Vale la pena vivir en democracia
En 1951 el mundo estaba al borde de la guerra atómica y, aún en ese contexto, Betrand Russell abogaba por el debate racional y el desacuerdo sincero. Vale la pena tomarlo de ejemplo.
Después de 70 años de predominio de la democracia liberal en Occidente hoy existe nuevamente un movimiento que cuestiona la democracia. Tanto en gran parte de Europa como en la mayoría de los países de América han crecido en apoyo popular las opciones más extremistas, principalmente en la extrema derecha.
Maduro y Maquiavelo
La democracia liberal burguesa es una creación relativamente reciente. El primer gobierno moderno que adoptó la forma democrática fue el de EE. UU. tras la guerra de independencia contra Inglaterra. Los países latinoamericanos, a medida que se iban independizando, trataron -con mayor o menor éxito- de seguir el ejemplo de EEUU. En Europa recién se masificó la adopción de la democracia tras el fin de la Primera Guerra Mundial.
Durante la primera mitad del siglo XX la democracia debió soportar no solo críticas teóricas sino reveses políticos extremos, como los Golpes de Estado en América Latina o la adopción de gobiernos totalitarios en Europa.
Bertrand Russell fue uno de los teóricos del liberalismo democrático en los años más duros del siglo pasado y es bueno recordar hoy sus reflexiones cuando nuevamente se escuchan tambores de guerra y se cuestiona a la democracia por no resolver los problemas más acuciantes.
En primer lugar recordemos que Russell consideraba que la historia de la civilización era una lucha entre la tiranía y el anarquismo, entre el poder absoluto y abusivo frente al intento de aniquilación de todo poder.
Esa dicotomía ya está presente en uno de los primeros tratados de filosofía política moderna: El Leviatán, de Thomas Hobbes, libro en el que Hobbes toma partido por un Estado fuerte frente al poder disolvente de la anarquía que siguió a la guerra civil inglesa.
Al contrario, Russell aboga por la democracia como forma de vida civilizada moderna. Y dice que un buen gobierno democrático se opone a ambos extremos (tiranía y anarquía) a la vez, adoptando una posición centrista respecto de la injerencia del Estado en la vida de la sociedad.
Dice Russell: “La esencia del liberalismo es un intento de asegurar un orden social que no se base en dogmas irracionales -lo que es una característica de la tiranía- y, a la vez, asegurar la estabilidad -que la anarquía socava- sin involucrar más restricciones que las necesarias para la preservación de la comunidad”.
En un artículo publicado el 16 de diciembre de 1951 en The New York Times, Russell afirma que el liberalismo que él (y la mayoría de los teóricos liberales) pregonan no es un credo, sino que es lo apuesto a los credos; es una actitud, una disposición del espíritu: “la actitud liberal no dice que usted debe oponerse a la autoridad. Dice solo que usted debe ser libre de oponerse a la autoridad, lo que es algo completamente diferente. La esencia de la perspectiva liberal en el ámbito intelectual es la creencia en que la discusión sin sesgos es útil y que las personas deben ser libres de cuestionar cualquier cosa si pueden sostener sus cuestionamientos en argumentos sólidos”.
Russell aclara que un liberal no es favorable al cambio a toda costa ni menos aun a cambiar un régimen que tiene algunos defectos por uno que podría ser más tiránico. Agrega: “Un liberal debe abogar por el establecimiento de ciertos límites para el ejercicio de la autoridad y espera que estos límites sean observados, no solo cuando la autoridad promueva un credo con el que él no está de acuerdo, sino también cuando promueve uno con el que está completamente de acuerdo. Yo soy, por mi parte, un creyente en la democracia, pero no me gusta ningún régimen que haga obligatoria la creencia en la democracia.”
El artículo de Bertrand Russell de 1951 -recordemos: plena Guerra Fría entre EEUU y la URSS- concluye con lo que el filósofo inglés llama “10 mandamientos que me gustaría formular como profesor de filosofía política”.
Esos mandamientos se resumen en varias reglas básicas para mantener el debate público abierto a discutir todos los temas y no censurar ninguno. Pide no basarse jamás en la autoridad porque siempre se puede encontrar una mejor autoridad contraria a nuestros pensamientos.
Recomienda encontrar más placer en la disidencia inteligente que en el acuerdo pasivo, porque “si usted valora la inteligencia como debería, la disidencia inteligente implicará a la larga un acuerdo más profundo que someterse pasivamente al otro”.
El mundo estaba al borde de la guerra atómica (y algunos días, como durante la crisis de los misiles en Cuba, lo estuvo no metafórica, sino realmente) y aun en ese contexto un verdadero liberal como Russell abogaba por el debate racional y el desacuerdo sincero. Vale la pena tomarlo de ejemplo en un momento en el que pareciera que la racionalidad política ha sido arrojada por el precipicio.
No hay democracia liberal sin debate y no hay debate posible en un contexto no democrático.
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