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La nueva cara de la izquierda

Ha sido tan destructiva la crisis económica en Argentina, que sólo una pequeña minoría siente interés en los asuntos que motivan controversias furibundas en países más prósperos.


Si bien la Argentina sigue siendo un país de cultura netamente occidental, los temas que se debaten con más fervor aquí son muy diferentes de los que obsesionan a intelectuales europeos y norteamericanos calificados de izquierdistas que, en la actualidad, dan prioridad a conflictos vinculados con “la política de la identidad”.

No se trata de una “lucha de clases” sino de una competencia entre grupos étnicos y sexuales que quieren figurar como las víctimas principales de prejuicios arraigados y esperan ser recompensados, con dinero o con cargos prestigiosos, por lo mucho que sus congéneres han sufrido a través de los siglos.

También se han hecho fuertes quienes se afirman aterrorizados por los cambios climáticos; nos advierten que no tardarán en tener consecuencias catastróficas para los habitantes humanos, animales y vegetales del planeta Tierra a menos que se ponga fin muy pronto a una gama amplia de actividades económicas.

Desgraciadamente para nosotros, los ambientalistas más resueltos han sido tan influyentes que muchos gobiernos, entre ellos los de Joe Biden en Estados Unidos, Rishi Sunak en el Reino Unido y Emmanuel Macron en Francia, están procurando satisfacerlos.

Quieren terminar cuanto antes con el consumo del petróleo, gas natural y hasta la carne; ya que “la Ciencia” ha dictaminado que los bovinos aportan mucho al calentamiento global.

Puesto que, para recuperarse del desastre económico que la está triturando, la Argentina necesitará ingresos abultados procedentes de los yacimientos de Vaca Muerta y el campo, el poderoso movimiento verde internacional le enfrenta con una amenaza muy seria.

Aunque militantes kirchneristas intentaron importar las preocupaciones que están de moda en Estados Unidos, de ahí las alusiones al racismo que atribuían a los porteños y la campaña a favor del llamado lenguaje inclusivo, ha sido tan destructivo el impacto de la crisis económica que sólo una pequeña minoría siente mucho interés en los asuntos que están motivando controversias furibundas en los países más prósperos.

Para algunos, la indiferencia así manifestada será un síntoma de atraso, pero sucede que no hay motivos para suponer que la progresía norteamericana y sus satélites en Europa y Australia conformen una vanguardia auténtica; las ilusiones en tal sentido se asemejan a las de los comunistas de generaciones anteriores que se resistían a entender que se habían internado en un callejón sin salida que, como finalmente se dieron cuenta, no los llevaba a ninguna parte.

Aunque el desplome del “socialismo real” privó a los izquierdistas de un modelo supuestamente superior a aquel de los países democráticos, muchos continuarían oponiéndose al sistema imperante en el mundo desarrollado en nombre del antirracismo o la supuesta existencia de una multiplicidad de “géneros” sexuales.

Con todo, luego de soportar con estoicismo el predominio en los ámbitos académicos y mediáticos de activistas “woke” que insistían en que las sociedades occidentales, en especial la de Estados Unidos, son estructuralmente racistas y patriarcales, los hartos de la retórica abusiva de los fanáticos y su voluntad de silenciar a quienes discrepan con sus ideas han comenzado a rebelarse.

Hay dos contraofensivas en marcha. Una es cultural; la protagonizan los contrarios a privilegiar a estudiantes negros por encima de blancos y asiáticos por suponer que sus fracasos académicos siempre se deben al racismo blanco, además de tratar de hacer pensar, como es habitual en círculos intelectuales norteamericanos, que no habrá justicia social hasta que sean iguales los resultados educativos de todas las agrupaciones étnicas.

Como muchos señalan, para alcanzar el ideal así planteado sería necesario nivelar hacia abajo, algo que en efecto ha ocurrido en universidades tan afamadas como Harvard y Yale.

Hace poco, los contrarios al “racismo al revés” que se ha generalizado en el mundillo académico estadounidense se anotaron un pequeño triunfo al obligar a renunciar, acusada de plagio serial y antisemitismo, a la rectora de Harvard, una mujer negra llamada Claudine Gay.

La otra contraofensiva tiene que ver con la economía. Las medidas, que según la ONU y muchos gobiernos occidentales, serán precisas para frenar el cambio climático perjudicarían enormemente a todos salvo los más adinerados, porque la gente tendría que pagar mucho más por bienes y servicios que ya le son caros.

Aún más indignados que los consumidores de ingresos bajos son los granjeros europeos que temen perder todo; como es lógico, apoyan a políticos dispuestos a defender sus intereses, razón por la que la “ultraderecha” está ganando cada vez más terreno en Estados Unidos y Europa.


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