Preferimos creer en vez de pensar


Con semejante presión social va a ser muy difícil que el tribunal pueda ser objetivo. El fanatismo político nos condujo a una encrucijada muy negativa.


El psicólogo y premio Nobel de Economía Daniel Kahneman sostiene que tenemos en el cerebro dos sistemas distintos que modelan cómo pensamos. El primer sistema ofrece respuestas rápidas, intuitivas y emocionales, mientras que el segundo sistema es más lento, deliberativo y lógico. El sistema de pensamiento rápido nos ahorra mucha energía y nos permite ser eficaces en una gran cantidad de situaciones, por eso es el que más usamos.

Hace cientos de miles de años, en el comienzo del desarrollo del cerebro humano, poder dar respuestas eficaces inmediatas ante peligros imprevisibles (como el ataque de un animal o de una tribu enemiga) fue una gran ventaja del homo sapiens. Pero este sistema de respuestas rápidas nos llevó también a cometer muchos errores. Kahneman llama a estos errores “sesgo cognitivo”. Un sesgo cognitivo es una interpretación errónea sistemática de la información que está disponible; y ejerce una gran influencia en la manera de procesar los pensamientos, emitir juicios y tomar decisiones. Es decir, el sesgo cognitivo no solo nos hace pensar erróneamente, sino también actuar equivocadamente.

El más común de los sesgos es el de confirmación: es el error que nos lleva a aceptar solo información que confirma nuestras creencias previas y a descartar toda la información que desmiente esas creencias. De esta forma nos encerramos en lo que ya creemos y nos negamos a aceptar aquello que podría desmentirnos. Este sesgo no es el único, hay decenas de sesgos y todos ellos nos hacen creer cosas erróneas y adoptar conductas equivocadas.

Un campo en el que los sesgos cognitivos más oscurecen las mentes y donde es más difícil lograr que una persona comprenda que está teniendo creencias irracionales es el de las creencias políticas. Una persona que está totalmente identificada con un bando (o en contra de un bando, que es la forma actual de pensar la política: no por la positiva, sino como oposición a los que se detesta) posiblemente caiga en creencias totalmente falsas sobre lo que está sucediendo y sus análisis de la realidad no tengan el mínimo sustento objetivo. Pero como esas creencias están muy ligadas a sus emociones (en especial a sus emociones más primitivas) es casi imposible convencerla de su error: creerá que la persona que le señala un error es partidaria del bando al que se opone.

Esta semana hemos tenido un caso que se ha debatido en toda la sociedad y que ocupó gran espacio en los medios de la Argentina. Fue el alegato de la fiscalía en la causa de Vialidad en la que se acusa a la vicepresidenta Cristina Fernández y a otros funcionarios de corrupción con la obra pública en Santa Cruz. Los medios opositores al gobierno (que son la mayoría) han señalado que la fiscalía presentó tres toneladas de pruebas. Hay millones de personas que creen eso.

En unos muy pocos artículos (entre ellos la columna del martes pasado de Carlos Pagni en el diario La Nación) se puso en duda no solo que hubiera toneladas de pruebas sino que se haya presentado aunque sea una sola prueba. Todo el que detesta a Cristina Fernández no puede ni pensar que esto sea cierto, pero desde el punto de vista jurídico realmente no se presentaron pruebas. Solo se señalaron sospechas. La Constitución no acepta que se condene a nadie por sospechas sobre sus acciones o intenciones. Hay que probar que cometió un delito.

Ahí tenemos un problema. Hay millones de personas que creen que los acusados son culpables y cuando un alegato fiscal coincide con sus sospechas dan por cierto que eso es una prueba. Juntos por el Cambio, el principal partido de oposición, dio por probadas las acusaciones, lo que es lógico porque eso beneficia su campaña electoral. Lo hizo con decenas de declaraciones de diputados y senadores que causaron asombro, como la del legislador porteño Roberto García Moritán (conocido popularmente como “El marido de Pampita”), quien dijo que la señora Cristina Fernández era visiblemente culpable porque ella “no había demostrado su inocencia”.

Nadie tiene que demostrar su inocencia, como bien señala la Constitución: son los fiscales los que, si las tienen, tienen que presentar pruebas objetivas de culpabilidad. Pero en este juicio los fiscales no lograron probar nada. Sin embargo posiblemente haya un 40% de la población argentina que crea que todo lo dicho está probado. Los medios opositores también dicen que está todo probado. Con semejante presión social va a ser muy difícil que el tribunal que debe dictaminar en este juicio pueda ser objetivo. El fanatismo político nos condujo a una encrucijada muy negativa.

Pensar rápido, no tener el menor pensamiento crítico elaborado y sereno, transformar un juicio político en la final de un copa deportiva, nos ha degradado aun más.


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