Nadie es más que nadie
La idea de la dignidad de cada persona es tan poderosa y ha tenido tales consecuencias en la historia, que el individualismo masivo y exacerbado de hoy no alcanza para destruir 20 siglos de civilización.
En la Antigüedad cada cultura se consideraba a sí misma como la única correcta. Cada pueblo creía que profesaba la religión verdadera y se sentía el elegido por los dioses. Cuando Alejandro Magno entró en Babilonia -que era la ciudad más rica y con la cultura más sofisticada de esa época- comprendió que el mundo era muy distinto de lo que había estudiado con su maestro Aristóteles: quizá los griegos no eran los mejores en todo. Quizá existía formas distintas, e igualmente correctas, de ver las cosas.
Cuando Alejandro habló de esto con sus generales macedonios, creyeron que desvariaba. A pesar de que ellos también habían recorrido medio planeta conquistando pueblos de los que ni siquiera habían oído hablar, no podían pensar que los demás fueran tan dignos de respeto como ellos, los griegos.
Tampoco entendían que las otras culturas fueran equivalentes a la de ellos.
El más inteligente de esos generales era Ptolomeo. A la muerte de Alejandro se quedó con la región más rica: Egipto. Aunque los Ptolomeos instauraron una monarquía faraónica en Egipto y gobernaron al país respetando las tradiciones antiguas, nunca se interesaron realmente por integrarse a la cultura del país que gobernaban.
En tres siglos de dominio, la única gobernante de esta dinastía que hablaba la lengua de los egipcios y que además sabía leer los jeroglíficos fue la última: Cleopatra.
El segundo momento en el que apareció en el mundo la idea de que todos los hombres son hermanos fue en el cristianismo. A diferencia de Alejandro que quiso imponer su idea desde el poder imperial, los cristianos hicieron carne esta creencia: trataron como hermanos a los hombres provenientes de cualquier cultura, con cualquier estatus social y con cualquier color de piel.
Los primeros que se convencieron con esta prédica fueron los más oprimidos porque al integrarlos a una familia global, los cristianos les ofrecían a los desposeídos un lugar de pertenencia.
Ya en sus primeros años de existencia se veía que los cristianos no solo eran muy diferentes de los otros judíos, sino que no se parecían a ninguno de los demás creyentes en las casi 600 religiones que era admitidas en el Imperio Romano.
Lo que más los diferenciaba para la mirada extranjera era su insistencia en que todos los hombres eran hermanos y que no había diferencias entre ricos y pobres, blancos y negros, sabios y tontos.
El largo camino de la idea de igualdad
Todos los hombres merecían el mismo respeto y Dios los amaba a todos por igual. Con el correr del tiempo esa premisa tan simple fue teniendo consecuencias importantes. Por ejemplo, reconocerle derechos a las personas y justificar que alguien luche para que se respete su derecho.
Todas las ideas que hoy nos parecen normales, las que nuestra cultura occidental ostenta con orgullo, tienen una larga historia. La cultura es justamente la conciencia de ese legado: de que nuestro presente es fruto de largo camino.
La idea, al principio vista como muy extraña y peligrosa, de que somos todos iguales fue calando hondo en todos los ámbitos: está ahora en las creencias religiosas de Occidente, pero también en la vida cotidiana, en la legislación, en la política y en gran parte del arte y la literatura. Como dice Fierro en el gran poema de Hernández, “naides es más que naides”, que es otra forma de decir que todos somos iguales en dignidad.
La idea de la dignidad de cada persona es tan poderosa y ha tenido tales consecuencias en la historia que el vendaval de individualismo exacerbado que hoy es masivo entre los más jóvenes no alcanza para destruir 20 siglos de civilización.
Aunque pareciera que se avecina la noche más oscura, en la que brillará la estrella negra del odio entre los individuos, desatando una guerra egoísta sin cuartel, la fortaleza de la idea de solidaridad entre las personas resistirá.
Como dice Nassim Taleb: “para saber qué horizonte de supervivencia tiene una construcción cultural tenemos que ver qué pasado tuvo esa construcción; podemos pensar que las tragedias griegas, Shakespeare y el Quijote seguirán leyéndose dentro de unos siglos porque fueron leídos por millones de personas distintas durante siglos y resistieron bien el paso del tiempo”.
Lo mismo podemos decir de las ideas de dignidad humana, de solidaridad y equidad. Ya tienen milenios entre nosotros. Son más resistentes que los caprichos de una generación.
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