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“Robinsonadas”, libertarios y cambio social

Creer que todo depende exclusivamente del esfuerzo personal ignora las profundas desigualdades estructurales y fomenta la frustración cuando las expectativas no se cumplen.

Robinson Crusoe es el protagonista de una novela inglesa del siglo XVIII, escrita por Daniel Defoe, que narra las peripecias de un náufrago aislado en una isla desierta. Aunque más adelante se incorpora un personaje coprotagonista, llamado Viernes, la obra gira en torno a las estrategias de supervivencia de Crusoe, quién, en su soledad, pareciera depender únicamente de sí mismo.

Karl Marx, uno de los pensadores clásicos de la Sociología, junto con Weber y Durkheim, utiliza el término “robinsonada” de forma irónica y peyorativa para referirse a las concepciones de filósofos y economistas que, al tratar cuestiones de interés público, colocan al individuo en el centro de los fenómenos que analizan, ignorando su contexto histórico y social.

Las robinsonadas son, por lo tanto, explicaciones que presentan al individuo como el hacedor natural de la historia, desconociendo que, en realidad, es un producto de la historia misma, de la sociedad en la que vive y de las condiciones materiales que la conforman. En este sentido, Marx señala que concebir a una persona aislada de su entorno social es tan absurdo como pensar en “el desarrollo del lenguaje sin individuos que convivan y se comuniquen entre sí” (Marx, 2014: 59).

Esta introducción resulta oportuna en el marco de un discurso remanido en Argentina que, aunque creíamos sepultado en los años 90, o al menos atenuado, todavía sigue vigente.

Dicho discurso atribuye las condiciones de vida de las personas a supuestas cualidades individuales –morales, intelectuales o laborales–, como si el éxito educativo, laboral o económico dependiera exclusivamente de la iniciativa personal. Tal perspectiva permea sobre todo entre economistas ortodoxos, liberales y libertarios, quienes, como comunicadores que son, buscan construir un sentido común basado en esta idea. Pero no son los únicos: en el discurso público, las redes sociales y la oferta cultural (libros, programas de TV) se promueve la idea de que, con suficiente deseo o voluntad, se puede alcanzar el bienestar emocional y económico.

Sin embargo, que se haga énfasis en los condicionamientos sociales existentes y se reconozca en ellos factores causales para muchas de las situaciones que nos toca vivir cotidianamente no significa que estos discursos individualistas carezcan de efectos concretos en la realidad. Así es como aparecen continuamente influencers, gurúes y traders financieros, quienes presumen tener la llave a la felicidad y al consumo desembozado de bienes materiales, azuzando el sueño aspiracional de sus seguidores/clientes.

A base de pura voluntad y bajo la promesa de dinero fácil, autos de alta gama y mansiones fastuosas, preparan las condiciones para que a campo abierto proliferen las estafas, junto con el desencanto, posterior resentimiento y eventual ajuste de cuentas de quienes resulten engañados (varios de estos casos suelen aparecer en las crónicas policiales).

En otro orden, también podemos verlo en las encuestas de opinión pública, donde las explicaciones de fenómenos políticos o económicos suelen girar en torno a atributos personales muy puntuales de ciertos líderes o ciudadanos.

Mas reconocer los efectos sociales que pueden tener estas ideas y, en general, determinadas producciones culturales que sitúan al individuo en el centro de la escena, permite que podamos contextualizarlo y compararlo con otros momentos de la historia para darnos cuenta que esto no siempre fue así. Historiar estas ideas nos permite desnaturalizarlas, lo cual es muy importante, ya que cuando algo se percibe como “natural”, tendemos a considerarlo inalterable, irreversible, que eternamente se manifestará de la misma forma.

En estos términos, el individualismo no es una verdad eterna, sino una construcción colectiva que responde a momentos específicos de la historia.

La sociología, al poner de relieve los condicionamientos sociales, nos recuerda que el cambio social es posible. Al contextualizar al individuo en su entorno social e histórico, reconocemos que el ser humano no es un héroe aislado que opera por propia cuenta, como en las robinsonadas mencionadas, sino que sus acciones y decisiones están intrínsecamente ligadas a las circunstancias sociales en las que vive.
En resumen, creer que todo depende exclusivamente del esfuerzo personal ignora las profundas desigualdades estructurales y fomenta la frustración cuando las expectativas no se cumplen.

La historia y la sociología nos enseñan que el cambio en nuestras condiciones de vida no surge de esfuerzos individuales aislados, o de la pura fé, sino de la interacción constante con el entorno social e histórico que nos condiciona, ofreciéndonos, al mismo tiempo, oportunidades de transformación con los demás.

Esto no implica en absoluto negar el margen de acción de los individuos, pero sí permite situarlo en un contexto de posibilidades dado, porque, en última instancia, somos personas que hacemos la historia con lo que la historia hizo de nosotros.

*Víctor Damián Medina es sociólogo y doctor en Ciencias Sociales. CIHaM/FADU (UBA).


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