Peones rurales toda la vida: la historia de tres hermanos
Rodolfo (97 años), Pascasio (84) y Tito Peña (80) nacieron en La Japonesa, empezaron a trabajar con sus padres y siguieron con distintos patrones en Río Negro y La Pampa. Tras reencontrarse, viven juntos en Río Colorado, donde fueron reconocidos por tanto esfuerzo.
Delgados, rostros curtidos, manos con huellas de tanto esfuerzo. Los hermanos Peña –Rodolfo de 97 años, Pascasio de 84 y Tito de 80– se criaron y pasaron toda una vida ligada al campo: fueron peones rurales hasta entrada la vejez. Comenzaron a trabajar con sus padres y luego se fueron abriendo camino solos. Hijos de trabajadores rurales (Fortunato Peña y Vicenta Rodríguez) nacieron en los campos de la Japonesa, como también su hermana, Venina Peña, de 91 años, quien vive en Valle Medio.
Hoy, en el frente de su vivienda en el barrio de Villa Mitre en Río Colorado, con una lucidez y una vitalidad envidiables, los tres pasan sus días disfrutando el descanso, compartiendo vivencias y momentos que se perdieron en sus juventudes: trabajaban en campos de distintos dueños separados por extensas distancias, entre las provincias de Río Negro y La Pampa, en una época donde las comunicaciones no abundaban. “Cada uno andaba por su lado y pasaban años sin poder encontrarnos, casi nadie sabía nada de la vida del otro. Hoy los caminos de la vida nos dan una oportunidad de estar juntos de nuevo”, dijo Tito.
Apelando a los recuerdos, mientras repasan momentos alegres, divertidos y aquellos que mejor olvidar, son muchos los vecinos que pasan, saludan, se detienen unos momentos para hablar del tiempo, algo de política, comparten unos mates y continúan la marcha. Dentro del hogar no hay manuscritos ni fotografías que puedan documentar el pasado de los Peña.
“En esos tiempos eran muy difícil acceder a la fotografía, para nosotros no existían”, argumenta Rodolfo. “Aparte uno no tenía en cuenta esas cosas”, agrega. “Pero el otro día, en el homenaje durante la Fiesta del Peón de Campo, nos sacaron muchas fotos. Calculo que se rompieron muchas máquinas o las fotos salieron borrosas”, dijo con humor Pascasio.
Entre sus recuerdos están las largas y duras jornadas de trabajos en los campos con una estepa natural y tupida. Se salía a caballo, acompañados por sus fieles amigos, sus perros, quienes los protegían de posibles peligros como pumas o algún chancho jabalí. También podían ser efectivos cazadores para aportar la comida diaria.
“Éramos varios en el campo y hasta había encargado. Ahora no hay nadie. Van un rato los patrones en su camioneta nueva y se vuelven…”
“Teníamos que salir de recorrida para ver la hacienda, arreglar los alambrados y muchas veces bajar como 80 metros en el pozo de los molinos para arreglar las varillas, cambiar bujes, poner aceite. También se trabajaba con los animales: había que capar, marcar y señalar, utilizando solo el lazo para voltearlos”, trae a su memoria Rodolfo. “Era muy bueno lazando novillos y terneros”, completa.
“Salíamos a ver la hacienda, arreglar los alambrados o el pozo de los molinos. A capar, marcar y señalar, con solo el lazo para voltearlos”
Recuerdan algunos días con momentos duros, donde se debía soportar las bajas temperaturas como los intensos calores.” Uno se levantaba a la 4 de la mañana para tomar unos mates y cuando el encargado o el patrón decía salimos, había que salir. Salíamos de noche para volver al mediodía a comer. Muchas veces uno llegaba cansado sin ganas de cocinar, pero había que reponer energía. Después una siesta cortita y a seguir trabajando, sin quejarte. Y a la tardecita volvíamos, comíamos algo y al sobre, porque todo volvía a empezar a las 4 de la mañana”, recuerda Tito.
“Mis caballos eran una máquina para el trabajo y un amigo en el monte. Los perros nos protegían de los pumas y algún chancho jabalí…”
Los hermanos se acuerdan que se pasaba meses sin volver al “pueblo”, aunque cuando lo hacían era por algunas horas o por uno o dos días, ya que tenían que volver a cuidar los animales.
