¿Y dónde están los muchachos alvearistas?
A 100 años de la elección que lo llevaría al gobierno, Alvear encierra un extraño olvido selectivo, víctima quizás de un estilo de gobierno diferente al del caudillo, radial y no vertical.
La historia tiene esa cualidad de acumular efemérides y, dependiendo del paso del tiempo, ordenar dichos acontecimientos por grados de importancia. Así, el 2 de abril, desde 1982, está reservado a la guerra y los ex combatientes de Malvinas y vayan nuestro recuerdo y memoria a ellos. Sin embargo, la fecha también tiene su relevancia en la historia de las primeras décadas del siglo XX, más precisamente en los años de la Entreguerra, aquel período entre eufórico y tenso del que toca hoy recordar un acontecimiento clave que indica que hace exactamente cien años se daba la llegada del último de los patricios a la primera magistratura nacional.
En efecto, en los primeros meses de 1922 debía definirse la sucesión de Hipólito Yrigoyen y, en aquellos tiempos, sin reelección en el menú, el fin de una presidencia implicaba una puja desde el día uno por ser el nominado en la continuidad. En el caso de la UCR, dicha encrucijada era especialmente compleja al tratarse del fin del primer mandato en el poder, con un elenco de líderes que recién se robustecía bajo la sombra de Don Hipólito. Así, tras una convención nacional dónde las aguas ya estaban turbias y efervescentes de yrigoyenistas y anti-yrigoyenistas, la sucesión del apóstol se definió por un dedazo y el índice del viejo comisario de la parroquia Balvanera apuntó al cívico de apellido ilustre, al más aristócrata entre los radicales, al que estuvo desde el primer día con boina blanca a cuestas: Máximo Marcelo Torcuato de Alvear Pacheco.
Bisnieto de un brigadier general de la Armada Española, nieto de un Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata e hijo del primer intendente de la ciudad de Buenos Aires, el linaje de Marcelo T. bien podría ser en sí mismo una historia de las élites locales. Conexiones, prestigio y acceso a los cargos públicos estaban prácticamente en su ADN. Especie de oxímoron viviente, fue designado candidato el 12 de marzo de 1922 a la distancia, ya que se encontraba como embajador argentino en París. Eso no fue obstáculo para que escasas tres semanas después se hiciera del sillón de Rivadavia y aún más importante, del sillón de Yrigoyen; esto último traería tela para cortar y marcaría el tablero de los cívicos por décadas.
A lo largo del mandato de Alvear se dieron hitos de relevancia en la gestión pública en una década en la que se veía cómo el fin de la Primera Guerra resultaba cada vez más desafiante para los gobiernos occidentales y cómo el fortalecimiento de la acción estatal parecía ser una salida tentadora. Tuvo highlights como el fortalecimiento de la recién establecida YPF con la presidencia de Mosconi o los avances sostenidos en materia de cajas jubilatorias y el intento de institucionalizarlas en una ley o los esfuerzos por ordenar el sector ganadero y la fundación de un frigorífico estatal. En el terreno más local, Alvear firmó el decreto de aprobación de los estatutos de la colonia que pasaría a ser la ciudad de Villa Regina, nominada así en honor a su esposa, la destacada soprano Regina Pacini.
De todos modos, en un mundo revuelto, la pragmática era un activo (y muy propio de los liderazgos relevantes del siglo XX) y lo observamos por ejemplo con la vuelta a la Caja de Conversión, guiño no estatista a una inversión extranjera directa que desde los luctuosos años de la guerra no parecía volver a recuperarse.
Con un timming entre preciso y azaroso, Alvear cerró su ciclo en 1928, a las puertas de la crisis del 29. Igual que seis años atrás, la sucesión fue especialmente encarnizada dado que la misma blanqueó definitivamente la ruptura entre el radicalismo personalista y el antipersonalista, siendo estos últimos derrotados por Yrigoyen, quien protagonizaría una vuelta al poder, sabemos, corta y compleja. Marcelo T. logró erigirse entonces como un jinete de la recuperación, entre la crisis de la primera posguerra y el terremoto acaecido a partir de octubre del 29. De esta forma, su posible vuelta sería una fantasía presente hasta su muerte y fungiría de gran elector más de una vez en aquellos años difusos.
Sin embargo, amén del saldo favorable en el inmediato balance, hay en torno a la figura de Alvear más sombras que luces. Pese a gobernar 6 años ininterrumpidos de bonanza económica, altos salarios, redistribución y el, para algunos, mejor año que haya visto la Argentina, 1925, su figura es hoy escasamente recordada. Muchas veces sus anécdotas de dandy porteño o su aventura europea siguiendo a quien luego fuera su esposa, superan su legado de gobierno. Respecto de su lugar en el bronce de la UCR, Alvear lideró el partido tras la crisis suscitada por el golpe del ‘30 y la muerte de Yrigoyen, quien expresamente pidió que “rodeen a Marcelo” y lo ungió como presidente partidario cuando su fin se acercaba. Asumir esa posición central a Alvear le significó terminar encarcelado en la isla Martín García y ser acusado de conspirar contra el gobierno de quien había sido su ministro, Agustín P. Justo. El difícil llano que significaron los 30’s y 40’s fueron cruzados bajo su liderazgo, disputado fuertemente por los jóvenes, incluso con violencia, como recuerda Leandro Losada en su libro, en ocasión de una de sus últimas apariciones públicas.
A 100 años de la elección que lo llevaría al gobierno, Alvear encierra un extraño olvido selectivo, víctima quizás de un estilo de gobierno diferente al del caudillo, radial y no vertical, sin muchachos que griten “de la mano de Don Marcelo”, o “de galera y de Bombín, Alvear hasta el fín”, conjurando muchas veces la buena estrella de estar en el lugar correcto en el momento indicado, descartando el recorrido.
* Politólogo, especialista en Comunicación Política / **Historiador, director de la Licenciatura en Criminología y Ciencias Forenses, UNRN.
Comentarios