Un cuarto de siglo entre dos crisis
El año que comienza puede alumbrar un primer formato político de salida, tras el derrumbe económico.
Que la Ciudad de Buenos Aires despegue su elección local de las nacionales y la provincia de Buenos Aires esté analizando seguir por el mismo camino es una novedad de primer orden para el sistema político. El conglomerado demográfico que componen ambos distritos fue el principal beneficiario del consenso de 1994, el que dispuso la última reforma constitucional y eliminó el colegio electoral para elegir presidente. Desde entonces, el área metropolitana de Buenos Aires monopolizó en la práctica la decisión sistémica más importante: quién conduce el poder nacional.
Ese consenso atravesó una crisis profunda a principios de siglo, pero encontró en el modelo de coaliciones una vía de supervivencia que fue efectiva hasta el año pasado. Un cuarto de siglo después, una nueva crisis económica, el estallido de una aceleración con destino hiperinflacionario, la puso en jaque. Se eligió un nuevo presidente, pero el modelo de organización política quedó en veremos. En la sociedad se impuso una polarización marcada; en la representación política lo opuesto: una fragmentación inédita. La crisis económica operó como una fisión nuclear: destrozó las coaliciones, los partidos que las integraban, e incluso sus líneas internas, partículas subatómicas de las estructuras en derrumbe.
Sociedad polarizada, política fragmentada. Esa contradicción del sistema representativo no se ha resuelto. Si la crisis cede y la economía continúa camino a la estabilidad, las elecciones del año que comienza serán el primer indicio del nuevo modelo político. Mientras tanto, la dirigencia existente y la emergente estarán gimiendo dolores de parto. El desdoblamiento de las elecciones locales comenzó como una tendencia temprana en las provincias periféricas, se fue extendiendo a distritos más potentes y ahora llega al corazón del poder central. Por el momento afecta a uno de los extremos de la polarización, el que lidera Javier Milei. Cristina Kirchner intenta retener a Axel Kicillof para que no imite a Jorge Macri. Si lo consigue, obtendrá una relativa ventaja táctica.
Los argumentos en favor de las elecciones desdobladas son los mismos de siempre: proteger la relevancia imprescindible que merece el debate de las agendas locales. Los argumentos de quienes se oponen al desdoblamiento también son los de costumbre: la elección nacional plebiscitará un cambio estructural y la sociedad no debe dispersar sus energías en conversaciones menos prioritarias. En el fondo opera la puja entre las fuerzas que centrifugan -Milei y Cristina- y las fuerzas que se resisten a licuarse en el centro inexistente de la polarización.
Esa disputa se desarrolla esta vez con una herramienta nueva -el voto con boleta única- y una novedad posible: la derogación de las Paso en la Ciudad de Buenos Aires abre una posibilidad para hacer lo mismo a nivel nacional. El modelo político colapsado va entregando en cuentagotas algunas concesiones a la transparencia electoral. La estatización de las internas partidarias cosecha un amplio encono social que se expresa en el rechazo al voto obligatorio en las primarias. Para cambiar eso, el Gobierno debería convocar a sesiones extraordinarias del Congreso. No lo hizo para cuestiones también urticantes, como la aprobación del Presupuesto.
Damero infinito
La autonomía electoral decidida por Jorge Macri y las angustias del kirchnerismo para evitar que Kicillof siga la misma brújula vienen a confirmar una tendencia que es la contracara de la concentración de poder que el balotaje le ofrendó a Milei. La gobernabilidad es un damero, no un círculo de anillos concéntricos sobre la Casa Rosada. La crisis económica es un desafío para todos los que gestionan algún nivel de gobierno. Todos son frágiles por definición. Pero también, en algún momento, el eslabón imprescindible de la cadena.
Milei y los gobernadores no tardaron en entenderlo. Las negociaciones en las que se cruzaron siguen abiertas y a tiempo completo. Pero no se reducen a la transacción de recursos fiscales, sino que comienzan a latir con las pulsaciones de una nueva economía. No sólo la representación política está en proceso de cambio. También las tensiones de lobby de los sectores económicos favorecidos o perjudicados ante la perspectiva de salida de la crisis.
Pudo observarse en el debate con consenso positivo por la ley Bases y en el debate (con silencioso y sugestivo consenso por la negativa) del Presupuesto. Las provincias del sur impactadas por la economía de los recursos energéticos o las del norte de ecuación extractiva con el litio se hicieron oír tanto o más que las del complejo agroindustrial. El área metropolitana, adormilada desde hace décadas por la digestión de generosos subsidios, apenas puede reaccionar.
El regreso sin gloria de Cristina Kirchner al PJ, sin gobernadores que la acompañen, es al mismo tiempo una admisión implícita de esos cambios y un intento de supervivencia. El anuncio electoral de Jorge Macri refleja una reacción similar del otro expresidente en juego, Mauricio Macri. Al igual que la confianza de Milei en su capacidad de articulación distrital con los gobernadores que se legitimaron en las elecciones locales desdobladas del año pasado.
En ese damero casi infinito, donde para mayor complicación no faltan también los escaques grises, habrá en el año que se inicia al menos tres grandes resultados electorales para leer: la sumatoria general de votos, que plebiscitará la gestión nacional de la crisis; el desenlace en cada distrito provincial, donde los líderes regionales ensayarán alianzas flexibles con el poder central; y el cociente que definirá la nueva composición de las dos cámaras del Congreso de la Nación.
Será la combinación de todos estos factores múltiples lo que delineará un primer formato político de salida de la crisis. O de su evolución, si las variables económicas precariamente estabilizadas este año se ven afectadas por algún signo de turbulencia.
Fantasma errante en el que es preferible no pensar, al menos durante la tregua de la Noche Vieja.
Que la Ciudad de Buenos Aires despegue su elección local de las nacionales y la provincia de Buenos Aires esté analizando seguir por el mismo camino es una novedad de primer orden para el sistema político. El conglomerado demográfico que componen ambos distritos fue el principal beneficiario del consenso de 1994, el que dispuso la última reforma constitucional y eliminó el colegio electoral para elegir presidente. Desde entonces, el área metropolitana de Buenos Aires monopolizó en la práctica la decisión sistémica más importante: quién conduce el poder nacional.
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