Niñez e infancia, una mirada contemporánea

Los cambios en las prácticas de crianza, los modelos de familia, las sexualidades y la tecnología han tenido un impacto enorme en las concepciones de la niñez y de la infancia.

Redacción

Por (*) Julio Moreno

Una idea que circula desde hace mucho tiempo es la de que “el niño se parece más a su época que a sus padres”. Si bien es posible hacer este tipo de generalización, que puede ser válida, lo que nos interesa es aquello del orden de lo singular. En este sentido, las puntadas iniciales de la subjetividad del niño estarán condicionadas no sólo por su época, sino también por las expectativas familiares.

Los niños son capaces de captar los hilos centrales de la trama de su familia y de responder a ella. También son altamente capaces de percibir que se espera de ellos. Estas expectativas están a su vez ceñidas por los discursos que en cada sociedad y en cada época reglamentan entre otras cosas qué es “un niño”. Sigue siendo cierto que el niño emerge del vínculo con sus padres, pero ese vínculo está también regulado por el paradigma de cada época. De esta manera, cada sociedad, cada época, cada cultura va a producir “un niño” que conlleva aspectos singulares diferentes.

La subjetividad de un niño surge de una compleja interacción entre su cuerpo biológico y su crianza, ésta última es moldeada por las influencias del medio en que habitan él y su familia. En este punto resulta importante diferenciar infancia de niño.

Infancia remite al conjunto de intervenciones institucionales que actuando sobre el niño real y su familia, producen lo que cada sociedad llama niño. Desde esta perspectiva, niño es el producto de los efectos de la infancia sobre su materialidad biológica, en tanto que infancia alude al discurso que reglamenta los vínculos entre padres e hijos y en toda la sociedad.

Esta distinción entre los dos conceptos permite comprender el hecho evidente de que los niños producidos en épocas con distintos conceptos de infancia, difieren.

Un simple recorrido histórico nos permite comprobar que las variaciones de época han existido siempre. En una breve síntesis, durante el Medioevo el niño no recibía una consideración especial. Más bien parece haber sido considerado como un tiempo de espera en camino hacia la adultez, siendo el vínculo con los padres notablemente distante. Esto se deduce del arte de la época, así podemos encontrar un ejemplo en las pinturas religiosas de la Virgen y el Niño en las que éste parece un adulto en miniatura. Un detalle interesante en relación a la falta de cercanía se encuentra en que ambos no se miran entre sí y que cuando la madre tiene un contacto con el niño, entre su piel y la del niño, los artistas interponen una distancia o una tela.

Por el contrario, el niño de la Modernidad, época en que nació el psicoanálisis, era concebido como inocente, indefenso y con necesidad de ser protegido. Los cuidados prodigados a estos seres pensados como dóciles y maleables hablan de que la infancia era más bien considerada como una promesa de futuro acentuando la importancia del progreso. Las expectativas de los padres eran lanzadas, por así decir, sobre los pequeños. La división entre niño y adulto, inexistente en el Medioevo, en la Modernidad pasó a ser tajante.

Siempre ha habido variaciones en la noción de infancia. Sin embargo, hasta hace poco los cambios tardaban varias generaciones en hacerse evidentes. De este modo, las creencias que una generación tenía sobre la infancia podían ser tomadas como invariantes para esa generación. En la actualidad, en cambio, una serie de evidencias indican que las prácticas que preponderan en relación con lo infantil están variando a una velocidad sin precedentes: la nuestra sería la primera generación atravesada por muchos (más de uno) conceptos de infancia.

Los cambios en las prácticas de crianza, los modelos de familia, las sexualidades y la tecnología han tenido un impacto enorme en las concepciones de la niñez y de la infancia.

Con respecto a la tecnología es necesario tomar en cuenta dos aspectos: la posibilidad de intervenir los cuerpos, en uno de los sentidos podríamos decir que el espermatozoide y el óvulo se han independizado del cuerpo de un hombre y de una mujer, lo que llevó a reconsiderar nociones como la de la filiación.

Por otra parte, los niños contemporáneos suelen estar conectados a través de dispositivos de una manera que parece no detenerse. Los medios y la hiperconectividad atraviesan todas las paredes y un dispositivo manuable y cada vez más liviano y con mayor potencia como el teléfono celular parece contener a todo el mundo y cabe en la palma de la mano.

Tenemos que aceptar, además, que existe una suerte de revolución cognitiva que hace que ahora son los niños los que enseñan a los adultos. Además, tienen la capacidad de percibir todo y también la de estar abiertos a los cambios y a las novedades.

Para pensar sobre estos cambios y los que seguramente van a venir, tendríamos que ubicarnos en una genuina actitud de intentar comprender sin entrar en un tipo de binarismo extremo entre lo apocalíptico y la euforia que puede generar lo novedoso.

(*) Psicoanalista. Miembro titular de APdeBA, docente del IUSAM Virginia Ungar, miembro titular de APdeBA, ex presidenta de la Asociación Psicoanalítica Internacional (2017-2021).


Una idea que circula desde hace mucho tiempo es la de que “el niño se parece más a su época que a sus padres”. Si bien es posible hacer este tipo de generalización, que puede ser válida, lo que nos interesa es aquello del orden de lo singular. En este sentido, las puntadas iniciales de la subjetividad del niño estarán condicionadas no sólo por su época, sino también por las expectativas familiares.

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