Análisis: la revancha de un tigrense ambicioso
“Todo vuelve” fue el spot que desempolvó Malena Galmarini para dar la pista de que a su esposo se le cumplía el sueño. Y volvió. Sergio Massa consigue finalmente entrar al Gabinete con todos los poderes –en un país urgido por el descalabro y con un presidente vilipendiado y presionado por los gobernadores que le reclamaban que se despabile en su disociación con la realidad.
Massa podría poner algún bálsamo a mandatarios desasosegados, mercados en llamas y empresarios inquietos. Frente a la pobreza de funcionarios competentes, se mira a Massa con cierta capacidad de oficiar de ancla para un buque a la deriva a ojos internacionales, que observan un país incorregible. Lo ven con voracidad y con ideas para intentar mostrar algo distinto a los ensayos que naufragaban.
No es economista, pero se rodea de un equipo que integran el exministro Miguel Peirano, el director del Indec, Marco Lavagna (y su padre Roberto, siempre detrás), Diego Bossio, Martín Rapetti, Lisandro Cleri, entre otros. Frecuenta a Martín Redrado, ex titular del Banco Central. Se le reconoce pragmático y hombre de diálogo con empresarios.
El “albertismo” sigue perdiendo piezas. A las eyecciones de los ministros Marcela Losardo, Matías Kulfas y Martín Guzmán, se suma -y para colmo enojado- Gustavo Béliz. Dio el portazo con una carta manuscrita y una frase final: “Que Dios los guarde”.
Humillado por Cristina Kirchner, Alberto amaga con relanzar su gobierno con un Massa plenipotenciario. No pierde poder; ya no tenía nada que perder. Por lo menos Massa le da la chance de sepultar una ominosa renuncia presidencial a flor de labios.
La que más pierde es la Vicepresidenta. Frente una alianza gobernante en demolición, no tuvo más alternativa que convalidar la llegada de su enemigo más odiado desde 2013, cuando Massa desafió a Cristina, rompió con el Frente para la Victoria, armó su propio partido y fue victoreado en las legislativas.
Al renunciar Guzmán, Cristina era renuente a avalar un rearme de gabinete con Massa. Pero ahora no tiene más alternativa. Y, de alguna forma, le cede el poder.
Aunque la hipocresía forma parte del activo de Massa al estilo Alberto (recordemos las famosas frases: “Conmigo se termina la era K”, “significa fraude, prepotencia y violencia”, “Cristina es soberbia”, etc,) si el tigrense consiguiese remontar a la Argentina del subsuelo, tendrá campo orégano para acariciar en 2023 el sillón de Rivadavia que tanto ambiciona desde sus 30 años de política.
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