No queremos saber la verdad


Nos preguntamos por qué el país está en decadencia desde hace medio siglo y no vemos que tenemos la respuesta en nuestras propias manos.


Esta semana sucedieron dos hechos inéditos, quizás irrepetibles. El primero lo protagonizó el radical Facundo Manes, quien dijo que había que mejorar la propuesta institucional del conglomerado en el que él milita (Juntos por el Cambio) porque durante el gobierno de Macri se había actuado ilegalmente al manipular al poder judicial y usar los servicios de inteligencia para espiar no solo a la oposición, sino incluso a los dirigentes de su propio partido. Llamó “populismo institucional” a esa práctica inconstitucional y la puso en pie de igualdad al “populismo económico”, que sería propio del kirchnerismo. Todos los dirigentes de Juntos por el Cambio (y decenas de periodistas) salieron a condenarlo. Hasta la conducción nacional de la UCR, su propio partido, lo criticó a Manes porque “decir algo así, aunque sea verdadero, crea desesperanza entre los que deben luchar en contra del gobierno actual”.

El otro hecho inédito (que no ha tenido ninguna otra repercusión que el absoluto silencio) es la habitual columna de Carlos Pagni en el diario La Nación (que rápidamente la sacó de la web, aunque hasta ayer aun se la podía encontrar en el buscador de Google). Pagni es irónico con la ingenuidad de Manes. Dice -y posiblemente tenga razón- que Manes ni siquiera conoce bien el masivo y terrible manejo inconstitucional que se realizó con los servicios de inteligencia durante el gobierno de Macri.

A pesar de que Pagni cuenta una gran cantidad de barbaridades en el manejo de servicios de inteligencia y de jueces, barbaridades que horrorizarían a cualquier verdadero demócrata (como Alfonsín o Carlos Nino -quienes hacían del respeto por lo institucional algo sagrado-) apenas si cuenta una ínfima parte de todo el horror que fue el manejo de los servicios de inteligencia y el armado de causas judiciales para perseguir a la oposición.

En Uruguay o en EEUU (incluso en Brasil, cuya Corte Suprema desarmó el juicio trucho que Moro había hecho en contra de Lula) ambos hechos serían un escándalo nacional del que no se puede volver. Muy probablemente hubiera terminado en juicio y encarcelamiento para el político que haya actuado de tal manera. Pero en la Argentina no va a pasar absolutamente nada.

La justicia no actuará. Los medios masivamente han silenciado el tema. Macri y Juntos por el Cambio siguen presentándose ante la ciudadanía como los garantes de la limpieza de las instituciones y a otra cosa. ¿Podría ser diferente la situación? En otro país, sí. Acá, no.

¿Por qué no podemos tener instituciones republicanas, sólidas, modernas, que defiendan el Estado de derecho y consoliden la democracia? Porque preferimos sostener nuestras creencias antes que mejorar nuestro país. La inmensa mayoría (quizá la totalidad) de los que piensan votar por Juntos por el Cambio (vaya de candidato Macri, Rodríguez Larreta, Bullrich o hagan una alianza con Milei, da lo mismo) no dejaría de votarlos aunque los obligaran a leer la columna de Pagni y comprobar que sus héroes tienen los pies de barro. A nadie le importan los datos. La realidad es para los tontos. La mayoría de las personas prefiere creer en cualquier cosa que le dé una certeza antes que saber la verdad, más si es incómoda para sostener esas certezas.

Está demostrado que la gente no busca conocer la verdad de las cosas sino tener certezas que le den seguridad emocional. El que cree que el kirchnerismo debe ser derrotado no le importa si el que puede derrotarlo es Hitler y propone crear campos de concentración. Si le garantiza que saca a los que odia, le da su voto y es feliz. Y lo mismo pasa con los kirchneristas: ninguna evidencia puede hacer mella en la creencia de que Cristina Fernández es la Evita de nuestra época.

“Lo que la mayoría quiere no es el conocimiento, sino la certeza, porque la certeza lo tranquiliza, lo arrulla como a los niños antes de dormir, le hace creer que no hay un monstruo debajo de la cama”, dijo hace un siglo Bertrand Russell, cuya obra se centró en investigar la forma en que pensamos.

Nadie va a cambiar su voto porque se entere que su candidato es malo, roba o usa los servicios de inteligencia para armar causas judiciales truchas. Eso no existe en la Argentina.

Nos preguntamos por qué el país está en decadencia desde hace medio siglo y no vemos que tenemos la respuesta en nuestras propias manos: la decadencia la construimos entre todos cuando votamos como votamos. La decadencia la construimos cuando le toleramos todo al candidato que nos gusta (porque queremos que derrote al de enfrente). Actuando de esa forma fabricamos decadencia y atraso. Estamos destruyendo nuestro propio futuro. Y no nos importa nada.


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