Política forestal y energética: ¿alimentando fuegos?
La producción y el clima generan condiciones ideales para los incendios en la región. La única respuesta ha sido aumentar el personal que los combate, ignorando una herramienta eficaz que Río Negro no usa: el manejo productivo de los bosques.
Juan H. Gowda*
Así como las plantas fijan carbono del aire, convirtiendo energía solar en biomasa, tres procesos liberan energía y carbono, completando su paso como materia viva. El fuego, la herbivoría y la descomposición son los tres caminos que todos los seres vivos transitamos para aprovechar la energía acumulada en forma de biomasa. Hace milenios aprendimos a manejar estos procesos para nuestro beneficio, integrándolos a nuestra vida cotidiana. Así, usamos el fuego para calentarnos y alimentarnos, domesticamos herbívoros para que nos provean alimento, transporte, trabajo, ropa y fertilizantes; y a los degradadores para producir el compost que nutre nuestras huertas. O sea que aprendimos a extraer energía, materiales y nutrientes de un ciclo que incluye a todos los seres vivos. Si dejamos de hacerlo, esos tres caminos de liberación de energía, carbono y nutrientes seguirán su curso.
Cada uno de estos caminos, sin embargo, tiene una dinámica propia que nos permite inferir cuándo y dónde ocurrirá. El fuego necesita continuidad de materia seca para propagarse, extinguiéndose cuando su humedad aumenta y su continuidad disminuye.
O sea que tanto en lugares muy húmedos (bosque Valdiviano) como muy secos (estepas degradadas) el fuego no logrará propagarse fácilmente. Sabemos también que las plantas se diferencian en la composición y estructura de sus tejidos, que las hace diferencialmente inflamables. Algunas como la caña coligüe, pinos, radales y retamos sostienen y propagan mejor el fuego que lengas, cipreses y lauras.
No culpemos al cambio climático, a turistas desaprensivos o intereses inmobiliarios del próximo incendio. Tratemos de usar mecanismos hoy existentes para trabajar por un uso sustentable de nuestros bosques.
A otra escala, matorrales y pinares serán mucho más inflamables que bosques de coihue, lenga y ciprés, por lo que la composición de nuestros bosques determinará en gran medida la probabilidad de que se quemen. Los herbívoros reducirán la continuidad de materia seca y por lo tanto la probabilidad de que el fuego se propague, pero a la vez pueden frenar la transición de matorrales a bosques menos inflamables al consumir lengas, cipreses y coihues.
Asimismo, ciervos, liebres, huemules, aves y ganado doméstico redistribuirán gran parte de los nutrientes que consumen y dispersarán semillas de plantas. Finalmente, hongos y bacterias consumirán lentamente lo que fuego y herbívoros hayan dejado, enriqueciendo el suelo y alimentando a nuevas plantas.
El juego entre vegetación, temperatura y precipitación determinará cómo influyen procesos de cambio climático en la dinámica de paisajes boscosos. Nuestros modelos predictivos son poco optimistas para la región, indicando que los incendios serán más frecuentes, promoviendo la transición de bosques poco inflamables a matorrales. Inviernos fríos y nevadores combinados con primaveras lluviosas y veranos secos generan condiciones ideales para que se propague el fuego, algo que podría ocurrir este verano.
Ante esta combinación de condiciones climáticas, que se repite cada cuatro a seis años, nuestra única respuesta ha sido aumentar el personal y equipamiento para combatir el fuego. Existe un mecanismo mucho más efectivo y provechoso que el continuo incremento del gasto público en combatir incendios: promover el manejo productivo de nuestros bosques. Para ello, existe desde hace ya trece años una herramienta ideal que la Provincia aún no pone en marcha, violando tanto una ley nacional de presupuestos mínimos (LN 26331 promulgada en el 2007) como su contraparte provincial (Ley Prov. RN 4552) que ya cumple diez años juntando polvo, y reteniendo indebidamente millonarios fondos que debería distribuir anualmente entre productores forestales.
