Un nuevo intento por proteger la biodiversidad
Casi un millón de especies de plantas y animales están al borde de la extinción y el 60-70% de los ecosistemas se están degradando más rápido de lo que se pueden recuperar.
Cuando apenas empezaba diciembre, las preguntas sobre qué hacer, cómo y de qué manera resolver la alarmante y creciente pérdida de la biodiversidad global, fueron, otra vez, motivo de discusión. Y otra vez fue Montreal la sede de un nuevo desafío medioambiental. Tal como ocurrió en 1987 cuando en la ciudad canadiense se adoptaron las primeras acciones para garantizar la protección de la capa de ozono.
Hoy, nuevamente se enciende una luz de esperanza con la adopción del denominado “Marco Mundial para la Biodiversidad Kunming-Montreal”, que salió a la luz el 19 de diciembre.
Se trata de una nueva hoja de ruta con 23 objetivos, al que adhirieron los 195 países miembros de la Convención de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica (CDB), que sustituyen a las metas de Aichi (Japón) de 2010. El objetivo, sin duda, es ambicioso, y apunta a revertir la pérdida de especies vegetales y animales que amenaza la estabilidad del planeta. Y cuya principal responsable es la actividad humana.
Este acuerdo podría marcar un punto de inflexión en el modo como nos relacionamos con la naturaleza.
Los principales problemas
Después de todo, la mitad del PIB mundial proviene de la actividad económica en sectores que son mediana o altamente dependientes de los ecosistemas. Sin embargo, esos activos naturales vitales están cada vez más comprometidos.
Casi un millón de especies de plantas y animales están al borde de la extinción y el 60-70% de los ecosistemas del mundo se están degradando más rápido de lo que se pueden recuperar.
El reciente acuerdo pretende detener y revertir la pérdida de la biodiversidad. El objetivo es llegar al 2030 con el 30 % de la superficie terrestre como también, el 30 % de la marina bajo protección. Hoy, esa cifra se ubica en el 17% de la tierra y aproximadamente el 8% de los océanos.
A pesar de que el cambio climático, la biodiversidad y la desertificación son problemas interrelacionados, en la “Cumbre de la Tierra” de Río de Janeiro (1992) se establecieron tres convenciones distintas para abordar ese tríptico de calamidades ambientales.
Al dividir esos temas, los arquitectos de las convenciones tal vez esperaban dar a cada uno la atención que merecía. Pero no fue así. El trabajo en los tres frentes se ha desarrollado a un ritmo distinto, y la crisis climática ha recibido la mayor parte de la atención.
Tal vez, porque la influencia de la actividad humana en el clima puede reducirse a una gran causa: la cantidad de gases de efecto invernadero que se liberan a la atmósfera, y su efecto principal, el aumento de las temperaturas. En el caso de la biodiversidad, por el contrario, la complejidad de los ecosistemas compuestos por vastas redes de organismos vivos significa que a veces son difíciles de comprender, y más aún, de cuantificar.
A pesar de ello, el acuerdo logrado conlleva sorprendentes paralelismos con el Acuerdo de París que ha guiado la acción climática desde 2015.
Entre los puntos de coincidencia entre ambos aparece con claridad la necesidad de insistir en el compromiso por parte de los países de comunicar la estrategia asociada a la consecución de los objetivos fijados.
Ahora también, como en el Acuerdo de París, la pregunta es sí esos objetivos son realizables.
Los desafíos
El desafío será traducir esas aspiraciones en realidades. Y esto dependerá en gran medida del financiamiento hacia países en desarrollo. Tal como se prevé, se estima movilizar al menos 200 mil millones de dólares por año para 2030, provenientes de todas las fuentes de financiamiento: nacionales, internacionales, públicas y privadas.
También se espera que los países desarrollados aumenten sustancial y progresivamente sus flujos financieros internacionales destinados a proteger la naturaleza, al menos, en 30 mil millones dólares por año para 2030. Se supone que ese dinero proviene de los países más ricos del mundo.
Los mismos que han fallado de manera sistemática en proporcionar los 100 mil millones de dólares al año en ayuda climática legalmente requeridos por el Acuerdo de París.
De acuerdo con las estimaciones hechas en mayo de 2022 del Instituto Paulson, existe una brecha de financiamiento de 711 mil millones de dólares para detener de un modo efectivo la pérdida de la biodiversidad.
Es cierto que proteger la naturaleza puede parecer muy caro, especialmente cuando los países tienen dificultades para lidiar con las secuelas de la pandemia de covid-19; pero esa inversión representa menos del 1 % del PBI mundial anual y poco más de un tercio del gasto militar total en todo el mundo.
(*) Diplomático.
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