¿Qué leo? «V13», el estremecedor libro de Emmanuel Carrère

Con la paciencia y la humildad de un cronista, el escritor cubrió el macro juicio por el ataque terrorista más grave en la historia de Francia. El resultado es un libro imprescindible en el que se conjugan lo mejor, lo peor de la condición humana y la posibilidad de hacer justicia.

Hay algo enormemente estremecedor en el nuevo libro de Emmanuel Carrère, “V13”, la crónica judicial de los diez meses que duró el macrojuicio a los responsables de los atentados del viernes 13 de noviembre de 2015 en París y Saint-Denis, en el que fueron asesinadas 131 personas. Y no es sólo el tema, que es lo suficientemente potente como para despertar hasta el último milímetro de humanidad, compasión, espanto y perplejidad. Lo que impacta tanto como el tema es la reconstrucción que hace el escritor francés de esos meses en los que se sumergió con la paciencia y la humildad del buen cronista, a escuchar sin prejuicios, atándose a hechos que, como él bien dice, son de una “intensidad aterradora” y a intentar entender qué es la justicia en casos como este.


“Una emoción expulsa a otra, un concentrado de humanidad a otro, una cara a otra: la inmensa psicoterapia de estas cinco semanas que se acaban ha tenido la belleza de un relato colectivo y la crueldad de un casting”, describe Carrère en las primeras páginas del libro, cuando narra el horror de los sobrevivientes, o de los familiares de los muertos en esa masacre que fue Bataclan, donde los cadáveres se amontonan unos sobre los otros y los supervivientes se agazapan entre sangre caliente y carne.


El juicio que cubrió Carrère es el que se realizó desde el 2 de septiembre de 2021 al 7 de julio de 2022. Lo que fue escribiendo durante ese largo y atormentado tiempo, salió en entregas semanales en la revista francesa L´Obs, pero también en el diario español, El País. Con una resistencia de maratonista y una gruesa libreta roja, Carrère asistió casi todos los días (se enfermó de Covid una semana) al juicio. El resultado, además de los artículos que publicó , es este libro que acaba de editar Anagrama.


“El juicio que se inicia hoy no será, como se dice a veces, el Núremberg del terrorismo; en Núremberg juzgaron a altos dignatarios nazis, aquí se juzgará a segundones, ya que los que mataron han muerto. Pero también será un gran acontecimiento, algo inédito que quiero presenciar; primer motivo. Otro es que, sin ser un especialista en el islam, y menos aún un arabista, me interesan las religiones, sus mutaciones patológicas, y este interrogante: ¿dónde empieza la patología? Cuando se trata de Dios, ¿dónde empieza la locura?” se pregunta Carrère


Ahí reside lo mejor de este libro imprescindible sobre ese gran juicio, en el que Francia se propuso juzgar los hechos dentro del estricto respeto de la norma jurídica: en la mirada y las preguntas que se hace Carrère.

Porque el escritor va mucho más allá de la crónica del horror sufrido por las víctimas; se permite el mismo compromiso al narrar la condición, las circunstancias y la psicología de los terroristas. Y lo hace con todos: con aquellos con los que resulta sencillo empatizar porque son criminales de poca monta que se vieron involucrados en algo que ni siquiera entendían y también con los que, plenamente conscientes de lo que hacían, organizaron aquel viernes infernal. Como cuando se ocupa del único sobreviviente, Salah Abdeslam, el hombre que forma parte del comando del Estado Islámico que organizó y perpetró la masacre, pero que a último momento no mató ni se detonó. ¿Fue porque el cinturón estaba defectuoso, como dice la policía, o por humanidad, como dijo el propio Salah a su turno? Jamás se sabrá. ¿Fue condenado por lo que no hizo pero pensaba hacer?


“Es preciso confesarlo: a la gente aficionada a los juicios, cronistas judiciales de profesión u ocasionales como yo, más que las víctimas les fascinan los culpables. Compadecemos a las víctimas, pero tratamos de comprender la personalidad de los culpables. Son sus vidas las que escudriñamos para detectar el punto de desgarrón, el punto misterioso en el que se desviaron hacia la mentira o el crimen”, avisa Carrère.


En el libro, dividido en tres partes -Las víctimas, Los acusados, El tribunal- el autor va de la sala Bataclan o los bulevares parisinos al juzgado, y de ahí a los campos del Estado Islámico en Siria o a los barrios de mayoría musulmana de Bruselas, donde se gestó buena parte de lo que ocurrió esa noche demencial en París.


Sin necesidad de juzgar o de señalar, el libro conmueve porque refleja lo peor y lo mejor de la condición humana. Pero también porque refleja todos los intersticios en los que se cuela la culpa y el remordimiento con el que viven aquellos que se salvaron; las secuelas físicas y psicológicas que apagaron a muchos; las muestras de humanidad y cariño que florecieron.

“Fue devastador. Muchas veces llegaba a casa y me ponía a llorar”, contó sobre aquellas jornadas el escritor que durante ese proceso ganó el premio Asturias de las Letras. No era la primera vez que Carrère asistía a un juicio con la idea de convertirlo en libro. En los noventa cubrió para el mismo semanario, L’Obs, el juicio contra Jean-Claude Romand, el hombre que hizo creer a toda su familia que era un prestigioso médico y que cuando estuvo a punto de ser desenmascarado optó por matar a su mujer, a sus hijos, a sus padres. Después de esa experiencia, Carrère publicó un libro sobre el caso, “El adversario”, otro de los grandes libros del autor francés.

