Políticas de shock en Argentina
Aplicar modelos clásicos de ajuste, perimidos en la historia actual, no va a generar equidad, inclusión, industrialización y desarrollo armónico.
El país se desliza peligrosamente a escenarios complejos y de alta tensión social. Estas tensiones las venimos experimentando desde hace varios años, en que -nuevamente- fuimos víctimas de un endeudamiento externo provocado sólo por intereses particulares. Ello nos condiciona por varias décadas y no fue casual. Pero aun así preexisten desde hace mucho tiempo estructuras económicas y sectoriales que trasforman en disruptivo el capitalismo nacional. Y es que el sistema capitalista requiere algunos consensos y compromisos básicos para funcionar y en la Argentina éstos prácticamente no existen.
Nadie duda de que la absoluta mayoría de los votantes quiere ese sistema de organización social (aun amplios sectores de la izquierda y centro izquierda peronista y no peronista), lo cual debe quedar claro, para no errarle en el diagnóstico. Aunque en la lucha política diaria y en los discursos se refleje otra cosa.
A través del potente entramado gremial (no exento de desviaciones inaceptables) los trabajadores han construido la movilidad ascendente, la defensa de lo público, el Estado de Bienestar e inclusivo, que fue cubriendo derechos cada vez más amplios y universales en un país con pocos habitantes y grandes recursos disponibles.
Pero la productividad y la consecuente acumulación de capital ha venido disminuyendo desde hace varios años. Las élites económicas nacionales se uniforman en el modelo de acumulación capitalista que impera desde nuestra constitución como país: materias primas sin elaborar con baja intensidad industrial y laboral, fugando al exterior los excedentes de rentabilidad. Fue el lugar que en la división internacional del trabajo nos otorgó el imperio británico en el siglo XIX , el cual se mantiene. Los intentos de industrialización y desarrollo autónomo siempre fueron abortados por golpes militares hasta el siglo XX o por restauración de aquellas políticas durante la posdemocracia desde el año 1983.
Tanto el fogonazo inflacionario del año 1975 (Rodrigazo) con ajustes diversos, el golpe inflacionario de Alfonsín de 1989 y el posterior de Menem en 1991 que desembocó en la convertibilidad del peso con el dólar, fueron precedidos de agudas crisis políticas y la estabilización posterior fue efecto de la aplicación de políticas de shock ( la crisis del 2001 fue la acumulación de aquellas aunque las políticas aplicadas tuvieron objetivos distintos).
La crisis que habilita el shock
La periodista canadiense Naomi Klein en su obra “La Doctrina del Shock” explica que cuando una sociedad enfrenta una crisis profunda, es posible implementar políticas antipopulares que terminan perjudicando a las amplias mayorías, que las aceptan dada la incertidumbre atravesada. Como dijo uno de los padres de neoliberalismo, el economista de la escuela de Chicago en los EE.UU. Milton Fridman, “las crisis dan lugar a un cambio de paradigma: permiten aplicar medidas que hasta ese momento eran políticamente imposibles, para convertirlas en políticamente inevitables”.
Las soluciones de shock empiezan a ser escuchadas en los medios de comunicación de la boca de economistas y algunos políticos: eliminación del peso por el dólar, bimonetarismo -peso y dólar como monedas de circulación -cierre del Banco Central, expansión del empleo a través de regímenes especiales ( monotributo con dependencia, emprendedor independientes), desinflación con políticas de ingresos (bajo de los salarios e ingresos nominales), apertura de las importaciones para sustituir producción argentina “cara” y otras.
Las medidas de shock son por sorpresa, inmediatas, nunca se anticipan, y los resultados se pueden observar rápidamente. Se aplican a las políticas macroeconómicas de corto plazo, pero también se implementan medidas estructurales ( reformas legales, impositivas, privatizaciones, restricciones de gasto público, acuerdos de libre comercio, etc.).
Es necesario advertir que este escenario probable para nuestro país va a fracasar como todo “modelo” que se ejecuta sin consensos , y ellos requieren comprender que la Argentina tiene una historia de lucha política y gremial profunda e intensa.
Nuestro país ha gozado durante décadas de movilidad social ascendente -situación hoy que el peronismo no puede asegurar por primera vez en su historia- y más allá de las crisis políticas coyunturales las fuerza populares siempre se reagrupan buscando aquel modelo de país que los cobijó. Es por ello que la aplicación de modelos clásicos de ajuste, perimidos en la historia actual (el neoliberalismo y la globalización atraviesan un momento mundial de agonía) no van a generar equidad, inclusión, industrialización y desarrollo armónico, condimentos básicos para hacer del país una sociedad “vivible”. Esos consensos deben abarcar algunos cambios estructurales esenciales para hacer funcional el sistema, restablecer las relaciones del trabajo, la inversión, la productividad y la democratización del mercado, hoy concentrado en sus industrias y producción agropecuaria. No hay modelo sostenible sin inclusión social y disminución de la desigualdad, y menos aún en la Argentina.
Tengamos cuidado entonces con los charlatanes y los actores histriónicos de la política que dicen barbaridades ante la incertidumbre e indignación que nos invade. Creamos en nosotros y en nuestro país, que es de todos.
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