Las cooperativas no son acampes ni piquetes
El valor de una auténtica cooperativa es beneficiar la economía doméstica de sus miembros, formalizando trabajos precarios, elevando la ética y la moral.
La cooperación es un instrumento promotor de los más debilitados, básicamente por desocupación y empobrecimiento.
El valor de una auténtica cooperativa es beneficiar la economía doméstica de sus miembros, formalizando trabajos precarios, elevando la ética y la moral de los mismos al despertar o incrementar el sentido de autoestima y de solidaridad, enalteciendo la autogestión permanente del trabajo personal, eliminando egoístas rivalidades o el caos y la anarquía de miserables manipulaciones políticas, al encarnar activa y fraternalmente, mutuas complementaciones y reciprocidades, asegurando y robusteciendo la independencia económica y social de cada cooperativista, de su familia y la comunidad circundante.
La noble y cabal cooperación no es acampe ni piquete, evita enfrentamientos entre el individuo, el otro y el grupo. La cooperación genuina armoniza al individuo con el grupo. Aun cuando en su inicio se pudiera basar en un interés individual, en su estructura, desarrollo y proyección posterior, es socialmente útil y responsable.
Inicialmente, el móvil que empuja a las personas para formar parte de cooperativas, es de tipo fundamentalmente económico ya que se asocian para trabajar, para adquirir artículos más baratos o para realizar alguna otra actividad económica en condiciones más ventajosas que las normales, o que no podrían realizar y conseguir de otro modo, con el propósito de satisfacer paulatinamente necesidades físicas básicas y al más bajo costo posible.
La cooperación tiende a la supresión de intermediarios y lucros, lo que supone ahorro, más poder adquisitivo, beneficios y mayores ingresos en favor de sus asociados, porque el servicio que ésta le presta resulta más barato que el que le prestaría un intermediario puramente lucrativo. Mediante la cooperativa -que no es acampe ni piquete-, se atemperan y desaparecen las divergencias de intereses entre empleador y trabajador, entre vendedor y comprador, entre prestador y usuario, etc.
En las cooperativas no piqueteras, los intereses político-partidarios, económicos o financieros, no sofocan ni suprimen los valores sociales ni el espíritu y la propia razón de ser de cada cooperativa en cuanto tal.
Si bien es necesario potenciar el sentido empresarial en las cooperativas, el resultado económico de estas empresas de la economía solidaria civil, se atribuye al trabajo personal, no a especulaciones privadas ni miserias estatales irremontables como, antaño, en las empresas comunistas.
Cuando prevalece el esfuerzo propio personal, el trabajo genuino, la ayuda mutua similar, la solidaridad y la productividad cooperativa, no hay tiempo ni razón para acampes o piquetes.
Consecuentemente, lo que hace al verdadero cooperador un cooperario, es su lealtad que está basada esencialmente en un compromiso e interés común y en el respeto a los compromisos contraídos, interna y externamente. Fundamentalmente respecto de estos últimos, la amistad y la paz social, el respeto por el derecho, las ideas, la libertad, la propiedad y las garantías de los otros, nada tienen que ver con la actual ola de acampes y piquetes que ya por quinquenios e impunemente, perturban y limitan la normalidad en la vida y convivencia del conjunto de los argentinos.
Finalmente, asombra y desanima la complicidad por omisión de los agentes fiscales de turno y del Inaes como la ausencia de una condena explícita de los partidos políticos reconocidos en tanto instituciones fundamentales del sistema democrático y republicano; un sistema cuyo único fin y límite es el bien común para un buen vivir, pero de todos los argentinos, no la tolerancia constante e irresponsable de la anarquía y el caos propios de acampes y piquetes, protagonizados sistemáticamente sin solución de continuidad con profusidad de daños tangibles e intangibles, criticas destructivas y perjuicios irrecuperables a la “cosa pública” y a las instituciones; alterando y privándonos de un imprescindible “orden jurídico fundamental de la Comunidad”, conforme nos anticipa y garantiza constitucionalmente nuestro “magno preámbulo” al presentar dicho orden como una unidad de sentido si realmente se trata de “…constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidarla paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar (e invertir) en el suelo argentino…”
* Experto del Cooperativismo de la Coneau. Premio Adepa-Faca, 1990
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