Milei, un liderazgo en tensión con instituciones
El Milei economista funciona porque reconoce límites, el Milei político tropieza cuando los desconoce.
Ricardo Arriazu no mide con su equipo la evolución de los precios, pero fue el único economista independiente que acertó cuando predijo una baja acelerada de la inflación tras la asunción de Javier Milei. Suele decir con sarcasmo que a principios de este año su opinión parecía la de un extraviado a contramano en una autopista donde todos venían en contra.
Pese a que acertó con el rumbo, advierte de que ahora no podría adivinar exactamente adónde se encamina el país. Pero subraya una idea del experimentado Henry Kissinger: en el recorrido de una sociedad desde el pasado que constituye su memoria y la visión de futuro a la que aspira, el liderazgo es indispensable. “Sin liderazgo, las instituciones pierden el rumbo”.
Javier Milei también es economista y cree interpretar esa idea. Liderar implica tomar riesgos y decisiones, ganarse la confianza de los mercados, proponer una visión, que para él es reducir al minimo minimorum la incidencia del Estado en la actividad económica. Está convencido con fervor religioso: sin ese liderazgo las instituciones económicas pierden su rumbo.
En el mensaje por el primer aniversario de su gobierno, Milei se explayó en esa dimensión de las instituciones y el índice de inflación mensual que se difundió un día después vino a confirmar los resultados inmediatos de la conducción económica. Pero el acento del discurso presidencial estuvo marcado en el rumbo de las instituciones económicas: anunció una revisión drástica de la estructura tributaria hasta reducir en un 90% el listado de impuestos y prometió liberar la competencia de monedas.
Esa mención que entrecruza las políticas monetaria y cambiaria prefigura el debate económico clave del inimnente año electoral: qué pasará con el cepo al dólar y qué impacto tendrá esa variable incierta en el nivel general de precios, cuya incidencia en las urnas es decisiva. Domingo Cavallo no acertó como Arriazu su predicción inflacionaria, pero advirtió con experiencia de que el problema de la salida del cepo -la competencia de monedas es una vía posible- es el manejo de expectativas: la clave es evitar que los operadores financieros comiencen a anticipar un salto cambiario posterior a las elecciones.
¿Qué da a entender Milei al anticipar ese rumbo? Que reconoce la importancia del liderazgo tanto como los límites que imponen las instituciones económicas. La moneda -unidad de medida, medio de pago y reserva de valor- es una de ellas, de alto impacto en el desarrollo cotidiano de la vida social. El economista Milei lo sabe bien. Pero el Milei político está explorando caminos temerarios que pueden provocar desequilibrios de largo alcance entre su vocación de liderazgo y los límites de las instituciones políticas. Instituciones que también son decisivas para la convivencia social pacífica y el ejercicio diario de la libertad individual.
Emboscadas de la política
El Presidente ya viene equivocando gravemente el camino en su relación con la Corte Suprema de Justicia, al mantener abierta la amenaza de designación por decreto de jueces en comisión. Una amenaza que sólo se explica por la obcecación de un pliego paupérrimo, el del controvertido juez Ariel Lijo. Pero ahora Milei decidió abrir un conflicto institucional de primer orden al enfrentarse con su vicepresidenta, Victoria Villarruel.
Ese conflicto era sólo discursivo, hasta esta semana. A propósito de la sesión en la que se decidió la expulsión del senador Edgardo Kueider, el enfrentamiento entre la Casa Rosada y la Vicepresidencia pasó de castaño oscuro. A simple vista se están tirando con actas de traspaso del poder, pero lo que se expone es nada menos que la inmensa gravedad de jugar con la idea de una temporaria acefalía.
Milei no explica los motivos de su distancia con Villarruel. Porque decir que ahora Villarruel es integrante de la casta es un argumento de una estulticia inadmisible. En todo caso, lo que se observa es un intento de disciplinamiento feroz. Pero Milei y sus asesores más cercanos deben distinguir entre Villarruel como dirigente y la Vicepresidencia como institución.
Es verdad, como sostiene la Casa Rosada, que todo en esa sesión que presidió la vice fue un torneo de impúdica impostura. El kirchnerismo enseñando ética es una mofa ingrata para la sociedad argentina. La expulsión de Kueider, reclamada a los gritos por dirigentes de prontuario impresentable, tuvo un sólo efecto concreto: sumarle al kirchnerismo una banca. Ese efecto puede que entre en un limbo. Por la desprolijidad jurídica de la decisión -que favorece el reclamo de Kueider- y porque dependerá de Villarruel si con un expediente judicializado accede o no al juramento de la suplente Stefanía Cora.
La sesión completa se puede resumir en la imagen de Oscar Parrilli levantando su dedo medio para que vea el país que el kirchnerismo gana cuando pone a Kueider en la boleta y también cuando lo castiga. No por corrupto, sino por traidor.
Aunque son de su autoría, de todas estas maniobras en el Congreso Cristina Kirchner no se responsabiliza. La nueva presidenta del Partido Justicialista dejó que Milei y Villarruel se hagan cargo de la emboscada que diseñó en el Senado. La desconfianza del Gobierno con Villarruel y la inédita distancia con Mauricio Macri hicieron el resto. La suspensión de Kueider hubiese saldado el procedimiento con rédito para el Gobierno. La expulsión dejó al kirchnerismo festejando y a la Casa Rosada a la defensiva, rompiendo hasta el respeto público por la escribanía más elemental de su gestión.
Los problemas de Cristina son otros. Los gobernadores peronistas y la CGT le dieron la espalda a su asunción en el PJ. Frente a esa oportunidad, la lógica del Gobierno debería ser sólida. El respeto de Milei a los límites irrenunciables de la institucionalidad económica le ha redundado beneficios. Su dificultad para reconocer los límites de la institucionalidad política no deja de provocarle insatisfacciones.
Será que el axioma de Kissinger es reversible: sin instituciones, el liderazgo también pierde su rumbo.
Ricardo Arriazu no mide con su equipo la evolución de los precios, pero fue el único economista independiente que acertó cuando predijo una baja acelerada de la inflación tras la asunción de Javier Milei. Suele decir con sarcasmo que a principios de este año su opinión parecía la de un extraviado a contramano en una autopista donde todos venían en contra.
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