¿Qué hemos hecho de nuestros hijos?
Por Tomás Buch
En los debates alrededor de la catástrofe de Cromañón, además de la inevitable politización partidista, se olvidan que vivimos en un país culturalmente transgresor, en el que, al margen de la responsabilidad que le puede tocar al jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y de las probables negligencias, incompetencias y/o corruptelas incurridas por inspectores, habilitadores, supervisores, policías y otros responsables, lo mismo que ocurrió en Cromañón hubiese podido suceder en cualquier ciudad del país y también en el resto del mundo. Pero no se trata de diluir las responsabilidades, sino de tomar conciencia de la responsabilidad social; es más: de la responsabilidad sistémica es decir, de la manera en que como sociedad hemos contribuido a educar a esta generación cuyas víctimas lloramos. Mediante nuestro ejemplo -muchas veces desde los más altos sitiales del poder-, los hemos educado en la cultura de la transgresión, de la "piolada" y de la "viveza criolla": que las leyes y el pago de los impuestos son para los giles. Mientras todos lloran, se rasgan las vestiduras o buscan culpables reales o chivos expiatorios de la catástrofe de Cromañón, hay otro extremo de la cuestión que no es políticamente correcto mencionar: la responsabilidad de las víctimas o, dicho con más precisión, la naturaleza de la cultura de la juventud mundial, que es la responsabilidad de sus víctimas, pero también sus mayores tanto de los propios padres, como de todos aquellos que configuran los ejemplos explícitos o implícitos que los jóvenes toman como modelos en su propio comportamiento.
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