Legado digital, sucesión y duelo

Perdimos un ser querido, recibimos la notificación de su cumpleaños en Facebook y sentimos el golpe. O el Google Photos nos toma por sorpresa con un recuerdo de hace años, junto a quien hoy no está. ¿Cómo se procesa?

Como consuelo de nuestra finitud solemos decir que nos sobrevivirá el recuerdo que dejemos en la memoria de nuestras personas queridas. Las huellas en aquellos que nos han rodeado en vida serán las anécdotas que mañana contarán los deudos cuando ya no estemos, permitiéndoles poner palabras al duelo que generará la ausencia. Y ese suele ser nuestro aliciente.

Algo similar ocurre con las cosas del mundo. Aquellas posesiones que nos son valiosas y que, como señala Walter Benjamin, dejan de ser simples mercancías para convertirse en “nuestras cosas”, en aquellas que -invaluables para nosotros- no venderíamos bajo ninguna circunstancia porque nos gustaría legarlas.

Dejárselas a alguien especial después de nuestra muerte. Entonces coleccionamos libros, vinilos o cds. Conservamos antigüedades y cosas que no valen por su utilidad, si no por la historia que tienen para contar.

Herramientas que fueron de nuestros padres o nuestras madres, adornos de nuestros abuelos y fotos analógicas de lejanas infancias. Objetos durables. Evidencias materiales de nuestro paso por el mundo.

Es así que los objetos a los cuales nos hemos aferrado en la vida pasan a ser parte de una herencia preciada para quienes quedan. Así encontramos algo de alivio ante el dolor de la pérdida. Pero al mundo material se le ha superpuesto, con una velocidad pasmosa, el orden digital. La influencia de internet y las TICs produjeron una alteración en las cosas del mundo, decodificándolo todo para codificarlo en otro registro: en información y datos.

Por decirlo de algún modo, las cosas hoy valen menos por lo que son que por la información que procesan. El Smartphone es el ejemplo más característico. Como objeto en sí, cada vez resulta más difícil distinguir uno de otro. Casi todos tienen la misma forma. Solo se diferencian por lo que se puede transmitir a través de su pantalla. No vale en tanto cosa, diría el filósofo ByungChul Han, sino en tanto no-cosa. Ya no poseemos libros, ahora accedemos a PDFs. Ya no guardamos fotos, almacenamos archivos en JPG. Ya no manipulamos herramientas, nos suscribimos a aplicaciones. No son cosas del mundo real. No son cosas.

Es difícil generar un apego emocional con lo virtual. O al menos vale reflexionar sobre el asunto. Porque para que algo sea objeto de amor o de deseo, pareciera ser condición fundamental que sea un objeto.

No parece ser lo mismo heredar la biblioteca de mi abuelo, que su carpeta de PDFs. Ni se compara el álbum de fotos familiar a la carpeta compartida en el Google Photos. Y, sin embargo, nos pasan cosas con todo eso.

Navegamos en un mundo informatizado en donde la huella que dejamos es una muy distinta a la que estábamos acostumbrados. Vamos datificando nuestro paso por el mundo. Nuestra huella digital se conforma con las miles de fotos que compartimos en las redes sociales, o con las cientas de horas de audios por las aplicaciones de mensajería. Todo lo que subimos a la nube.

Todo lo que hacemos online. Nuestras preferencias microsegmentadas en las interacciones con las aplicaciones de contenido a las que les regalamos nuestros datos. El historial de nuestras búsquedas en la web. Todo dato. Toda información. Todo queda allí. Y como en internet no existe el olvido, así vamos conformando nuestro legado digital. Entonces, cuando sufrimos la pérdida de un ser querido y recibimos la notificación de su cumpleaños en Facebook, sentimos el golpe. O cuando el Google Photos nos toma por sorpresa, en medio de nuestra jornada, con un recuerdo de hace años, junto a quien hoy no está, sentimos el impacto.

¿Cuánto tiempo tardamos en borrar de Netflix el usuario de la persona con la que compartíamos la cuenta? Y en Spotify, ¿cuándo dejamos de pagar el paquete familiar si ya no tenemos con quién compartirlo? ¿Qué hacemos con el contenido de su notebook? ¿Borraremos acaso la última conversación que tuvimos a través de WhatsApp? ¿Qué hacer con sus audios?

A diferencia de las cosas —objetos y pertenencias— que entrarían en una sucesión, no se sabe muy bien qué hacer con las no-cosas de nuestros muertos. Su huella digital puede que no nos traiga consuelo si no sabemos qué lugar darle en la tramitación de su duelo. Deberíamos hablar de esto mientras aún tenemos tiempo.

*Psicólogo.


Como consuelo de nuestra finitud solemos decir que nos sobrevivirá el recuerdo que dejemos en la memoria de nuestras personas queridas. Las huellas en aquellos que nos han rodeado en vida serán las anécdotas que mañana contarán los deudos cuando ya no estemos, permitiéndoles poner palabras al duelo que generará la ausencia. Y ese suele ser nuestro aliciente.

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