Parte de la religión
Las ideas políticas de la mayoría de las personas son de tipo religioso: no basadas en ninguna verdad comprobable de tipo científico. Mientras menos comprobables sean, mayor fervor despiertan.
La modernidad política comienza con la idea de separación entre Iglesia y Estado. Hace tres siglos las únicas religiones admitidas en los países europeos y en sus colonias americanas era diferentes versiones del cristianismo. Todas esas versiones del cristianismo (en especial, la católica y la anglicana) proponían a la religión como guía de la acción política. Es más, muchas de las actividades estatales (desde las guerras hasta los pactos entre países) eran puestos bajo la tutela de la autoridad religiosa.
El sueño chino se desvanece
Religión y política venían entrelazados desde el comienzo de las sociedades: desde Mesopotamia y Egipto, pasando por el mundo grecorromano hasta arribar a los reinos cristianos de la Edad Media.
Toda forma política arcaica muestra claramente que las ideas políticas de todas las sociedades (incluso o sobre todo las que se consideran sin Estado, como las comunidades de pueblos cazadores recolectores) están profundamente entrelazadas con las creencias religiosas de esas comunidades.
El emperador romano, además de ser el jefe del ejército era Pontifex (nominación que hoy pertenece al Papa católico, pero que en el Imperio significaba que era el Sumo Sacerdote).
La modernidad soñó con separar política de religión. Gran parte de las constituciones de los países occidentales reflejan ese deseo. Hay países -como Uruguay en América o Francia y los nórdicos en Europa- que han llevado el laicismo al grado de una creencia popular.
Sin embargo, como ya decía Cyril Connoly cuando analizaba el fervor popular por la ideología comunista en los años 30, es imposible que haya el mínimo apoyo político a un líder o a un proyecto que no esté teñido por el aliento religioso.
Si vemos la historia de los desencuentros políticos argentinos desde la Revolución de Mayo lo primero que observamos es un enfrentamiento entre creencias antagónicas. Enfrentamientos que llevaron a una guerra civil que duró 70 años (1810-1880) y que fueron el equivalente argentino a las guerras de religión que vivió Europa dos siglos antes. Las creencias mayoritarias sacaron de la palestra política toda otra propuesta superadora de las divisiones “religiosas”. O se estaba con los federales o se era unitario en nuestro siglo XIX.
Lo mismo sucedió -y sucede hasta hoy- con el enfrentamiento entre peronistas y antiperonistas.
En noviembre pasado, el actual presidente de la Nación logró sumar un 26% de votantes a su magro 29% de simpatizantes originales porque esos votantes que recién lo apoyaron en la segunda vuelta pensaron que era la única opción no peronista. Como antiperonistas religiosos que eran no podían hacer otra cosa que darles su voto.
Sin criterio de verdad
Las ideas políticas de la mayoría de las personas son de carácter religioso: son creencias no basadas en ninguna verdad comprobable de tipo científico. Es más, mientras menos comprobable sean las ideas políticas mayor fervor despiertan.
Hoy hay casi un 50% de la población que está viviendo el mayor ajuste de la historia argentina (sus ingresos se han licuado a extremos nunca vistos mientras que los precios de los productos y servicios que necesitan para vivir se han ido a las nubes) y, sin embargo, creen que el gobierno está haciendo lo correcto para que alguna vez puedan vivir bien: el paraíso prometido a los creyentes está siempre en el futuro.
El gobierno de Milei es el primero de los argentinos que abiertamente funciona como si fuera una congregación religiosa fanática. O se le cree al líder (que dice que recibe el apoyo “de las fuerzas del cielo”) o se cae en la blasfemia.
Todos los discursos del nuevo gobierno tienen un tinte religioso. Milei es el primer presidente argentino que no promete mejorar la vida de los ciudadanos.
Les promete un futuro hermoso, pero dentro de varias décadas, cuando la mayoría de sus actuales fieles ya no esté vivo. El paraíso libertario se logra tras la muerte, como en todas las religiones.
En el liberalismo histórico no existe la opción amigo-enemigo entre las distintas fuerzas políticas que compiten en elecciones por el apoyo de los ciudadanos.
Cada idea política es de un partido distinto al que se considera adversario en una lucha civilizada, basada en el debate de ideas.
No es un enemigo a destruir. Fue la forma que encontró la modernidad de separar la religión de la política. Milei ha terminado con eso. Radicalmente. O se está con él (apoyado por las fuerzas del cielo, es decir por Dios mismo) o se está con el Demonio.
Tres siglos de civilización tirados a la basura.
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