Una guerra de dos frentes


Para que su gestión resulte exitosa, Massa tendrá que hacer dos cosas: superar el escepticismo de los mercados y liquidar por completo la influencia de Cristina de Kirchner.


Parecería que quienes festejaron su entronización como “superministro” de Economía como si fuera un triunfo histórico creían que Sergio Massa ya había resuelto los problemas más graves del país y estaba por asumir la presidencia. Puede que en aquel momento Massa mismo, un político que siempre ha confiado ciegamente en su propia estrella, haya compartido el optimismo de sus simpatizantes, pero la realidad no tardó en advertirle que sería toda una hazaña lograr sobrevivir por mucho más tiempo que Silvina Batakis en el cargo que buscó tan afanosamente.

No bien inició su trabajo, las reservas del Banco Central, si es que aún quedaban algunas, siguieron esfumándose y muy pronto se dio cuenta de que no lo acompañarían economistas prestigiosos; por ahora cuando menos, le será necesario conformarse con un equipo dominado por funcionarios sin brillo personal.

Para que su gestión resulte exitosa, o sea, para que el país llegue a fines del año venidero sin sufrir un cataclismo, Massa tendrá que hacer dos cosas: superar el escepticismo de los mercados y liquidar por completo la influencia de Cristina Fernández de Kirchner. Es gracias al poder que conserva la vicepresidenta que virtualmente nadie fuera de su propio círculo supone que el gobierno será capaz de frenar la inflación y dejar de asfixiar a los sectores productivos del país. Son muchos los kirchneristas que desprecian al campo y a aquellos empresarios que no rinden homenaje al “relato” que han confeccionado, además de aferrarse a la convicción de que hay que continuar imprimiendo cantidades astronómicas de pesos para estimular el consumo y por lo tanto el crecimiento.

Por su lugar en el esquema gubernamental que se ha improvisado, Massa depende de la aquiescencia de una lideresa política que en las décadas últimas se ha opuesto con vehemencia a la clase de medidas que tendrá que tomar para demorar el colapso previsto por los preocupados por detalles como el enorme déficit fiscal, la ausencia de reservas y la inflación rampante. Desde el punto de vista de Cristina, los costos políticos de un “ajuste” serían insoportablemente altos, razón por la que insistió en que Martín Guzmán no debería intentar reducir el gasto público, pero ocurre que en un país sin plata la única manera de mantenerlo al nivel que ha alcanzado es dar rienda suelta a la inflación que, desde luego, castiga con saña excepcional a la clientela electoral del kirchnerismo. Massa, pues, se encuentra entre la racionalidad económica por un lado y, por el otro, la realidad política de Cristina.

¿Cuál importa más? En última instancia, la racionalidad económica, claro está. A menos que la respete, “los mercados” atentarán no sólo contra los intereses de los gobernantes, comenzando con Cristina, sino también contra aquellos del grueso de la población del país. Por tal motivo, sorprendería que dure mucho la tregua que han ratificado tácitamente el ministro y la vicepresidenta; después de extraer todo cuando pueda del casi agotado sector privado y los restos de la clase media, el gobierno no tendrá más alternativa que la de “ajustar” el sector público, por mucho que protesten los intendentes del conurbano, los gobernadores provinciales, los gremialistas estatales, los militantes de La Cámpora, los capos piqueteros y los millones que se han acostumbrado a percibir subsidios.

Es muy fácil repartir dinero entre quienes afirman merecer más, pero no lo es en absoluto dejar de hacerlo. El credo inventado por los kirchneristas es incompatible con las medidas que el gobierno – cualquier gobierno -, tendría que tomar para sacar al país del pantano viscoso al que lo han llevado y que amenaza con tragarlo. Es probable que Massa, que no carece de inteligencia, lo entienda muy bien, pero que se sienta constreñido a apaciguar a Cristina hasta que haya acumulado el poder suficiente como para desafiarla. Desgraciadamente para él, y para el país, es tan alarmante el estado de la economía nacional que no le será dado esperar mucho tiempo.

Massa cuenta con un aliado; la Justicia. Todo magistrado que se precie sabe que es su deber tratar a políticos eminentes acusados de perpetrar delitos con mayor severidad que a personas comunes. El que a través de los años pocos hayan actuado así ha contribuido mucho a la decadencia del país al permitir la consolidación de una clase política de mentalidad rentista, pero puede que algo esté por cambiar. Ha sido tan contundente el alegato de los fiscales en el caso protagonizado por Cristina que no sorprendería que el espectáculo la privara de una parte significante de su capital político, lo que a buen seguro sería motivo de alivio para Massa o para su eventual sucesor en el ministerio de Economía.


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