Quiénes están recuperando el cultivo del maíz criollo en la Patagonia norte
Por Victoria Rodríguez Rey.
Para los pueblos antiguos de América, el maíz fue y continúa siendo fuente de vida: es el dios sol, es alimento de las personas, de los animales, es bebida, es elemento de construcción, es protagonista de ceremonias de curación, de agradecimiento. Cada parte de la planta está vinculada con los períodos vitales, el maíz es riqueza material y espiritual. Quienes vinieron en busca de oro no advirtieron que la verdadera riqueza se encontraba en las semillas.
Hace miles de años, el viejo mundo se dividía en arroz al este, trigo al oeste, mijo y centeno en los extremos y en esta parte nueva del globo, con apenas una hilera de semillas mal adheridas, se desarrollaba el maíz. El frijol, la papa, el tomate, el ají, el cacao, el aguacate, el cacahuate, la calabaza, el maíz fueron los aportes de América al mundo que cambiaron para siempre la cartografía alimentaria planetaria.
De las cuatro plantas más conocidas y consumidas en el mundo, dos de ellas son aporte del continente americano: la papa y el maíz. Éste último y desde la antigüedad se planta, cosecha, selecciona, desgrana, hierve, seca, tuesta, tritura, presiona, consume y guarda.
Desde que el alimento pasó a ser mercancía y la semilla un recurso privado y de capital también ahí todo cambió. A pesar de su actual fórmula transgénica de laboratorio destinada a ser jarabe de alta fructuosa, el maíz criollo en la Patagonia norte germina su recuperación manteniendo viva su identidad y su sabor.
Desde la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional del Comahue y el INTA se vine trabajando en la selección, adaptación y divulgación de semillas varietales, lográndose 4 predios semilleros: Contralmirante Cordero, Picún Leufú, Luis Beltrán y Viedma.
Los talleres experimentales que proponen están integrados por todos los eslabones del circuito productivo: familias campesinas, quienes cuidan, multiplican y producen el maíz, instituciones que acompañan dichas producción, cocineros/as que realizan diversos tratamientos de la materia prima y por quienes eligen ese tipo de alimentos sabiendo la importancia cultural y el poder en cada decisión.
Son encuentros de intercambio de experiencias técnicas y del saber popular, donde se debate la situación actual y la producción de semillas criollas en la zona.
Uno de los materiales seleccionados y trabajados en la mesa de junio fue el maíz colorado Don Amilcar. Variedad conocida como Flint, se sembraba mayoritariamente hasta los últimos años de la década de 1980 en las zonas maiceras de la pampa húmeda, siendo uno de los maíces que Argentina exportaba a Europa, en esos años.
Paulatinamente se fue reemplazando por semillas híbridas provenientes de semilleros de EE.UU., de más altos rendimientos de grano por hectárea, pero de menor valor proteico, desplazando hacia áreas marginales a las variedades del tipo colorado Flint, menos rendidores, económicamente hablando, pero de alto valor proteico.
Si bien la propuesta supermercadista tiende a exponer durante todo el ciclo productivo la misma paleta de colores en sus góndolas, sector verdulería, de maíz existen más de 60 variedades, lo mismo sucede con la papa, tomate, ají, poroto.
A medida que simplificamos la dieta, que dejamos de elegir diversidad de alimentos, se va disminuyendo la biodiversidad del planeta. Según la FAO, en los últimos cien años el setenta y cinco por ciento de las plantas comestibles que se cultivaban, se perdió. Esto no sólo significa el avance del mercado en nuestras alacenas, sino la pérdida de la cultura alimentaria: técnicas de producción, semillas criollas, organización familiar y social, recetas, intercambios alrededor del fuego transformador promotor de una urgente soberanía alimentaria.
Más información
Horacio Verdile (Facultad de Ciencias Agrarias, UNCo)
horacio.verdile@ faca.uncoma.edu.ar
Miguel Sheridan (INTA)
sheridan.miguel@inta.gob.ar
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