El pescador de tiburones que los devuelve al mar en el Camino de la Costa
Uno de los ejemplares que sacó el bonaerense Esteban Giussi en la costa rionegrina fue un bacota de 251 cm. Le apasiona tanto esta clase de pesca que se propuso ayudar para evitar su extinción: junto a pescadores de Viedma y El Cóndor es parte del Proyecto Conservar Tiburones. Antes de devolverlos en Bahía Creek, Bahía Rosas y La Ensenada, los marcan para obtener datos para los científicos que buscan protegerlos.
Esta historia tiene como escenario el Camino de la Costa en Río Negro, uno de los mejores lugares para pescar tiburones en la Patagonia. Bahía Creek, Bahía Rosas, La Ensenada y otros rincones agrestes son los elegidos por muchos fanáticos de la caña -entre ellos de Viedma y El Cóndor– para probar suerte y llevarse la foto más buscada. Pero desde hace algunos años, varios empezaron a devolverlos al mar.
Muchos son de la variedad bacota, como el que apareció en Monte Hermoso, famoso por la potencia de su pique. Y en eso tiene mucho que ver Esteban Giussi, un ingeniero agrónomo de 9 de Julio (Buenos Aires). Al principio, lo recuerda bien, lo veían como un extraterrestre, un forastero que tenía la extraña costumbre de lograr pescar tiburones y después, en vez de llevárselos, los regresaba al océano. Eso era hace algunos años, cuando pasaba por los campamentos de los pescadores en el Camino de la Costa y veía a los que habían tenido suerte limpiando a su gran captura, colgada como un trofeo. Sabía lo que sentían porque había hecho lo mismo que ellos, hasta que hizo el clic.
Desde aquel primer inolvidable cazón a los 17 en San Blas, Esteban Giussi lleva 24 años de pasión tiburonera. Pero hace 14 que los devuelve, cuando comprendió que la mejor forma de seguir era dejar a los gigantes del mar en su hábitat, dejar que cumplan su ciclo reproductivo, la razón por la que diez de las 55 especies detectadas en el mar argentino se acercan a la costa y quedan a tiro de caña o de fondeo. Las otras permanecen mar adentro y son acechados por los barcos pesqueros.
Hoy comparte esa pasión con sus amigos tiburoneros en Bahía Creek, Bahía Rosas, la Ensenada y otros rincones agrestes de la ruta 1 que parecen diseñados para probar suerte con la caña. Siempre, como le gusta aclarar, con equipos pesados, nylon grueso y un solo anzuelo o dos a la misma altura, aunque a veces tienen que armar complicados operativos para llegar a los mejores lugares mientras el mar baja y sube y suelen estar sin dormir un día y medio para agarrar tres mareas altas a la espera del gran pique. “Es una sensación difícil de explicar. Lo voy a hacer mientras siga respirando”, dice.
Su compañero de aventuras en esas incursiones es Leo Navarro, aunque también las comparte con Ramiro Cambarieri, entre muchos otros habitantes de Viedma, El Cóndor y otras ciudades rionegrinas que se sumaron al Proyecto Conservar Tiburones, una alianza entre pescadores y científicos que cumplió una década en la Argentina con el objetivo de estar a la altura del nombre de la iniciativa.
¿Qué hacen? Lo explica Esteban, un ingeniero agrónomo de 9 de Julio (Buenos Aires), de 41 años y dos hijas, que ya casi dejó las playas de su provincia porque descubrió que no hay como las de Río Negro. Casado con Diana Oscos (de Viedma) en una de las visitas familiares a la capital rionegrina hace 14 años fue a curiosear por el Camino de la Costa y ya no pudo dejar de venir. Lo hace todas las veces que puede, alrededor de seis al año:maneja 720 km desde la ciudad bonaerense, pasa buscar a sus amigos y encara por la ruta 1 pegada al mar y sus espectaculares escenarios entre las dunas y las olas.
¿Cuantos lleva capturados? Más de 300 entre bacotas, cazones, gatopardos y escalandrunes. Y si la pelea para sacarlos es única, como la adrenalina cuando pica, ese ruido de la chicharra del reel y la emoción cuando se divisa la aleta, con el tiempo aprendió que tan satisfactorio como eso era devolverlos. “Siempre les digo lo mismo: devuelvan uno, véanlo ir y después me cuentan lo que se siente”, cuenta.
Pero antes de devolverlos, hay una misión: tomar una muestra genética e insertar en la aleta un tubito aséptico al que llaman espagueti por su forma alargada donde se colocan los datos obtenidos: medida, sexo, peso aproximado y estado general, junto con un celular y un correo electrónico. Así, el próximo que lo pesque obtendrá en la comparación información vital para que los biólogos saquen conclusiones sobre su comportamiento y recorrido que ayuden a preservarlos.
Mar adentro los acechan las redes de los barcos. En la costa, la pesca recreativa sin devolución. “Una corvina pone cientos de miles de huevos. Una hembra de tiburón pare unas pocas crías cada dos años. Los pescadores tenemos que saber que nuestro anzuelo cae a unos 200 metros de la costa en zonas de reproducción. Acá se aparean y vuelven a los dos años a parir. Tenemos que devolverlos al mar, no cortarles el ciclo reproductivo. Son especies vulnerables en riesgo de extinción. Las hembras de Bacota, por ejemplo, tardan unos 10 años en estar en condiciones de tener crías. El daño que hacemos al sacrificar una es enorme”, dice Esteban y explica que en Buenos Aires rige una ley que obliga a la devolución (con multas para los infractores) que en Río Negro no existe.
Y si al principio jugaba de visitante, con el paso de los años dejó de escuchar ese murmullo cuando los devolvía. Fueron días de charlas y ardorosos debates en la arena: de a poco, empezaron a sumarse pescadores de Viedma y El Cóndor al proyecto. Como Leo, como Ramiro, como el dueño de la casa de pesca Lo de Mario en Viedma. Hoy son unos veinte los que devuelven. “Hay personas que son un ejemplo. Fijate el caso de Ramiro, es pescador artesanal. Vive de esto. Y devuelve todos los tiburones. O el propio Mario, que vive de vender artículos de pesca y también devuelve todo. Por suerte, cada vez se suman más”, dice Esteban antes de despedirse para planificar su próximo viaje al Camino de la Costa.
El principal motor del esfuerzo de Esteban Giussi para que los pescadores de tiburones los devuelvan al mar y que se evalúen los trabajos de prevención más adecuados para cada zona es que no sea necesario que se declare Reserva Natural a todas las áreas de pesca del Camino de la Costa. Si esto pasara, quedaría prohibida la pesca de tiburones, como ya ocurre en La Lobería.
Bahía Creek, Bahía Rosas, La Ensenada y la Lobería son zonas de reproducción: los tiburones se aparean y luego las hembras regresan para parir. Es por eso que Esteban (que los devuelve al mar desde hace 14 años y se sumó hace seis al Proyecto Conservar Tiburones) insiste cada vez que puede en sus diálogos con los pescadores en que los devuelvan, en especial a las hembras en condiciones de tener crías.
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