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Milei, en el reino de los números

El presidente se enorgullece de su rigor en teoría económica, pero parecería que en todo lo demás se destaca por su laxitud.

Para Milei, todo es muy sencillo: los números mandan. En un país en que, desde hace casi un siglo, los políticos, sindicalistas, intelectuales progres y representantes de clero los han tratado con desdén como si carecieran de importancia, esta convicción le permitió conquistar el poder. Defraudados y depauperados por quienes se habían creído por encima de un concepto tan rudimentario y, a su juicio, inmoral, millones de personas decidieron que lo que el país más necesita es una fuerte dosis de realismo, de ahí la voluntad de casi la mitad de la población de soportar un ajuste llamativamente brutal. Para asombro de muchos, el lema “No hay plata” hizo escuela.

Milei está en lo cierto cuando insiste en que hay que respetar los números, es decir, los datos concretos de la economía, pero se equivoca si supone que afirmarse resuelto a hacerlo significa que no tiene que preocuparse por nada más. Es una cosa despreciar lo que han hecho generaciones de políticos y otra muy distinta oponerse a la política como tal. Para que las reformas drásticas que Milei está procurando llevar a cabo conduzcan a cambios positivos permanentes, requerirían contar con el apoyo decidido de por lo menos una parte importante de “la casta” a la que le encanta descalificar.

 Por ser cuestión de un outsider que, lo mismo que el norteamericano Donald Trump, antes de transformarse en un líder político fue una celebridad televisiva que se hizo notable por su capacidad para provocar escándalos, es comprensible que Milei haya atraído no sólo a hombres y mujeres que comparten sus ideas sino también a personajes que sólo están interesados en aprovechar su popularidad. Distinguir entre los “libertarios” o “anarco-capitalistas” auténticos y los meramente oportunistas que buscan un lugar en “la casta” no le ha sido fácil. Con todo, no cabe duda de que, tal y como actualmente es, La Libertad Avanza es un partido muy precario, agrietado por luchas internas que a menudo parecen deberse a nada más que los celos personales de los afiliados, que dista de estar en condiciones de construir el país nuevo soñado por el fundador.

Aliados incómodos y poca tolerancia a la crítica


¿Ampliar es diluir? A juzgar por su forma de comportarse, Milei no quiere aliarse con nadie que podría hacerle sombra, sea la vicepresidenta Victoria Villarruel o el expresidente Mauricio Macri. Asimismo, reacciona con indignación frente a cualquiera que se anima a disentir con su análisis de la realidad económica. Además de cubrir de insultos a los “degenerados fiscales” que quieren aumentar el gasto público – a veces con el propósito evidente de hacer fracasar su proyecto -, se niega a tomar en cuenta las advertencias de quienes le hablan de los riesgos supuestos por la demora en levantar el cepo y a la brecha creciente que se da entre el dólar oficial y el “blue” libre.

El economicismo exagerado que es la marca de fábrica de Milei hace explicable el escaso interés que manifiesta en temas relacionados con la seguridad jurídica. Parece creer que, con tal que los números le sonrían, los grandes inversores no tardarán en llegar. Sin embargo, para que los más influyentes opten por probar suerte aquí, tendrían que confiar en que siempre sean respetados sus derechos legales. He aquí una razón por la cual el intento de Milei de hacer de un juez federal de trayectoria polémica, Ariel Lijo, un integrante de la Corte Suprema, además de las negociaciones de sus emisarios con la expresidenta Cristina Kirchner acerca de la eventual ampliación del máximo tribunal, está motivando tanta inquietud. Cuando de la teoría económica se trata, Milei se enorgullece de su rigor, pero parecería que en todo lo demás se destaca por su laxitud.

 El presidente su asemeja a un arquitecto que, luego de cosechar aplausos por el plan de un gran edificio, rehúsa pensar en las dificultades prácticas que tendrían que superar los encargados de construirlo o en detalles vinculados con los costos. Lejos de sentirse cohibido por el hecho de que la obra que tiene en mente sería algo radicalmente nuevo, ya que no existen economías tan libertarias como la que prevé en ninguna parte del mundo, lo considera un mérito.

Puede entenderse, pues, el escepticismo de los muchos que, hasta cierto punto, coinciden con Milei y que por lo tanto aprueban “el rumbo” que ha emprendido, pero esperan que pronto modere sus aspiraciones. Es que hay mucho más en juego que la validez o no de una teoría económica determinada.  Si el gobierno logra curar al país de los males causados por la adhesión de tantos dirigentes al facilismo cortoplacista adoptando una versión del capitalismo liberal que es típico del mundo desarrollado, sería un triunfo histórico aun cuando el resultado no reflejara la visión extrema pregonada por Milei.


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