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Prometeo en Río Negro: a 40 años del dominio del enriquecimiento de uranio en Pilcaniyeu

La visión de Alfonsín, que produjo una de las pocas Políticas de Estado de la Argentina, la convirtió en uno de los más confiables y responsables productores y exportadores nucleares, así como uno de los más comprometidos en los foros vinculados a la no proliferación

Hace hoy 40 años, el 18 de noviembre de 1983, tuvo lugar el más formidable aunque paradójicamente poco conocido anuncio de toda la historia científico-tecnológica argentina: el dominio de la tecnología del enriquecimiento de uranio, logrado poco antes en la entonces secreta planta de Pilcaniyeu, provincia de Río Negro.

No se trató exclusivamente de una contribución científica y productiva extraordinaria para la Argentina y el mundo, sino también y sobre todo, un suceso de trascendencia política internacional, pues aun hoy es un conocimiento que sólo domina un puñado de países –el “Club Atómico”-, considerada una “tecnología sensible o dual” pues es tanto la llave de invaluables usos pacíficos (medicinales, científicos, energéticos, spinn off para la industria, etc.), como para fabricar armas de destrucción masiva, como lo han hecho las potencias nucleares que amenazan con la aniquilación del planeta, remitiendo de este modo a la cuestión prioritaria de la agenda mundial, la Seguridad, pues involucra la vida o la muerte de los Estados.

Tanto el marco general de este suceso -que recogí como entonces joven diplomático en mi libro Una épica de la paz. La Política de Seguridad Externa de Alfonsín (EUDEBA, Bs.As, 2016)-, como sus detalles técnicos -que relató mi querido amigo y admirado mentor, el físico Eduardo Santos, uno de sus protagonistas, en su incomparable libro El diablo de Maxwell (Fondo Editorial Rionegrino, Viedma, 2018)-, comprenden una historia apasionante y motivo de orgullo para nuestro país, que intentaré compendiar aquí.

Este anuncio tiene una larga e intrincada historia previa. Desde los años ’30, con el aporte de notables científicos argentinos y extranjeros y de políticos y militares imbuidos de la trascendencia que tendría la tecnología nuclear, incluso antes de que ella existiera, la Argentina fue completando un formidable desarrollo, que la había convertido hacia 1983 en uno de los pocos países capaces de producir y exportar sus propios avances. Parte esencial de esta historia la venía concretando la empresa Investigación Aplicada (INVAP) -dirigida por el genial Franco Conrado Varotto, dependiente de la Provincia de Río Negro y de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) conducida por el marino-ingeniero Vicealmirante Carlos Castro Madero-, en la que un selecto equipo de técnicos había alcanzado secretamente en la planta de Pilcaniyeu –“Pilca” para los iniciados-, a 70 km de Bariloche, en un paraje desértico, aislada, de difícil acceso y custodiada celosamente, la compleja tecnología de dominar el ilimitado poder de fisionar el átomo, enriqueciendo el isótopo de uranio natural U-235 en un 3 a 4%, para fines pacíficos, pero que si fuera elevado a 90% permitiría construir una bomba.

Aquel proyecto había sido concretado luego de cinco años de trabajos sin filtración informativa alguna, ni siquiera para los servicios de inteligencia de las potencias nucleares, de un modo tan hermético que Castro Madero, no el presidente militar, fue quien lo anunció antes que al mundo, al entonces Presidente electo aunque no asumido, Raúl Alfonsín, en una reunión secreta realizada en el sótano de la casa de un funcionario de la CNEA, en el barrio porteño de Núñez, en un operativo con ribetes de films de espionaje.

En aquel anuncio público, Castro Madero subrayó el fin pacífico del proyecto, su puesta a disposición de América Latina y lo justificó como respuesta a la reciente suspensión del habitual aprovisionamiento de ese material por los EE. UU. (justo cuando la Argentina se lanzaba como exportador de reactores experimentales), aunque también se sabía que era parte de la política norteamericana de condena a las violaciones de los Derechos Humanos.

