Pato, el entrañable bicicletero de Jacobacci y su pasión intacta por el oficio más lindo
¿Quién no conoce a “Pato” García Lamas en Jacobacci? Repara rodados desde los 14 y hoy, a los 77, disfruta como el primer día en la Línea Sur. Sus relatos se pueblan de anécdotas jugosas, por ejemplo cuando no se conseguían repuestos y había que arreglárselas con el herrero, o cuando llegaron las primeras bicicletas importadas y había que desarmar las piezas para saber cómo arreglarlas luego.
“Este es un oficio hermoso… tenés que tener mucha pasión y paciencia”, señala Víctor García Lamas, quien hace 60 años comenzó a arreglar bicicletas y desde entonces, diariamente, le dedica muchas horas a hacer lo que más le gusta y más satisfacciones le brinda. Muy pocos en Jacobacci, lo conocen por su nombre de pila. Es que, desde muy chiquito, lo apodaron El Pato. “Era muy travieso, me decían Pato Catrasca… Me pusieron ese apoyo en la escuela por las macanas que hacía. Todo me conocen como el Pato”, afirma y recuerda sonriente que una vez recibió una cédula policial en el que era citado a la Unidad 14 el ciudadano Pato Lamas. “No fui, y cuando vinieron a preguntarme el motivo les dije: ‘acá no vive ningún Pato, ja ja ja’”.
Víctor o El Pato, es uno de esos típicos personajes de pueblos, que guarda mil historias y anécdotas, cosechadas a lo largo de su vida y, en su caso, relacionadas con el ciclismo, actividad de la que confiesa ser un apasionado.
“Tengo 77 años. Empecé a arreglar bicicletas cuando tenía 14 años. En ese tiempo era el fútbol o la bicicleta. No había otra cosa. Me gustaba las bicicletas y empecé a arreglar llantas, que era lo más difícil, con un cortafierros, un destornillador y un martillo, en un galponcito de 4 x 4 que no tenía ni luz. Después aprendí con un bicicletero que había llegado de Brandsen y a los 17 ya empecé a cobrar por los trabajos. Es un oficio que me apasiona”, recuerda.
Agrega que, en sus comienzos, arreglar una bicicleta era un trabajo prácticamente artesanal, ya que no se conseguían repuestos en Jacobacci y traerlos de otras localidades no era fácil, por el tiempo que demoraban en llegar y el costo que tenían.
“Había que arreglarse con lo que teníamos. Le compraba algunas cosas, porque no tenía mucho, a don Marcelino Toro en el negocio que tenía en la herrería y soldábamos los cuadros en con el “nene” (hijo de don Marcelino). Yo empecé a pintar las bicicletas con las máquinas de flit -antiguos pulverizadores de chapa-. Muchos años después pude comprarme el primer compresor de aire y me fui equipando con herramientas”.
Cuando salieron las primeras transmisiones importadas, se quedaba a las noches en el taller desarmándolas, pieza por pieza, para saber cómo eran por dentro y así poder arreglarlas en caso de algún desperfecto. “Había que hacerlo con mucha paciencia porque son piezas muy chiquitas y no te podías equivocar. A veces estaba dos o tres días para poder arreglarlas y armarlas. Hoy se cambia casi todo. Se arregla muy poco”.
Con el paso de los años, las bicicletas han evolucionado y el trabajo es más sencillo. Pero Víctor no se aburre y pasa horas y horas en su taller arreglando, armando y vendiendo bicicletas. “Todo ha evolucionado. Las primeras bicicletas tenían el cuadro de acero, después salieron los de carbono y los de aluminio. Lo mismo ocurre con las masas, las transmisiones, los frenos, los pedales… Hoy tenés bicicletas con frenos a disco. Tenés que estar permanentemente actualizándote con la información y adquiriendo nuevas herramientas. Y con los años te vas amoldando a los cambios y vas aprendiendo. Este oficio no tiene ningún secreto. Solo vocación, ser honesto y si le ponés atención y amor… nada es imposible”.
Durante algunas décadas, combinó el oficio de bicicletero con el de sodero. Luego de repartir sifones en cada barrio del pueblo, volvía a su taller a desarrollar pasión. Incluso, a partir de 1962, comenzó a organizar carreras y unos años después a entrenar corredores. Pero eso ya quedó atrás.
Actualmente, todos los días, de 9 a 13 y de 15 a 20:30 abre las puertas del local de la Bicicletería Nuyún, en el que se distribuye un sector de ventas y un taller, en el que pasada la mayor parte del tiempo. Allí, arma y arregla bicicletas para sus clientes y también para sus nietos. Son tres, de distintas edades, y cuando se refiere a ellos, no puede evitar emocionarse. Lo mismo que cuando recuerda alguno de “los chicos”, como “Guille” Speratti o Alejandro Levio, a quienes entrenaba.
“Ya estoy jubilado hace varios años. Podrá estar descansado. Pero qué hago… me aburro. Encima ahora, con la pandemia, ni se puede ni juntarte a comer un asado con amigos. A mi me apasiona lo que hago en mi taller con las bicicletas. Y lo voy a seguir haciendo hasta que el cuerpo diga basta” sentencia.
El Pato afirma que un corredor de bicicleta es como un auto de carreras, que puede tener un buen chasis, frenos, dirección, pero si no tiene un buen motor, afinado y cuidado, es muy difícil poder ser competitivo.
“Muchos pibes creen que si tienen una buena bicicleta pueden ser mejores. Y no es así. Para correr en bicicleta tenés que tener mucha disciplina. Cuidarte mucho, entrenar mucho. La bicicleta es el chasis y vos sos el motor. Por eso podés entrenar muchos, pero si la noche anterior saliste o hiciste algún desarreglo, después es muy difícil que puedas competir” afirma.
Durante muchos años, acompañaba con su moto a varios ciclistas que salían a entrenar por las rutas de la zona. Desafiando el frío, el viento y las rutas, que en aquella época eran todas de ripio, se recorría unos 100 kilómetros diarios junto a sus “chicos”. “Salíamos con diez o doce muchachitos, a la mañana temprano y a la tarde. No importaban si hacía frío o o corría viento” recuerda.
“Competir en bicicleta es muy sacrificado y demanda mucho tiempo de entrenamiento y cuidado personal. Un corredor de bicicleta no se hace de un día para el otro. Te lleva años, si es que querés ser competitivo. El secreto es entrenar mucho, cuidar tu físico y querer a la bicicleta. Ella, muchas veces, es la que te incentiva salir a pedalear” afirma.
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