Quizás, de todos los testimonios, el más conmovedor es de Nadia, a quien Carrère agradece al final de su libro. Ella, una egipcia nacida en El Cairo, casada con un bretón y dedicada a ayudar a los inmigrantes en Francia, perdió a su hija Lamia en los atentados. Cuando habló ante el jurado y los acusados, se lamentó de que quienes la asesinaron tuvieran la misma edad que su hija. Tras declarar, se tomó su tiempo y les dijo a los abogados de la defensa: “Hagan su trabajo. Háganlo bien. Lo digo sinceramente”.

“El pavor es la desaparición de la cortina tras la cual se oculta la nada que normalmente permite vivir tranquilo. El terrorismo es la tranquilidad imposible. El veredicto del tribunal no podrá reparar la cortina rasgada. No curará las heridas visibles e invisibles. No devolverá la vida a los muertos. Pero al menos podrá garantizar a los vivos que la justicia y el derecho tienen aquí la última palabra”, dijo la fiscal del Supremo, Camille Hennetier cerca del final del juicio.


Hay algo en sus palabras y en todo este proceso que Carrère narra a la perfección que no sólo es estremecedor; hace historia.


La noche más oscura


La noche del 13 de noviembre de 2015 hubo seis ataques coordinados en tres horas en París, cuya autoría se atribuyó Estado Islámico.


Primero, tres terroristas hicieron estallar sus cinturones en las inmediaciones del Estadio de Francia en Saint-Denis, donde la selección de fútbol gala y Alemania disputaban un partido amistoso al que asistía el entonces presidente Hollande. Los terroristas llegaron tarde. Las puertas del estadio ya estaban cerradas por lo que no pudieron cumplir el plan de matar dentro del estadio.


Después, hubo varios tiroteos coordinados contra las terrazas de cinco cafés y restaurantes, tras lo cuall os terroristas activaron sus cinturones explosivos.

El más grave de los atentados se produjo en la sala de conciertos Bataclan, donde murieron 90 personas, asesinadas durante diez minutos, cuando tres terroristas, armados con rifles de asalto AK-47 y cinturones explosivos, ingresaron al lugar y comenzaron a disparar.


Salah Abdeslam, juzgado en los juicios del V13, huyó del lugar del Estadio de Francia después de abandonar su cinturón suicida. Fue capturado cuatro meses después en Molenbeek, el barrio con mayor presencia musulmana de Bruselas. Fue el único terrorista que sobrevivió y fue juzgado. Le dieron prisión perpetua, algo que sólo ocurrió 4 veces en Francia.


El macrojuicio en París


El juicio por los atentados del 2015 en París fue el más grande y singular que haya vivido Francia: no solo por su excepcional duración de 10 meses, sino también por el tiempo que dedicó a que sobrevivientes y familias de las víctimas testificaran detalladamente sobre su calvario y lucha para superar las secuelas de lo ocurrido aquel viernes 13.


La opinión generalizada era más bien la de un juicio irrealizable por su complejidad, su peso real y simbólico y la cantidad de actores que involucraba: demasiado extenso (10 meses), muchos acusados, 2.000 querellantes, 400 abogados, cinco magistrados, tres fiscales, 300 testigos y víctimas, horas extensas de emociones, de dolor y de recuerdos negros. Pese a ello, la serenidad con la que el juez Périès llevó a cabo el juicio permitió que se realizara sin enfrentamientos.


Para realizar el juicio se construyó especialmente una sala, en el centro de París, con una capacidad para 550 personas y un espacio de cristal blindado para los 12 acusados.
El archivo del caso tiene un millón de páginas condensadas en 542 volúmenes tras casi seis años de investigación de lo que ocurrió.


El proceso, resaltado por todos los medios, “fue esencial también para los sobrevivientes y los familiares de y allegados a los muertos. Se pudo comprender mejor el funcionamiento de las células del Estado Islámico, la metodología con la que fueron diseñados y ejecutados los atentados, y, también, aunque de forma enredada o parcial, penetrar ese mundo confuso y turbado de los terroristas y sus diversos cómplices”, escribió Eduardo Febbro para el diario Página/12.


Hay algo enormemente estremecedor en el nuevo libro de Emmanuel Carrère, “V13”, la crónica judicial de los diez meses que duró el macrojuicio a los responsables de los atentados del viernes 13 de noviembre de 2015 en París y Saint-Denis, en el que fueron asesinadas 131 personas. Y no es sólo el tema, que es lo suficientemente potente como para despertar hasta el último milímetro de humanidad, compasión, espanto y perplejidad. Lo que impacta tanto como el tema es la reconstrucción que hace el escritor francés de esos meses en los que se sumergió con la paciencia y la humildad del buen cronista, a escuchar sin prejuicios, atándose a hechos que, como él bien dice, son de una “intensidad aterradora” y a intentar entender qué es la justicia en casos como este.

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