Qué sería de los albañiles si no tuvieran un “asadito de obra”…

... no serían albañiles, muy simple. Si bien la predilección de los trabajadores por la carne choca contra la realidad, esta comida de mediodía hace a su identidad. “El alimento no es solo cuestión de nutrición” escribe Victoria Rodríguez Rey al hacer una genial crónica de este mundo masculino.

Victoria Rodríguez Rey

Por Victoria Rodríguez Rey

Hasta hace unos pocos años en Fernández Oro, provincia de Río Negro, se vivía al ritmo de los ciclos productivos. Las chacras abundaban. Manzanos, perales, membrillos, durazneros, pelones, vides seguían el circuito productivo y de valor agregado que se traducía en bodegas, sidreras, empacadoras y otras industrias alimentarias. La rueda que mueve al mundo, para girar y girar hizo de esta puerta de entrada a la Patagonia un lugar dinámico y de constante transformación. Si bien hay mucha meseta de un lado y del otro del río para desarrollar planes habitacionales, el mercado inmobiliario avanzó sobre tierras productivas.

Humberto “Corcho” Ferrada es obrero de la construcción. Nacido y criado la localidad de Fernández Oro ha sido parte de tan dinámico y acelerado proceso de transformación. Son muy frescas las postales que tiene en su registro emocional sobre las acequias, caminar por la calle, el fiado, las alamedas, los sonidos y aromas de cada estación y los sabores frescos de la quinta familiar. Mientras avanzaba su adolescencia trabajaba y estudiaba tras turno. No se trató de un oficio heredado sino una búsqueda por necesidad y autonomía.

Sus antecedentes y carta de presentación son orgullosamente sus obras en Fernández Oro. Cuenta que los elementos que no pueden faltarle en su bolsillo son la plomada, el nivel y el metro. Trabaja de sol a sol, cambiando los horarios de la jornada según la estación. Hace poco se transformó la jornada laboral de horario partido a jornada completa. Así es que ahora en la obra se almuerza. Es frecuente caminar el pueblo al mediodía y sentir el perfume de carne asada. Sobre chapas cuando la tierra esa húmeda, con una pilita de ladrillos y parrillitas de hierro atadas con alambre, con maderitas de pallets o frutales secos, surgen los fuegos del mediodía.

Corcho tiene más de treinta años de almuerzos sentado sobre un banco improvisado. Logra identificar dos fuegos distintos, para dos momentos distintos. Una fogata más grande y generosa cuando se hace la base y la losa. El evento es pagado por el patrón.

En caso de no pagar, un ramerío en el techo de la obra denuncia el olvido del dueño de semejante detalle. Carne de calidad y pan son ingredientes suficientes. Dado que es un día particular, de mucho esfuerzo y trabajo, la jornada se termina con el asado y está permitido tomar algún vino o cerveza.

No se puede seguir trabajando porque “se te corta el cuerpo”, dice Corcho. Esta práctica folclórica de los ritmos de la construcción nace de tiempos donde se podía pagar el asado para los vecinos que colaboraban los fines de semana en levantar las paredes del futuro hogar.

Un poco más atrás, los incas realizaban este tipo mismo trabajo comunitario bajo el nombre de Minca. Las familias participaban de las construcciones de espacios comunes y compartían las herramientas y el alimento.

El otro fuego, es como un ritual de todos los días. Si bien en el último tiempo las viandas preparadas en la casa cobraron protagonismo por el aumento en el precio de la carne, siempre está el obrero que comienza a juntar palitos y alimentar la fogata para organizar un almuerzo colectivo.

Los cortes son económicos, explica Ferrada: chorizos, costeletas, bifecito, aguja, tiritas de carne finitas y pan.

La predilección de los trabajadores por la carne choca contra la realidad. Datos arqueológicos registran que el consumo de carne hacia el 1700 por persona por año era de 270 kilos, hoy apenas se alcanza los 50.

Ya sea por practicidad, por el valor simbólico que vincula al hombre con la carne, por la creencia de que la carne suministra mayor aporte energético que otros alimentos o por la herencia de una cultura carnívora, generalmente el menú de obra no se negocia, es carne.

En este escenario masculino de carretillas, palas y baldes es fácil entender que el alimento no es solo una cuestión de nutrición, sino que constituye un sistema de comunicación, socialización y reafirmación identitaria.


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