Los patrones eran los responsables de llevarles al campo algunos pedidos como bolsas de galletas, harina para amasar el pan casero o algunas tortas fritas, damajuana con vino, algo de jugo, caña para la época de invierno, como también alpargatas, entre otras menudencias.
Las dificultades para estudiar
- Solo Pascasio logró ir a la primaria, en un internado en Mar del Plata, En cambio, Rodolfo y Tito aprendieron “poco” a leer y escribir con sus compañeros y patrones en el campo..
Durante el encuentro con “Río Negro”, los hermanos expresaron que la vida y el trabajo en los campos “eran de otros tiempos”, que la modernidad lo fue cambiando todo. “Antes éramos varias personas trabajando en el campo y los ganaderos más grandes hasta tenían encargados de la peonada. Y al campo, como a los animales, nunca se los dejaba solo, siempre tenía que haber gente, porque uno no sabía si se podía presentar algún problema. Hoy ya ni gente hay en los campos. Los patrones salen con sus camionetas nuevas, en un rato están en los campos y después se vuelven”, afirma Tito.
Incluso señalan que hasta el tipo de monte era diferente a los de hoy, que no existían los incendios en los campos. “Antes prendíamos fuego para limpiar, y costaba mucho que se prendieran, terminábamos haciendo puro humo, casi ni prendía el fuego. Hoy por cualquier cosa se prende y hacen un desastre”, aporta Rodolfo.
En la juventud de los Peña, no abundaban las comunicaciones y las noticias llegaban en “carreta”, aunque siempre estuvieron conocimiento que sucedía en el resto del país, como la revolución del 43, el golpe de estado del 76, o la puesta en marcha del Estatuto del Peón Rural en el 44.
“Sabíamos todo lo que estaba pasando en nuestro País, gracias a Dios ese problema a donde estábamos trabajando nunca lo sufrimos”, afirman.
Hoy ya retirados del trajín diario, los hermanos expresan que en sus épocas de mozos no conocían lo que era ir a una farmacia para comprar medicamentos. “Hoy, cada tanto tenemos que ir al médico y tomamos pastillas para todo. Antes los yuyos del campo eran los medicamentos que teníamos”, explican. Y aportan que se buscaba el tomillo y se le agregaba unas gotas de alcohol para el estómago.
Recuerdan que para otras dolencias acudían a otras especies que la preparaban en forma de té con carquejas, cedrón y malva rubia, para la tos. “Era fuerte y amarga, pero teníamos que tomarla si nos queríamos curar” comentó Tito.
Hoy aun mantienen sus hábitos, de madrugar y dormir temprano. Miran poca televisión, solo un rato de noche para ver alguna informativo, como para estar algo actualizado, “pero sin volvernos locos”. Los únicos programas que pueden más que el sueño, son los de doma y folclore. Las jineteadas son sus debilidades, miran todas las que pasan en televisión y suelen ir algunos de los espectáculos que son organizadas en la localidad.
Las apariciones de luces extrañas en el horizonte del campo: Rodolfo y Tito, tímidamente, se atrevieron a contar algunas de las vivencias. “Una noche vimos luces y nos parecía que una camioneta venía por el monte, pero nunca llegaba y de pronto fue subiendo y desapareció: cuando salimos a recorrer, no encontramos ni rastros. También en otro campo, una noche una luz estaba suspendida en el aire. Fuimos a ver si nos podíamos acercar y nunca llegamos. Desapareció y nunca encontramos nada donde creíamos que estaba parado un auto”, dijeron antes de despedirse con una sonrisa.
Días atrás los hermanos Peña recibieron un reconocimiento a sus trayectorias en la Fiesta del Peón de Campo, que organiza Gustavo Rivas.
“Me críe en los campos y aprendí mucho de ellos. Los mejores homenajes hay que hacerlos en vida y hoy nos podemos dar ese gran lujo”, dijo Rivas.
Los hermanos Peña agradecieron emocionados, aunque los desconcertaba tantas fotos.
Los tres están jubilados y viven juntos en una casa en Río Colorado. Son hijos de trabajadores rurales (Fortunato Peña y Vicenta Rodríguez) y nacieron en los campos de La Japonesa.
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