Se acerca el turno de los economistas


Los votantes argentinos ¿Verán al ajuste por venir como algo inevitable que es preciso soportar, o como otra agresión inmerecida contra la cual hay que luchar?


Sergio Berni, el ministro de seguridad de la provincia de Buenos Aires, en el centro, es extraído de una protesta en Buenos Aires, el lunes 3 de abril de 2023. Berni fue atacado durante una protesta de conductores de autobuses luego del asesinato de un compañero de trabajo. (AP Foto/Andrés Pelozo)

Todo gobierno tiene que elegir entre privilegiar lo económico por un lado y lo político por el otro, razón por la cual en los países democráticos es habitual que alternen en el poder partidos que a su modo representan una de las dos tendencias así supuestas. Lo ideal sería equilibrarlas, pero muy pocos han logrado hacerlo. Así pues, algunos gobernantes, como el francés Emmanuel Macron, se sienten obligados a dar prioridad a lo económico, en su caso para sanear el costoso sistema previsional de su país antes de que caiga en pedazos, pero al actuar de tal modo ha desatado una rebelión callejera masiva. Otros, entre ellos Cristina Kirchner, Alberto Fernández y Axel Kiciloff, subordinan todo a sus intereses políticos; como pudo preverse, el desprecio que sienten por los números ha provocado un desastre económico descomunal.

Se ha hecho tan mala la situación del país que el próximo gobierno, aun cuando resultara ser peronista, no tendrá más opción que la de someterse a la lógica económica. Es su karma. Sin recursos monetarios, le será necesario tomar medidas que sus propios partidarios encontrarán sumamente antipáticas. No es por motivos ideológicos que están achicándose las diferencias entre los dos precandidatos presidenciales más favorecidos por los sondeos, Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, sino porque ambos entienden que no habrá lugar para muchas variantes.

De ser otras las circunstancias, la jefa titular del PRO lideraría un partido conservador obsesionado por el déficit fiscal y la seguridad, mientras que el alcalde porteño militaría en uno socialdemócrata, pero la crisis en que está envuelto el país ha eliminado tales distinciones. Tampoco hay mucha diferencia entre las posturas de quienes llevan la voz cantante en Juntos por el Cambio y “halcones” célebres como Ricardo López Murphy y el libertario José Luis Espert, si bien el a menudo extravagante Javier Milei ha logrado mantenerse alejado del nuevo consenso que está conformándose.

Mal que nos pese, el país está condenado a ir de un extremo a otro, de la politización de todo a la supremacía casi absoluta, es de esperar relativamente breve, de lo económico. ¿Cómo reaccionará la sociedad ante un cambio tan brusco? Nadie sabe la respuesta, pero sorprendería que tolerara tranquilamente el ajuste severísimo que se avecina.

El episodio protagonizado el lunes pasado por el ministro de seguridad de la Provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, cuando intentaba intervenir en una protesta de colectiveros que repudiaban el asesinato de un chofer en La Matanza, reflejó el estado de ánimo de muchísimas personas que se sienten traicionadas por la clase política nacional. ¿Verán al ajuste por venir como algo inevitable que es preciso soportar, o como otra agresión inmerecida contra la cual hay que luchar?

Los dirigentes de Juntos por el Cambio que están preparándose para encargarse del país se proponen comenzar su gestión con una ráfaga de medidas impactantes que produzcan mejoras antes de que los kirchneristas y sus aliados hayan tenido tiempo en que reagruparse. Sería una estrategia ambiciosa cuyo eventual éxito dependería de su capacidad para convencer a la mayoría de que realmente no hay ninguna alternativa mejor.

Demás está decir que muchos estarán en desacuerdo. Los kirchneristas tratarán de movilizar a los vinculados con los “movimientos sociales” para combatir lo que calificarán de un asalto brutal oligárquico contra los pobres que, por desgracia, para entonces incluirán a la mayor parte de la población del país. Puesto que, por motivos comprensibles, a quienes apenas logran subsistir no les importa que, a la larga, las medidas asistenciales casi siempre resulten contraproducentes, a los decididos a hacer fracasar cualquier programa de reformas “estructurales” no les será difícil llenar las calles de manifestantes indignados.

Fue por temor a que algo así ocurriera, además de la conciencia de que la coalición que encabezaba no contaba con una mayoría en el Congreso y la esperanza de que el país no tardara en recibir un torrente caudaloso de inversiones, que en 2015 Mauricio Macri optó por aplicar un programa “gradualista”.

El ex presidente no es el único que, andando el tiempo, reconocería que al obrar así cometió un error muy grave al desistir de aprovechar plenamente las ventajas, que tenían fecha de vencimiento, que le había brindado su triunfo electoral. Aunque los presuntos presidenciables de Juntos por el Cambio se afirman resueltos a no caer en la misma trampa, no puede sino perturbarlos el que las dudas de Macri ocho años antes se hayan basado en realidades bien concretas que, a partir de entonces, han adquirido dimensiones alarmantes.


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