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Maduro y Maquiavelo

Los proclives a pasar por alto los crímenes cometidos a diario por dictaduras supuestamente progresistas o, por lo menos, hostiles al “imperialismo”, se ven frente a un dilema incómodo tras el fraude en Venezuela.

Por James Neilson

Foto AFP/Juan Barreto.

El régimen del dictador venezolano Nicolás Maduro descansa sobre tres pilares. Uno es la ideología “socialista” que el fundador Hugo Chávez improvisó. Otro es el miedo que sienten sus integrantes y sus amigos por lo que podría sucederles si pierden el poder; no les sería nada fácil conservar ni su propia libertad ni todo cuanto se las han arreglado para robar. El tercero es la falta absoluta de escrúpulos; para los chavistas, ya es rutinario exiliar, encarcelar, torturar o asesinar a los opositores.

De estos tres pilares, el más precario es el ideológico. Depende en gran medida del apoyo de la internacional progresista. Aunque los chavistas tienen asegurada la ayuda de los autócratas de países como Rusia, China e Irán, la reacción amable pero así y todo un tanto dubitativa frente a la estafa electoral que han perpetrado de presuntos correligionarios como Lula, el colombiano Gustavo Petro, el mexicano Andrés Manuel López Obrador y Cristina Kirchner no puede sino preocuparles. Saben que no les convendría en absoluto figurar como los equivalentes, que en efecto son, de los “ultraderechistas” jefes de las juntas militares que, hace medio siglo, dominaban tantos países latinoamericanos.

Los proclives a pasar por alto los crímenes cometidos a diario por dictaduras supuestamente progresistas o, por lo menos, hostiles al “imperialismo”, se ven frente a un dilema incómodo. Saben muy bien que los chavistas perdieron las elecciones del 28 de julio por un margen escandaloso, pero, por “lealtad”, no quieren oponerse abiertamente a un régimen que a su juicio ha sido víctima de la maldad estadounidense. Todo sería más fácil para ellos si el triunfador, Edmundo González Urrutia, y la auténtica jefa de la coalición ganadora, María Corina Machado, fueran extremistas de derecha caricaturescos, pero sucede que difícilmente podrían ser más moderados.

La actitud que terminen asumiendo Lula, Petro y los demás podría ser clave. Por oportunistas que sean los dictadores y sus adherentes, todos procuran convencerse de que representan algo que sea mayor, mucho mayor, que sus propios intereses personales. No cabe duda de que, como Vladimir Putin, Xi Jinping, Kim Jong Un y Alí Jamenei, Maduro se esfuerza por creerse un militante abnegado de una gran causa que le garantizará el respeto, cuando no la veneración, de generaciones por venir.

Para Maduro, no es sólo una cuestión de autoestima. Tiene que ser consciente que si por algún motivo quienes lo rodean llegan a la conclusión de que ha perdido fe en su propia misión por entender que la gesta que supone estar cumpliendo no ha sido más que una farsa miserable, no vacilarán en eliminarlo. Necesitan confiar ciegamente en el compromiso anímico del jefe con el movimiento que se ha formado en torno a él y lo que queda de la reputación de su mentor. Por lo tanto, Maduro no puede sino aferrarse a su propia verdad, por fraudulenta que sea a ojos de los demás.

Los tiranos suelen gastar mucho dinero en propaganda en otras partes del mundo porque, aun cuando sean minúsculas las ventajas materiales que reciban a cambio de las inversiones multimillonarias que hacen, los beneficios psicológicos pueden ser sustanciales no sólo para ellos mismos sino también para los habitantes de su país. A pesar de los desastres terribles que han provocado sus gobernantes, hay muchos cubanos y venezolanos, además de rusos, chinos e iraníes, que siguen respaldándolos porque se han acostumbrado a creer que en cierto modo ellos mismos participan de una obra que trasciende la mera actualidad.

Si los jerarcas del régimen de Maduro se mantienen unidos, la dictadura sería capaz de durar muchos años más, pero si comienzan a aparecer grietas, el régimen podría caer muy pronto. Lo entienden aquellos dirigentes opositores que rezan para que los suboficiales, tenientes y capitanes de las fuerzas armadas venezolanas se nieguen a reprimir a sus propios familiares que, como centenares de miles de otros, están protestando en las calles. Con todo, se trata de una alternativa muy peligrosa que entraña el riesgo de que Venezuela sufra una guerra civil terriblemente caótica.

. El ejemplo brindado por la Cuba comunista les ha enseñado a los chavistas que Maquiavelo tenía razón cuando dijo que es mucho mejor ser temido por el pueblo que ser amado, razón por la que no les serviría para nada tratar de congraciarse con la mayoría de sus compatriotas. También les ha enseñado que jurarse fieles a una “revolución” izquierdista puede asegurarles el apoyo material y propagandístico de muchas personas influyentes y de países poderosos cuyos gobernantes están resueltos a colaborar con todo régimen que se afirme contrario a la política de Estados Unidos y sus aliados.


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