Milei se mimetiza con sus peores enemigos
En la política, el egoísmo extremo es una enfermedad endémica que a través de los siglos ha destruido un sinfín de regímenes y proyectos.
Puede que haya países en que importa menos la presunta fortaleza anímica del mandatario que su inteligencia o capacidad administrativa, pero se tratará de excepciones. En los demás, aún cuando sean democracias tan desarrolladas como las de Estados Unidos, Alemania, el Reino Unido y Francia, un mandatario considerado débil no tarda en encontrarse en graves dificultades. Por igualitaria que sea una sociedad, necesitará contar con líderes auténticos.
Puesto que La Libertad Avanza sigue siendo una obra en construcción muy precaria, Javier Milei se sabe obligado a actuar como un jefe capaz de aplastar a quienes se atrevan a oponérsele. No le preocupa que, a juicio de algunos, la agresividad constante que es una de sus marcas de fábrica refleje la inseguridad de un outsider que se siente sorprendido por su llegada al poder máximo en un país muy presidencialista.
Milei, su hermana Karina y el asesor más influyente, Santiago Caputo, creen que los benefician escenas como la de una semana atrás, en que barrabravas y militantes políticos violentos aprovecharon una protesta de jubilados para sembrar el caos en el centro de la ciudad de Buenos Aires y de tal modo motivar una contundente reacción policial. En el corto plazo, es posible que tengan razón, pero también lo es que terminen asustando a quienes no quieren que haya brutales conflictos callejeros en que pueden producirse muertos e heridos de gravedad, lo que les costaría muy caro en las elecciones que están por celebrarse.
Milei es un provocador nato. Tiene motivos para creer que el poder que ha logrado acumular en el país y su notoriedad internacional se basan en su voluntad de pelear con todos aquellos que disienten de sus opiniones, pero debido a su beligerancia le es sumamente difícil aliarse con políticos que son reacios a hacer suya su visión decididamente excéntrica del mundo aun cuando les guste el rigor fiscal al que adhiere con tanta tenacidad. Quiere que la Libertad Avanza, que maneja a su antojo, se erija en un movimiento tan hegemónico como había sido – y podría volver a ser -, el peronismo.
¿Le conviene a un presidente que sueña con una “revolución cultural” que cambie de manera permanente el sentido común de los argentinos, alejándolo del populismo corporativo peronista, mantener a raya a sectores políticos de idearios económicos afines que podrían amenazar su propio dominio personal del “espacio” que ocupa? Si Milei estuviera más seguro de sí mismo, no vacilaría en abrirles la puerta pero, instigado por su hermana y sus amigos, no está dispuesto a compartir el poder con nadie. Es por tal motivo que le ha sido tan difícil reconocer que el Pro de Mauricio Macri podría contribuir mucho más al gobierno que aportarle votos en el Congreso y darle apoyo electoral en la provincia de Buenos Aires.
Mal que les pese a los hermanos Milei y a los integrantes del partido que se ha improvisado para respaldarlos, su destino personal es una cosa y el de la Argentina como país es otra. Si el movimiento que el irascible polemista televisivo puso en marcha sirve para poner fin al facilismo corrupto y las ilusiones ideológicas que llevaron al país a su estado actual, las generaciones venideras tratarán como meramente anecdóticas las reyertas internas, las extravagancias cabalísticas del líder y su modo grosero de expresarse, pero existe el riesgo de que el desprecio arrogante por las normas civilizadas que lo caracteriza ayude a los resueltos a restaurar el statu quo de antes a reconquistar el poder.
En el mundo de la política, el egoísmo extremo es una enfermedad endémica, una que a través de los siglos ha destruido un sinfín de regímenes y proyectos, algunos perversos y otros promisorios. A menos que se cuide, Milei podría caer víctima del mal, lo que no sería preocupante si sobreviviera el programa de reformas con el que ha iniciado su gestión pero que, por desgracia, con toda probabilidad lo acompañaría a la tumba.
Por extraño que a muchos les parezca, la Argentina del fracaso, de decenas de millones de pobres, la corrupción rampante y esporádicos espasmos híper-inflacionarios, no carece de partidarios. Por el contrario, abundan los políticos, sindicalistas, activistas sociales y empresarios que están resueltos a defenderla porque les ha suministrado ventajas personales o sectoriales.
Tales personajes aún cuentan con el apoyo electoral de muchísimas víctimas del orden mezquino que se instaló hace más de tres cuartos de un siglo. Será para convertirlos a su causa que Milei se ha habituado a comportarse como los peores de sus enemigos ideológicos, pero la táctica elegida entraña el riesgo de separarlo de muchos que se sienten ofendidos por su conducta pero así y todo siguen apoyándolo.
Puede que haya países en que importa menos la presunta fortaleza anímica del mandatario que su inteligencia o capacidad administrativa, pero se tratará de excepciones. En los demás, aún cuando sean democracias tan desarrolladas como las de Estados Unidos, Alemania, el Reino Unido y Francia, un mandatario considerado débil no tarda en encontrarse en graves dificultades. Por igualitaria que sea una sociedad, necesitará contar con líderes auténticos.
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