La violencia la ejercen los otros


La violencia motivada moralmente, explican Fiske y Rai, se basa en la experiencia emocional. No hay nada racional en la violencia que “repara” un daño previo o venga un crimen.


La idea común sostiene que la moral nos enseña a ser más buenos y menos violentos, pero hay importantes investigadores en el campo de las ciencias cognitivas que demuestran que sucede lo contrario: somos violentos a causa de nuestro ideal moral. El problema parece ser que no podemos intentar hacer el bien sin dejarnos dominar por la violencia.

Alan Fiske y Tage Shakti Rai han escrito un polémico libro, “Violencia Virtuosa”. Sobre esta obra, Jonathan Haidt ha dicho: “Nos resulta tan difícil pensar con claridad sobre la violencia porque los actos violentos desencadenan una condena moral fuerte. Fiske y Rai sacan el moralismo de nuestras mentes y lo ponen donde debe estar: en la mente de los violentos, que suelen pensar que sus actos están justificados. Este libro ofrece un enfoque unificado para comprender los sucesos más espantosos, desde la delincuencia callejera y los crímenes de honor hasta los crímenes de guerra y el genocidio. Este libro es una lectura esencial para cualquiera que quiera comprender y, en última instancia, reducir la violencia”.

Lo más interesante de la teoría de Fiske y Rai sobre la violencia es que sostienen que la moral genera violencia, no es su freno. Todos hemos empatizado con la violencia en las películas porque allí las acciones violentas ocurren como parte y consecuencia de las relaciones sociales que se exponen: generalmente, se muestra que alguien ha sido agraviado por un poderoso y la única forma de sobrevivir es vengarse; o para liberarnos de los nazis debemos matar muchos alemanes. El arte del cine hace que el público comparta exactamente las mismas emociones y motivos que hacen que esa violencia sea inevitable y uno se sienta bien cuando se materializa.

Reparar una ofensa con violencia


Una vez que se ha admitido que es necesario reparar una ofensa o castigar un crimen terrible, dicen Fiske y Rai, se abre la puerta para justificar la violencia. Mientras más terrible parezca la ofensa o el crimen más violencia se admitirá en la respuesta. Los autores de “Violencia Virtuosa” demuestran que la mayoría de los individuos y grupos ejercen la violencia creyendo que lo que hacen es correcto, moral e incluso obligatorio.

La violencia motivada moralmente, explican Fiske y Rai, se basa en la experiencia emocional. No hay nada racional en la violencia que “repara” un daño anterior o venga un crimen. Siempre estamos ante un hecho puramente emocional. Mientras que las emociones pueden actuar impulsivamente, no hay razón para que no se pueda llegar a una postura moral de forma lógica y perseguirla con una planificación cuidadosa. Pero para poder encontrar una solución racional (y posiblemente pacífica) primero hay que saber que la primera opción que se le presenta a la mente es la emocional y violenta, y descartarla justamente por irracional.

Lo que parece más provocativo de las investigaciones de Fiske y Rai sobre la moral como motivación de la violencia es que coloca al ciudadano que demanda venganza (bajo la forma de justicia extrema, incluso) en el papel de violento que actúa bajo emoción irracional. No solemos pensarnos como violentos, irracionales o hacedores de un daño cuando le pedimos castigos extremos a un tribunal. Pero aun en ese caso, eso es lo que estamos haciendo.

El lunes pasado se conoció el veredicto en el juicio por el asesinato de Fernando Báez. El abogado de la familia de la víctima, Fernando Burlando, expresó en varias ocasiones que una condena que no fuera prisión perpetua (la pena máxima que permite la legislación argentina) no era justicia.

Gran parte de la opinión pública piensa de manera similar: ante un crimen atroz no queda otra que condenar a los asesinos a la pena máxima y que se pudran en prisión.

Sin embargo, esta es una visión de la justicia como venganza. Puesto que no podemos ir al “ojo por ojo, diente por diente” de la pena de muerte porque ha sido abolida definitivamente de la ley argentina, se exige la violencia institucional máxima contra los acusados de un crimen atroz.

El pedido de una violencia equivalente sobre los asesinos es un caso típico de moralidad emocional, no racional.

La prisión perpetua no resuelve nada. Si hubiera pena de muerte tampoco. Los padres de Fernando seguirán golpeados el resto de sus vidas y el joven asesinado no volverá jamás a su hogar.

Pero hay cierta tranquilidad pública por haber podido ejercer la venganza, el más irracional y primitivo de los poderes sociales. Nos sentimos bien (nos sentimos buenos) porque nos vengamos de los malos.

Obviamente no se trata de absolver criminales. Nadie está proponiendo algo así. Se trata de condenar con mesura, racionalmente. No ejercer venganza para satisfacción de la emoción violenta de la sociedad. Se trata de ser justos, no malvados.


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