por San Juan Pablo II


¡Oh gran Agustín,
nuestro padre y maestro!,
conocedor de los luminosos caminos de Dios,
y también de las tortuosas sendas de los hombres,
admiramos las maravillas que la gracia divina
obró en ti, convirtiéndote en testigo apasionado
de la verdad y del bien,
al servicio de los hermanos.
Al inicio de un nuevo milenio,
marcado por la cruz de Cristo,
enséñanos a leer la historia
a la luz de la Providencia divina,
que guía los acontecimientos
hacia el encuentro definitivo con el Padre.
Oriéntanos hacia metas de paz,
alimentando en nuestro corazón
tu mismo anhelo por aquellos valores
sobre los que es posible construir,
con la fuerza que viene de Dios,
la «ciudad» a medida del hombre.
La profunda doctrina
que con estudio amoroso y paciente
sacaste de los manantiales
siempre vivos de la Escritura
ilumine a los que hoy sufren la tentación
de espejismos alienantes.
Obtén para ellos la valentía
de emprender el camino
hacia el «hombre interior»,
en el que los espera
el único que puede dar paz
a nuestro corazón inquieto.
Muchos de nuestros contemporáneos
parecen haber perdido
la esperanza de poder encontrar,
entre las numerosas ideologías opuestas,
la verdad, de la que, a pesar de todo,
sienten una profunda nostalgia
en lo más íntimo de su ser.
Enséñales a no dejar nunca de buscarla
con la certeza de que, al final,
su esfuerzo obtendrá como premio
el encuentro, que los saciará,
con la Verdad suprema,
fuente de toda verdad creada.
Por último, ¡oh san Agustín!,
transmítenos también a nosotros una chispa
de aquel ardiente amor a la Iglesia,
la Católica madre de los santos,
que sostuvo y animó
los trabajos de tu largo ministerio.
Haz que, caminando juntos
bajo la guía de los pastores legítimos,
lleguemos a la gloria de la patria celestial
donde, con todos los bienaventurados,
podremos unirnos al cántico nuevo
del aleluya sin fin. Amén.


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