Tanto la historia como nuestros experimentos más recientes indican que los matorrales, nuestros ecosistemas más inflamables, son una fuente confiable y renovable de biomasa ideal para la calefacción, y que su manejo adecuado no solo reduciría el riesgo de incendio, sino que podría tener efectos positivos sobre la biodiversidad de plantas e insectos.
Estas leyes incluían un mecanismo de compensación económica con fondos de Nación destinado a los productores que ejecutarán planes de manejo sustentable y conservación. Los fondos, nunca entregados en tiempo y forma, se han perdido en el limbo administrativo provincial, desalentando a los productores que quisieron cumplir con la ley de protección de bosques nativos.
El ciclo de carbono funciona desde antes de que camináramos erguidos, ya es hora de que aprendamos a usarlo en los bosques de nuestra provincia, haciéndolos menos inflamables y más valiosos para pobladores y visitantes.
Durante los últimos años, la Provincia ha implementado una política de reemplazo energético que desafía toda lógica ambiental y económica, llevando gas envasado a escuelas y hogares rurales que se calefaccionaban con leña, utilizando fondos generados por las regalías petroleras. O sea que, a pesar de que tenemos una masa creciente de bosques cada día más inflamables, hoy llevamos a parajes boscosos como el valle del Manso -desde donde escribo- gas envasado proveniente de Neuquén…
No culpemos al cambio climático, a turistas descuidados o intereses inmobiliarios del próximo incendio. Tratemos en cambio de que los mecanismos hoy existentes sirvan para trabajar activamente en pos de un uso sustentable de nuestros bosques, que disminuya paulatinamente el riesgo de que se quemen, genere trabajo e ingresos a pobladores rurales y ayude a reemplazar combustibles fósiles por otros renovables, como la leña. El ciclo de carbono funciona desde antes de que camináramos erguidos, ya es hora de que aprendamos a usarlo en los bosques de nuestra provincia, haciéndolos menos inflamables y más valiosos para pobladores y visitantes. En la medida que incorporemos el uso de biocombustibles en nuestros hogares, alimentando el fuego de modo controlado, reduciremos los incendios forestales, dejando más alimento a herbívoros, hongos y bacterias, cuidaremos sus nutrientes y los convertiremos en sumideros de carbono.
A escala local contamos en Bariloche con buenos ejemplos: desde hace años, la CEB implementó un sistema de compostaje de residuos cloacales que, mezclados con residuos forestales, producen un compost de gran calidad. Recientemente, el Ciefap (Centro de Investigación Forestal Andino Patagónico) importó una caldera para promover el consumo eficiente de bioenergía y evaluar su potencial para calefaccionar instituciones públicas.
En paralelo, Fundación Invap en colaboración con el Municipio está convirtiendo parte del residuo de nuestros jardines en biocombustibles en vez de quemarlo en el vertedero, y promueve propuestas para mejorar la eficiencia térmica de los hogares más carenciados de Bariloche. A mayor escala, los propietarios deforestaciones cercanas a Bariloche proveen hoy de leña seca al Plan Calor municipal, aumentando así su valor energético, a la vez que se reduce el riesgo de incendios de interfase, se generan nuevos puestos de trabajo, se mejora la calidad sanitaria y el valor maderero de las mismas.
Ojalá la primavera que viene estos esfuerzos se vean multiplicados, llevando a nuestra región por el camino de la sustentabilidad energética, alejándonos de los incendios que hoy vuelven a preocuparnos. Para eso, el recientemente creado Ente de Desarrollo de la Cordillera (ECO) podría ser un muy buen articulador. Esperemos que la Dirección de Bosques de nuestra Provincia despierte de un letargo de años que ha permitido la pérdida de millonarios fondos de la Ley de Bosques y más recientemente del Bono Verde, para conducirnos a un futuro en el que los incendios forestales sean un recuerdo lejano.
*Ingeniero forestal y doctor en Ecología. Estudia la relación entre política forestal, ordenamiento territorial y el uso sustentable del bosque andino en el Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente (Inibioma) dependiente del Conicet y la UNC.
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