Un gobierno herniado por parodias de sí mismo
Si todo el sainete de Alfa en Gran Hermano fue pensado como un arma distractiva; lo único que confirmó es el grado de distracción irreversible que tiene el propio Gobierno de la realidad.
Si la Argentina tuviese verdadero interés por aprender algo de las novelas distópicas que desde George Orwell vienen advirtiendo sobre el riesgo moderno de los gobiernos de vigilancia, conducidos por un “Gran Hermano”, debería estar observando el nuevo giro autoritario que da el régimen chino.
Xi Jinping, el líder del partido más poderoso del planeta, ha resuelto acentuar el personalismo del régimen; remover obstáculos que podían acotar su perpetuación; purgar ostensiblemente a su antecesor en el cargo, y sacralizar su doctrina a niveles inesperados desde Mao Tsé Tung.
En occidente están sonando alarmas nuevas. No sólo por el respaldo solapado que China le dio a la aventura bélica de Vladimir Putin en Europa. La revista The Economist recordó que ningún régimen despótico en la historia ha tenido recursos que se comparen con el poderío de la China contemporánea.
En Argentina, estas preocupaciones por el capitalismo de vigilancia se mantienen en un rango muy distinto, notoriamente inferior. El Presidente de la Nación -que no se ofendió cuando un gobernante extranjero, como el venezolano Diosdado Cabello, lo insultó tratándolo de cobarde, servil y rastrero- decidió agraviarse contra un personaje televisivo de un programa de ficción.
El “episodio Alfa” de la agenda presidencial podría haber terminado con el despido de su vocera, la inverosímil Gabriela Cerruti. Pero hubiese sido inocuo, porque la instrucción, al fin de cuentas, provino del propio Presidente. Si todo el sainete fue pensado como un arma distractiva frente al desorden fenomenal del Gobierno; lo único que confirmó es el grado de distracción irreversible que tiene respecto de la realidad.
Cristina Fernández, dueña del panóptico fallido, no habla con Alberto Fernández . Ni siquiera algo tan grave como un atentado contra la vice permitió que ambos superen el encono que se profesan y que permea hasta la última napa del aparato estatal.
Las facciones del Frente de Todos iniciaron una diáspora nada pacífica. Cada tribu busca pertrecharse en la retirada con una tajada de los recursos fiscales que administran.
Como esto describe la realidad política en la cima del poder, las facciones de lo que alguna vez fue el Frente de Todos han comenzado una diáspora para nada pacífica, ya que cada tribu busca pertrecharse en la retirada con una tajada de los recursos fiscales que administran. Esa puja desborda en las paritarias, los tironeos por los planes sociales y las presiones corporativas que llueven -sin orden, ni cálculo- sobre el Congreso, que se apresta a tratar el Presupuesto.
Algunos gobernadores provinciales están dando en el Parlamento una pelea justificada por la distribución de subsidios al transporte. Pero está claro que, finalizada esa escena, partirán todos raudamente a sus territorios a gerenciar un calendario de elecciones locales que busca alejarse por espanto del colapso de gestión en el Gobierno nacional.
El desorden oficialista no se espeja tal cual en la oposición, pero le siembra un desafío de primer orden. Que no es la definición del para qué, como propone el último título de Mauricio Macri. La crisis política del kirchnerismo resuelve cualquier duda sobre el para qué. Es transversal a toda la oposición la convicción sobre la necesidad y urgencia de un cambio. La cuestión controversial es el cómo.
Allí persiste una divisoria de aguas. Alrededor de Macri orbitan los dirigentes liberales, radicales y cívicos que creen que la legitimación de reformas profundas -y también traumáticas- ya está operada en la cultura política por el fracaso kirchnerista. Que la elección de 2023 sólo sellará con votos esa batalla cultural concluida. Y que un nuevo gobierno deberá convertir ese resultado en la letra de un decreto ómnibus de amplio espectro.
En torno a Horacio Rodríguez Larreta descreen de ese cambio cultural. Piensan que otra vez el voto rechazo abrirá una oportunidad para el cambio, pero subrayan que debe ser construido. Insisten en un consenso con plan, porque un proyecto mayoritario es heterogéneo por definición: “Un plan sin consenso sólo engrosa la biblioteca; un consenso sin plan es voluntarismo”.
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