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Ministerio de cooperativas, ¡no da todo lo mismo!

A propósito de recientes escándalos de corrupción en entes oficiales relacionados al sector: la práctica de la política sin ética, pierde todo su carácter y función de servicio público.

Un ejercicio en la política de gobierno sin ética pública, “extravía” con vanos razonamientos o ridículas excusas, su más propio espíritu y único sentido de servicio público para el bien común.
Precisamente esto refiere a las nociones de lo regular o irregular, de lo que es correcto o incorrecto aplicado a la trazabilidad del comportamiento de las personas puestas oficialmente al servicio de los demás.

En una sociedad en la que los casos de corrupción, violencia y escándalos en el ejercicio de los cargos públicos están a la orden del día, luce imprescindible la intachabilidad en la ética política gubernamental, porque, como anticipamos, la práctica de la política sin ética, pierde absolutamente su carácter y función de servicio público; situándose así al margen de toda justificación o digna aprobación.
Quienes deseen dedicarse a la vida pública deberán proceder considerando a las personas implicadas en sus decisiones como fines en sí mismo; no como meros medios para otros propósitos ni intenciones reprochables.

La más grave inmoralidad en la que puede incurrir un político consiste en usar a las personas como simples instrumentos con los cuales obtener otros fines, (Vg. no asumir la intendencia de una ciudad para la que expresa y mayoritariamente se es electo, forzando una licencia para asumir otras funciones públicas a nivel nacional entonces Kirchnerista, desairando la sagrada e insustituible voluntad popular local)

Por tanto, los políticos necesitan obrar diferenciando claramente lo que son sus intereses personales o partidistas, de los que realmente conforman los intereses de la cosa pública asignados a su permanente e inmediata responsabilidad ministerial.

Vivir para la política o de la política


El buen político vivirá para la política en lugar de vivir de la política. Quienes ejercen noblemente esta profesión se entregan a la vida política como servidores de una buena causa y ven en el acceso al poder un medio para transformar la realidad y mejorar la calidad de vida de la gente, fundamentalmente hoy cuando entre “esa gente” hay un millón de niños que se van a dormir sin cenar en tanto, otro millón y medio “con suerte” lo hace noche de por medio; lacerante paradoja en el país del trigo, la soja, la carne, el litio y del “Maligno”.

“Demasiado afortunados” pero inequitativa y cruelmente, esto no afecta -nunca afectó- a los hijos de los privilegiados “servidores públicos” en los tres poderes del Estado.

Convengamos que una noble y cabal responsabilidad política contempla al menos tres aspectos: responder a los ciudadanos sobre sus solicitudes, asumir como propios los comportamientos irregulares de otros cargos de su arbitrio, discrecionalidad y confianza, adoptar sus decisiones “con idoneidad”, previendo y asumiendo sus consecuencias.

Finalmente, una ética gubernamental provincial debería centrarse entonces en principios desde los que se ofrezca no solamente mejor calidad de vida sino, una nueva visualización lo más redignificadora posible para una concreta y palpable cultura de la satisfacción; tan genuinamente cooperativa como fuera posible si lo intentamos; por cierto dejando atrás definitivamente, una marcada incapacidad, opacidad u obstinado y ominoso cinismo para identificar y asegurar prioridades… porque claramente ¡no da lo mismo!
“Siendo y pareciendo,
siempre la lección del ejemplo,
gana a todas en elocuencia”

* Experto en cooperativismo, certificado por Coneau.


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