Los discursos de odio en Río Negro

Martín Belvis

Prosecretario de Redacción. Nació en 1967 en Buenos Aires y comenzó en el periodismo a los 21 años. Durante 10 años cubrió noticias políticas de la provincia de Neuquén y más tarde fue el primer editor del suplemento de Energía del diario Río Negro, de cuya agencia Cipolletti fue jefe entre 2009 y 2013. Vivió una década en Bariloche, donde se desempeñó como jefe de su agencia. En Diario RÍO NEGRO desde 1991.

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Los dirigentes de la provincia no son ajenos a un proceso que crece aceleradamente en torno del insulto y la descalificación, desde Pablo Verani hasta Carlos Soria.


Cuando las palabras de los dirigentes se parecen más a un tuit apurado que a una reflexión, se crea un campo fértil para el insulto, la burla disfrazada de falso ingenio y la descalificación. Estamos ante un discurso de odio. En Río Negro, desde la recuperación democrática hasta ahora, sobran ejemplos, especialmente en tiempos que no había redes sociales. Aunque es momento de revisar actitudes (basta pensar lo que habría significado el asesinato de la vicepresidenta) nada indica que este sea el inicio de un nuevo período de reflexión ni en el país ni en la provincia.

Es fácil detectar un discurso que fomenta el odio en gobernantes como el radical Pablo Verani o el peronista Carlos Soria porque se jactaban de un estilo pretendidamente gracioso a partir de una fingida incontinencia.

El ataque que Río Negro sufrió el año pasado de parte de un grupo de activistas de una denominada Organización de Desocupados en Lucha (ODEL), que creció a la sombra de una de las dos CTA, es hija directa de ese discurso de odio. No querían expresar su posición frente al tratamiento periodístico de sus actividades sino agredir, al diario y a sus periodistas.

Fue la consumación en la acción de un discurso que transmite odio.

Martín Soria, que, a diferencia de su padre, sí es un político de la era de las redes sociales, debió revisar (un poco) su estilo pendenciero, provocador y despreciativo desde que es ministro de Justicia de la Nación.

Reserva sus insultos a los ámbitos más privados, pero no los elimina, no revisa porque en definitiva está convencido de que, aunque violento, es una forma ingeniosa de caracterizar a los otros.

Hay (o debería haber) para los medios de comunicación un límite que las redes sociales no aplican. La difusión de ciertas declaraciones, como los epítetos (esa “palabra que tienen una función caracterizadora de personas o cosa, según la RAE) burlones del ministro de Justicia de la Nación, no ayuda.


El ataque a Río Negro es consecuencia directa de este encarnizamiento. No es extraño entonces que, sin agresiones, Alberto Weretilneck gane espacio y sume apoyos.


Si el intento de asesinar a Cristina Kirchner se toma como el síntoma de que hubo un límite que se sobrepasó hace tiempo, debemos revisar el discurso de odio contra los mapuches, todos los mapuches, cualquier mapuche. La violencia no es intrínseca a ellos y cualquier relación automática es discriminatoria, racista y, por lo tanto, componente de un discurso de odio.

Los violentos que avanzan sobre propiedades públicas y privadas a fuerza de fuego y combustible son mapuches y es violento llamarlos con el subfijo “truchos”.

Hay en la derecha de Río Negro, aun en la más democrática, un discurso repleto de desprecio frente a los pueblos originarios, cuya existencia desconocen y su permanencia combaten.

Es como los que reciben beneficios sociales del Estado. Los llaman “planeros” pero sólo si son de los sectores más postergados; jamás le pondrían ese sustantivo al turista que ganó con el Previaje ni al empresario al que le subsidiaron una parte de los gastos en salarios.

Es historia conocida que Soria hijo perdió la última elección a gobernador a manos de la actual mandataria, Arabela Carreras, que le sacó más de 20 puntos de diferencia.

Montó su campaña sobre ese estilo provocador, compadrito, desafiante y, en la intimidad, hasta soez.

El entonces gobernador y ahora senador Alberto Weretilneck impulsó, ya sin rerrelección, a Carreras, que apostó por un discurso de concordia. Y el resultado está a la vista.

Algo parecido se puede decir de Aníbal Tortoriello. Desbancó al peronismo en la última elección legislativa nacional sin necesidad de agraviar, y eso que en su fuerza no faltan los agresores de Twitter.

No es que la gobernadora no tenga días en los que su carácter ahuyenta a cualquiera que pase cerca de su despacho ni que Weretilneck haya perdido cierta pasión por las decisiones sanguinarias. Se trata de que, cuando hacen política, se alejan de los discursos de odio. Y no les ha ido mal.


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