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Urge revisar la concepción educativa hogareña y escolar

Por: Gladys Seppi Fernández *

En materia de educación, hay ideas básicas, ya discutidas pero también olvidadas, que debiéramos reincorporar a nuestras actuales preocupaciones sobre el tema. Para su repaso las traigo acá:
Se ha definido muy certeramente la tarea educativa como la “ de ayudar a una persona a ser lo que es capaz de ser”, es decir a descubrir sus capacidades innatas, lo que lo distingue, le gustará hacer, tiene facilidad para hacer y pudiera ser un aporte enriquecedor para la sociedad.


Nos preguntemos fundamentalmente: ¿la escuela tiene entre sus fines despertar el ser que el educando es?, es más: ¿lo viene haciendo?


No. No lo hace. La inequívoca respuesta negativa a esta pregunta nos pone de cara a una tarea que la escuela debiera recuperar en cuanto le sea posible. Recuperar o iniciar.


Hay más preguntas: ¿Se insiste en ajustar el logro de necesidades escolares básicas como son la lectura, comprensión de textos, realización de operaciones matemáticas básicas, la copia y dictado de textos que parecen haber quedado sepultadas en el pasado?


Dice Jaim Etcheverry: “Ayudar a otras personas a descubrirse no es tarea de máquinas. ¿Y a qué ayudan? A mostrar lo que son capaces de ser con sus propias habilidades. Me parece que eso es fundamental.


Por otra parte, y sumando a estas consideraciones traigo un tema sobre el que advierten estudiosos de los problemas educativos: la escuela actual está un tanto deslumbrada por la tecnología.


Es verdad que la tecnología facilita cualquier acto educativo pero sólo debiera ser considerada una herramienta. Es verdad que nos allana el camino para llegar a la información pero debe quedar claro que el cómo se utiliza la información depende de cada persona. La tecnología no hace al sujeto más inteligente por sí misma, sino a través de adecuada su aplicación.


Mirar todo el día películas o Twitter no nos hará más inteligentes. Lo que hace más inteligente es aplicar lo aprendido, sumar experiencias, transferir a la acción lo aprendido.


Existen creencias muy equivocadas en educación que hacen necesaria una discusión a fondo entre docentes y padres enfocándonos en los bienes que ganan quienes reciben de una educación esmerada, bien pensada y adecuadamente discutida.


Es urgente lograr que se entienda que la escuela, los maestros y profesores deben ajustar sus exigencias, aplicar notas justas, luchar convencidos de que la escuela no está solamente para terminar dando certificados que facilitan el acceso a otros niveles educativos o a un puesto de trabajo, sino para mucho más: para ayudar a los seres humanos a encontrarse y desarrollar su destino.


Por eso debe reforzarse la idea de despertar una genuina curiosidad por saber en el alumno, dar evaluaciones que realmente midan lo aprehendido. Exigir que el alumno se capacite a conciencia.
¿Cuáles serían los resultados de una educación mejor pensada?


Lograríamos, seguramente, alumnos más conscientes de lo que hacen y después trabajadores más idóneos, que se aprenda más, que el alumno tome en serio su propia formación, que los padres concierten con los docentes para que se exija a sus hijos en cuya capacidad confían. Es decir que sean los primeros en rechazar los aprobados fáciles, para llegar así al más profundo y mejor saber.
Intentar crear una nueva conciencia debiera ser tarea inicial de este año de clases y reajustada durante todo el período escolar.


Teniendo en cuenta, además de lo que acá expresamos que, cuando se exige más es porque se cree, se respeta al alumno y sobre todo porque interesa su suerte futura.

Poder desarrollarse y superarse es, un derecho de cada individuo. Y ese derecho debiera ser entendido y defendido por padres y docentes que, contrariamente a lo que se hace hoy, debieran reclamar a la institución escolar más exigencia y espíritu de superación. Exigir lo contrario es insana demagogia, creer que no hay nada que aprender, por lo que extendemos esta idea de exigir más al uso del teléfono y películas. A lo que los chicos ven, con tanta libertad, en el teléfono o la TV u otras pantallas. ¡Cuán librados a su suerte están los párvulos de hoy a lo que, con su criterio inmaduro eligen ver! ¡Qué escasa intervención tienen y pueden tener los padres en una actividad en la que el dueño del teléfono manda!
Este permiso para decidir por sí qué películas y en qué horas ver solos programas ofrecidos con predominante intención comercial, es también un grave factor de desorden en la vida de sujetos en formación.


Padres y docentes debieran encarar una problemática que se agudiza, que crece en tanto los pocos adultos que la advierten y desean detenerla, se sienten de manos atadas. Desatendidos y solos.

*Educadora. Escritora


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