“Black Mirror”: ciencia ficción en tiempo presente
El filósofo Esteban Ierardo toma la celebrada serie para analizar, en su reciente libro “Sociedad pantalla”, hasta qué punto nos deshumanizan las nuevas tecnologías.
Dedicada a radiografiar los modos en que la tecnología destruye la vida, la serie “Black Mirror” gana adeptos con una trama que profundiza el componente abrumador de las distopías clásicas, para algunos replegadas al campo del entretenimiento y para otros, como el filósofo Esteban Ierardo, disparador de reflexiones sobre la deshumanización y la tecnodependencia, ejes que explora en su libro “Sociedad pantalla”.
Si la ciencia ficción se caracteriza por postular escenarios hipotéticos que en muchos casos parecen lejanos e improbables, distinta es la apropiación del género que propone “Black Mirror”, la serie creada por Charlie Brooker que recrea un mundo lleno de significantes reconocibles para el espectador contemporáneo: lo que difiere es la omnisciencia aplastante que adquieren los dispositivos presentados, su condición de amenaza a la supervivencia de la especie humana.
“El horror seguirá persiguiendo al hombre a pesar de todas sus nuevas parafernalias tecnológicas”, explicita el filósofo, escritor y docente Ierardo en un tramo del análisis que retoma los tópicos de la serie británica adquirida en 2016 por Netflix –que estrenó hace casi dos meses su cuarta temporada–, desde el riesgo de la hiperconectividad hasta el odio múltiple propagado en las redes y la pesadilla de una memoria implantada que obliga al recuerdo total y omnipresente.
“La religión del odio digital es quizá una de las mayores contradicciones del desarrollo tecnológico: la sofisticación técnica usada como descenso al sótano de un primitivismo emocional. Como en tantas cosas, el hombre del futuro y el del pasado mezclados en una misma y sudorosa exhalación”, destaca a Télam el autor de “El agua y el trueno” y “Los dioses y las letras”.
P- “Black Mirror” alerta sobre una probable exacerbación de procesos sociales que ya están en curso. ¿La ciencia ficción redobla su atractivo cuando traza algún tipo de alianza con el presente?
R- Así es, lo que antes la ciencia ficción anticipaba, ahora son ya procesos reales y presentes y en evolución: la inteligencia artificial, la robótica, los implantes, la vigilancia informática de la privacidad, los drones, los vehículos manejados por computadoras. La flecha de la imaginación futurista no se dispara ya solo hacia el mañana sino hacia caminos ya abiertos en el desarrollo técnico actual. Parecería que hoy la ciencia ficción queda rezagada tras el desarrollo exponencial de lo tecnológico. En este sentido, quizá pierde cada vez más su componente imaginativo o especulativo anticipador para convertirse en una suerte de sociología alternativa, que describe procesos ya actuales e irreversibles y de consecuencias inevitables.
P- Uno de los capítulos explora la fantasía de una memoria totalizante que permita recuperar el pasado a niveles microscópicos ¿Por qué las sociedades podrían sucumbir a esta tentación de una memoria artificial que permita recuperar el pasado en su totalidad?
R- Como Borges recuerda en “La muralla y los libros”, el primer emperador chino, Shi Huang Ti, s. III a. C., quiso borrar el pasado, destruir la memoria histórica de lo anterior a su reino, para que la historia empezara con él. El olvido como un acto político. Pero en “Funes el memorioso” todo se recuerda, nada se olvida. Y en la ficción del capítulo “Toda tu historia”, un implante de memoria artificial permite el recuerdo total, sin pérdida de datos o detalles. Esta memoria potenciada tecnológicamente se convierte en un medio de control entre individuos. Que todo se recuerde, que nada se pierda, es desactivar la conexión entre olvido y muerte. Lo que se olvida, de alguna manera, muere. Lo que siempre se recuerda podría perdurar en imágenes digitalizadas eternizadas en un continuo presente online. Una sociedad por la memoria artificial total viviría en la seducción de una ilusión de eternidad. Todo lo destinado al olvido o la muerte podría “vivir” dentro de la pantalla y en imágenes eternizadas en un ciberespacio. Algo tan artificial e ilusorio como la vida sin miedo y misterio.
P- ¿Cómo fue posible dejar atrás la paranoia sobre la destrucción de la intimidad para pasar a esta fase en la que se han disuelto las fronteras entre lo público y lo privado?
R- La subjetividad hoy se construye desde un imperativo de visibilidad total. Debemos hacer visible y compartir toda nuestra intimidad. Las personas construyen una imagen para las redes. La “intimidad pública” es una construcción manipulada por el propio sujeto y el poder de las empresas globales informáticas. Pero hay todavía dos niveles de la intimidad real que no se exponen voluntariamente. Por un lado, la intimidad real del pudor, la de las imágenes íntimas de la sexualidad o la enfermedad; y por el otro, lo íntimo desconocido no consciente para la propia persona: temores, frustraciones, deseos escondidos, e incluso potencialidades desconocidas. No creo entonces que sea tan cierto que la intimidad ha sido totalmente trasladada al escenario compartido de las redes. Lo más íntimo sigue siendo el pudor y el secreto de los sujetos aun atravesados por la invasión digital.
“La religión del odio digital es quizá la gran contradicción del desarrollo tecnológico: la sofisticación técnica usada como descenso al sótano de un primitivismo emocional”.
La “intimidad pública” es una construcción manipulada por el propio sujeto y el poder de las empresas globales informáticas.
Esteban Ierardo sobre la actual tecnodependencia.
“Black Mirror”: ciencia ficción en tiempo presente
Datos
- “La religión del odio digital es quizá la gran contradicción del desarrollo tecnológico: la sofisticación técnica usada como descenso al sótano de un primitivismo emocional”.
- La “intimidad pública” es una construcción manipulada por el propio sujeto y el poder de las empresas globales informáticas.
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