El Gobierno militar no subestimó la repercusión internacional del anuncio y montó un meticuloso aparato preventivo: antes del anuncio, el Canciller Aguirre Lanari lo había comunicado a los embajadores de las potencias y también había ofrecido junto a Castro Madero un almuerzo informativo a los embajadores de América Latina en el Palacio San Martín. El anecdotario contaría luego que el Chargé d’Affaires de la embajada norteamericana fue retirado en camilla del Palacio a causa del colapso que le produjo la novedad.

La noticia recorrió el globo, posicionando a la Argentina entre los ocho países capaces de esta hazaña técnica. Aunque su objetivo no era bélico y así lo consignaba claramente el anuncio oficial, los oscuros antecedentes argentinos –la falsa bomba de plutonio anunciada en los ’50 por Perón y la “novela negra” sobre otra bomba de plutonio ordenada por Perón en los ’70-, los trascendidos sobre el alcance de 1.000 km del vector “Cóndor” –otro proyecto secreto, pero de la Fuerza Aérea y la Comisión de Investigaciones Espaciales, ideal para arrojar una bomba nuclear-, la forma ultra secreta en que se había conducido, bajo el mando de un marino-ingeniero y de un Gobierno militar, sin intervención de la Cancillería, y el tratarse de una técnica capaz de producir un explosivo nuclear, despertó graves suspicacias en los EEUU y otras potencias, que lo interpretaron como una amenaza a la proliferación mundial, así como del Gobierno militar brasileño que lo consideró un desafío a su seguridad y reforzó su propio desarrollo, desatando una competencia juzgada como una carrera por la posesión de armas de destrucción masiva en América Latina. A ello se sumaban las presiones del frente interno, como ecologistas de izquierda y liberales de derecha que criticaban severamente el anuncio.

Alfonsín era consciente del complejo trilema político, técnico y moral que se le planteaba con aquella poderosísima herencia que dejaba en sus manos el Gobierno militar, del grave compromiso de aquel “presente griego” que le traspasaba tanto prestigio como costo pues se había cruzado el Rubicón de la seguridad nuclear mundial, un fait accompli sin marcha atrás que conculcaría buena parte de su futura política exterior, una disyuntiva equivalente al del film “Oppenheimer”, cuando en 1945 los EEUU debieron escoger entre un desarrollo nuclear pacífico o militar. Pero Alfonsín resolvió esta gigantesca responsabilidad de escala mundial, optando por propia voluntad –no impuesta por otras potencias tras una derrota militar como había ocurrido a Alemania y Japón-, por autolimitar ese poder exclusivamente para el bien, es decir, no restringiendo sus extraordinarios beneficios pacíficos, pero sometiéndolo a un control civil, parlamentario y de la Cancillería en lo atinente a sus delicadas implicancias internacionales, lo cual quedó consignado mediante un comunicado que el Presidente electo publicó en los diarios el mismo día del anuncio.

Apenas asumido, Alfonsín condujo una paciente, compleja y genial política de fomento de la confianza con los EE. UU. y, sobre todo con el Brasil, un proceso único en el mundo de renuncia unilateral al uso militar de esa tecnología, cuyo ícono fue la histórica invitación de Alfonsín al Presidente Sarney a visitar en 1987 esa misma Planta de Pilcaniyeu, base sine qua non de la posterior creación del Mercosur y germen de la exitosa ABACC, la agencia bilateral que aun hoy controla los usos nucleares pacíficos de ambos países.

Esta visión, que produjo una de las pocas Políticas de Estado de la Argentina, la convirtió en uno de los más confiables y responsables productores y exportadores nucleares, así como uno de los más comprometidos en los foros vinculados a la no proliferación, la seguridad y los usos pacíficos de esta tecnología, como lo confirma la reciente reelección del diplomático argentino, el Embajador Rafael Grossi, como director del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), principal organismo mundial en la materia.

La escala de esta proeza tecnológica podría describirse alegóricamente a través del mito de Prometeo, aquel titán que, apiadándose de la vida miserable y bestial que entonces llevaba el hombre, se coló en la fragua donde Vulcano forjaba el fuego sagrado de los dioses, para tomarlo y entregárselo a los seres humanos en forma de know how de la más poderosa técnica creada por el hombre, con la que la humanidad y, en este caso, la Argentina, dio un paso gigantesco hacia su desarrollo.

(*) Diplomático de carrera y miembro del Club Político Argentino y de la Fundación Alem


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