Malvinas con los ojos del águila

Mario Flores Monje*


Jorge Néstor Águila era neuquino, de Paso Aguerre. Murió luchando por la Patria en las remotas playas de la Isla San Pedro (Georgia del Sur), a más de 1.500 km al este de las islas.


Las tropas británicas se rinden ante un comando argentino, el 2 de abril de 1982, en Malvinas.

El 3 de abril de 1982, mientras la foto del soldado británico Lou Armour rindiéndose ante un comando argentino con los brazos en alto circulaba por todo el mundo, avivando nuestro fervor nacional y la ira de Thatcher, Jorge Néstor Águila luchaba por su vida y por la Patria en las remotas playas de la Isla San Pedro (Georgia del Sur), a más de 1500 km al este de las Islas Malvinas. El joven soldado, de tan solo 20 años, estaba en Grytviken, un lugar cuyo nombre suena casi maldito y es incluso difícil de pronunciar.

Jorge era neuquino, de Paso Aguerre, a orillas del arroyo Picún Leufú. Desde octubre de 1981, hacía el servicio militar en el Batallón de Infantería de Marina Nº 1, ubicado en la Base Naval de Puerto Belgrano, en la provincia de Buenos Aires. Con solo cinco meses de entrenamiento, como muchos otros, partió hacia el sur el 28 de marzo de 1982, sin saber a dónde iba. Allí formaría parte de la Fuerza de Tarea 60.1, cuya misión era recuperar las Georgias.

El grupo estaba compuesto por el buque de transporte ARA “Bahía Paraíso”, la corbeta ARA “Guerrico”, dos helicópteros, 40 miembros del Batallón Nº 1 y un grupo comando liderado por el Teniente Astiz. Según datos oficiales, Jorge Águila, conocido como “Moncho”, forma parte de los 391 caídos de la Armada Argentina, la fuerza que más efectivos destacó (10,603 individuos) y que más bajas sufrió durante el conflicto.

¿Por qué las acciones militares, que habían comenzado un 2 de abril en la icónica casa del gobernador en Puerto Argentino, símbolo del poder colonial en el Atlántico Sur, se trasladaron al día siguiente a una estación ballenera tan oxidada como olvidada en Grytviken?

Porque, aunque las Malvinas son el archipiélago más reconocido, la reclamación de soberanía incluye las Georgias e Islas Sandwich, cuyas siluetas pocos podrían identificar.

Además, recordemos que el empresario argentino Constantino Davidoff había comprado la estación ballenera del lugar con la aprobación de los británicos en 1979. Desde entonces, buscó un medio de transporte para llevar las 12.000 toneladas de material acumulado allí, y después de tres años de negociaciones, que incluyeron conversaciones para alquilar el transporte polar británico HMS Endurance, sus trabajadores finalmente llegaron allí el 19 de marzo de 1982, a bordo del buque de la Armada Argentina “Bahía Buen Suceso”. Allí, sin pompa ni ceremonia, izaron la bandera nacional en un remo roto, lo que alertó al British Antarctic Survey, que informó a las Malvinas y luego a Londres sobre “la invasión argentina de las Georgias”.

La tensión entre Gran Bretaña y Argentina escaló rápidamente cuando Thatcher vio la oportunidad de mejorar la imgen de su alicaído gobierno al enviar el HMS Endurance a la zona para desalojar a los chatarreros. En respuesta, Argentina envió un grupo de comandos liderados por Astiz, y posteriormente envió los buques ARA “Santísima Trinidad” y ARA “Guerrico” para protegerlos.

La reacción británica fue rápida y el nivel del conflicto aumentó con el apoyo de tres submarinos nucleares al HMS Endurance.

Finalmente, los desembarcos en Malvinas y Georgias resultaron exitosos, pero a un alto costo humano para las fuerzas argentinas. Los primeros en caer en combate fueron Giachino, Guanca, Almonacid y nuestro Moncho Águila.

Mientras los restos del Moncho emprendían su largo viaje desde las Georgias hasta Paso Aguerre, Galtieri jugó a la diplomacia con un fusil en la mano.

El 10 de abril, ante una Plaza de Mayo exultante que lo embriagó con apoyo popular, exclamó su celebre frase: “Si quieren venir, que vengan. Les presentaremos batalla” y así se transformó en guerra lo que al principio se había planificado como una operación de poca escala para ocupar las islas, negociar la retirada, y destrabar la diplomacia.

En los meses siguientes, los combatientes enfrentaron numerosos desafíos, incluyendo problemas de armamento y logística, así como un clima totalmente desfavorable. A pesar de estas adversidades, continuaron luchando hasta que finalmente ocurrió el desenlace. El soldado Águila, junto con otros tantos, pagaron el precio más alto por su servicio y sacrificio pero, sin embargo ¿Qué hubiera pasado si el Moncho hubiera regresado vivo? ¿La sociedad lo habría contenido o su suerte sería la misma que la de aquellos discriminados “chicos de la guerra” hoy Veteranos de Guerra de Malvinas (VGM)?

¿Es solo la muerte en el campo de batalla lo que valoramos e idealizamos? ¿No es suficiente haber luchado a pesar de las limitaciones? Y lo más importante, ¿De qué manera podríamos apoyar a aquellos que buscan vivir con orgullo su participación en la guerra, o a los familiares de los caídos que sufren por su pérdida?

El sacrificio de Jorge Néstor Águila y otros valientes como Lacroix, Miguel, de Ibañez, Cisterna o Flores fue hecho en defensa de la soberanía nacional. Aunque la guerra de Malvinas sucedió hace 41 años, el dolor y el recuerdo de los caídos sigue presente entre nosotros. Es imposible saber cómo habría sido la historia si hubieran vuelto vivos del sur, pero lo que sí es cierto es que sus legados, junto con el de todos los demás que cayeron en combate, debe ser recordado como una llamada a la reflexión y la diplomacia: no olvidemos que las bases militares inglesas más grandes de la Patagonia son las que están instaladas en nuestra propia ignorancia sobre el pasado, el presente y el futuro de Malvinas.

* Licenciado en Ciencia Política y Relaciones internacionales . Hijo de un caído en la guerra de Malvinas.


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