Por qué ya no soy progresista

Fui progresista. Desde que tuve conciencia política me atraían las causas progresistas y quise intervenir en el mundo para que haya menos injusticias y más posibilidades de una vida digna. Eso fue en mi adolescencia, en los 60. Si miro los resultados veo que el mundo ha mejorado mucho entre 1967 -cuando yo tenía 13 años- y hoy. Han pasado 55 años y en este tiempo la pobreza bajó de más del 40% del total de la población mundial a menos del 10%.


Nunca antes en la historia se había logrado algo parecido en tan poco tiempo. Lo mismo sucedió con todos los demás indicadores: mejora de la alimentación, mejora de la salud, alfabetización, probabilidad de vida al nacer. El mundo ha mejorado, pero la gente progresista no cree que sea así. No solo es pesimista sino que, además, es apocalíptica. En todos los grandes temas de nuestra época el mensaje progresista es “No se puede”. Las naciones pobres -Bangladesh, por ejemplo, pero también la Argentina- “no pueden” adaptarse al cambio climático haciéndose ricas y usando mejores instrumentos técnicos porque, insisten los progresistas, todos los caminos técnicos inciden negativamente sobre el medio ambiente. La receta progresista es que las naciones ricas deberían hacerse pobres.


No, no es un chiste. Es la propuesta progresista: no hay que usar minerales ni hay que producir alimentos a gran escala (como hace la Argentina) porque eso incide negativamente sobre la biodiversidad. Obviamente, para el progresista hay que dejar de producir y usar combustibles fósiles, en especial las dos formas más prometedoras que tiene la Argentina, por fracking y por exploración marina.


En la Argentina están las recientes marchas en contra de la minería en Chubut (convocada por internet y celulares, posibles ambos gracias a la minería) y en Mar del Plata (que se hizo en auto, quemando petróleo y usando minerales) para protestar en contra de la exploración petrolífera en el Mar Argentino, a unos 400 kilómetros de Mar del Plata. Un poco antes estuvo la prohibición en Tierra del Fuego de las salmoneras. No es un tema argentino sino que es una cuestión mundial. Si alguien es progresista en Europa, EE.UU. o América latina cree que el mundo ha llegado a un punto de no retorno (“estamos condenados”, como dicen los voceros de esta corriente en los medios), y solo “nos queda extinguirnos de manera menos abrupta” si lográsemos apostar a las “energías renovables” (que, igual -en esto coincido- no serán suficientes ni eficientes para que podamos vivir bien los 8 mil millones de seres humanos que hoy poblamos el planeta).


Ya en los 60 la gente progresista creía que solo si había un cambio de sistema podría lograrse un mundo mejor. El progresismo no se contenta con nada menos que con lo perfecto: si mejoramos muchísimo, pero sigue habiendo aun gente con hambre, pues no hemos logrado nada. Es el “todo o nada” de la mentalidad revolucionaria. De ese extremismo nace la visión apocalíptica. Esta forma de ver el mundo es hija de la victimización: el progresista se siente orgulloso de pensarse como víctima. ¿Víctima de quién? ¡De los malos! ¿Quiénes son los malos? El capitalismo, el hombre blanco, el patriarcado. Si no logramos destruir completamente a los malos no tendremos salida.


El mundo ha mejorado, pero la gente progresista no cree que sea así. No solo es pesimista sino que, además, es apocalíptica.



Por el contrario, yo creo que la humanidad siempre logró superar los problemas más graves y que lo hizo trabajando y usando su inteligencia. Por eso estamos acá, aunque estuvimos varias veces al borde de la extinción. Nunca tuvimos soluciones perfectas. Somos humanos, no dioses. Pero nos la hemos arreglado muy bien. Por ejemplo (y es solo un ejemplo, aunque importante): estamos en medio de una pandemia como no hubo otra en 100 años y en apenas 9 meses se investigaron y produjeron unas 10 vacunas que funcionan. En otros 10 meses 5.000 mil millones de personas fueron inoculadas con esas vacunas (lo que es un récord sanitario histórico). Hoy viven 8 veces más seres humanos que en 1918, cuando fue la anterior pandemia, la de la gripe española, pero ahora han muerto 20 veces menos gente que entonces; y eso fue gracias a estos desarrollos médicos.


Podremos solucionar los graves problemas que surjan. Los que trabajamos por mejorar el mundo, día a día, no nos vemos como víctimas maltratadas por el sistema, sino personas arrojadas al azar de la vida, que luchan porque sus seres queridos vivan en un mundo mejor. Vamos ganando. Hoy vivimos mejor que en 1960 y en 1960 vivíamos mejor que en 1900.


La mayoría no se rinde: no se deja ganar por los pensamientos apocalípticos ni se siente fascinada por presentarse como víctima como la gente progresista. No vivimos culpando “al sistema” de los problemas. Nos arremangamos y nos ponemos a solucionarlos. Por eso ya no puedo ser progresista: yo quiero colaborar para que el mundo cada día sea mejor para todos.


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