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La lenta metamorfosis de la política argentina

Las dos novedades del sistema político: ¿cambios para los vetos presidenciales y todo igual con la sucesión política en los grandes espacios políticos?

Javier Milei anunció un nuevo veto. Anticipó que si el Congreso aprueba ahora una ley para modificar el régimen actual sobre decretos de necesidad y urgencia (DNU), volverá a rechazar una decisión parlamentaria. Dijo más: que un cambio de esa regla de juego vigente sería lo mismo que un golpe de Estado. Milei se apresuró a dar una señal contundente sobre el tema porque la conformación de una mayoría legislativa para cambiar el régimen de los DNU se viene cocinando a fuego lento entre las fuerzas de oposición.

La norma actual fue sancionada a instancias del kirchnerismo cuando era gobierno. Prevé un sistema de sanción ficta muy laxo: es suficiente con que una de las cámaras del Congreso no se expida para que un DNU obtenga, con el tiempo, todo el rigor legal. Milei gobierna en minoría agravada desde su asunción y está utilizando esa herramienta con frecuencia inusual. Sólo le derrumbaron un decreto, el de fondos para la Side. Por primera vez el Congreso tomó esa actitud con un presidente.

Con un destino de veto anunciado, la batalla por la regulación de los DNU promete ser -más que la del Presupuesto 2025- la próxima escena de conflicto institucional entre la Casa Rosada y el Parlamento. El país ya vió en dos ocasiones anteriores la dinámica de bloqueos cruzados. Con los fondos para jubilaciones y universidades, el país aprendió la secuencia: ley aprobada, veto del Ejecutivo, insistencia parlamentaria, confirmación del veto.

En el caso del régimen de los DNU habría una diferencia de grado. Los vetos anteriores fueron sobre asignación de recursos. La discusión sobre los DNU es sobre procedimientos. Es decir: sobre las facultades que se asigna el Congreso y las que reserva para el Ejecutivo. Una discusión de fondo sobre los límites del poder.

Ocurre que esa discusión normativa de fondo no se estaría dando de manera abstracta, con legisladores observando desde afuera de la escena las virtudes y defectos del sistema institucional. Todo lo contrario: esa discusión se daría mientras en la práctica la Casa Rosada y el Parlamento confrontan con intrusiones cruzadas invadiendo mutuamente los límites del poder ajeno. Por eso Milei saltó en el acto asimilando esa discusión a una condición destituyente. El mismo argumento enarbolan, apuntando excesos del Ejecutivo, las fuerzas de oposición.

Si se observa bien esta nueva conflagración política que asoma entre el Presidente y el Congreso, podrá detectarse una novedad de primer orden para el sistema político: el colapso del bicoalicionismo que gobernó el país tras la crisis de principios de siglo (la transición al decisionismo minoritario que ha elegido Milei como fórmula de gobierno y supervivencia) está comenzando a forzar ajustes institucionales que no estaban previstos y cuya evolución inmediata es imposible de predecir.

Primera novedad, entonces: incluso desde lo normativo, el estatuto funcional del bicoalicionismo está en drástica revisión. No se sabe si emergerá algo nuevo y qué grado de intensidad democrática estará en condiciones de preservar.

Sucesiones políticas, un problema sistémico no resuelto


Una segunda novedad articula con ese proceso. Las fuerzas políticas que integraban las antiguas coaliciones comienzan a pasar de la conmoción por el derrumbe a los intentos de reorganización. En el distrito más poblado del país se vieron dos conatos de reagrupamiento todavía incipientes. En el peronismo bonaerense, la decisión de Cristina Kirchner de postularse para presidir el PJ nacional fue un revulsivo que detonó la relación con el gobernador Axel Kicillof.

Cristina tuvo enfrente un exiguo amague de rebeldía: algunos dirigentes alineados con Ricardo Quintela, gobernador de La Rioja. Para Cristina la neutralidad es traición. Ese fue su mensaje para Kicillof. De todos modos, la expresidenta ya consiguió movilizar la discusión interna en su espacio político, promover alguna movilización embrionaria con motivo del 17 de octubre, e instalar en el imaginario colectivo que frente a Milei sólo subsistirá el peronismo.

También la Unión Cívica Radical intentó dirimir diferencias y liderazgos en la provincia de Buenos Aires. El amague terminó con un fracaso estridente. Chocaron de frente las breves facciones del presidente nacional de la UCR, Martín Lousteau, y sus adversarios. Perdió Lousteau, en unas elecciones donde probó con las viejas mañas fraudulentas del balbinismo, pero además la participación fue muy escasa. En términos futbolísticos, Lousteau demostró ser un cuatro con escasa proyección, pero lento.

En el otro extremo del Área Metropolitana de Buenos Aires los movimientos también son intensos. Los disparó en Parque Lezama el mileísmo cuando eligió su diarquía: Javier en el gobierno, Karina en el partido. Los remezones de esa definición le pegan de lleno al elenco gobernante en la ciudad de Buenos Aires, que reporta todavía a Mauricio Macri. El modelo organizacional de los hermanos Milei es alérgico al aliancismo. Eso pone al PRO en una disyuntiva de supervivencia donde entran en contradicción su continuidad territorial con su colaboración parlamentaria con el gobierno.

Como en el caso de las instituciones interpeladas por los vetos cruzados, también con las internas partidarias conviene abstraer la mirada para encontrar la novedad. En este caso la novedad es que no hay cambios: la política argentina sigue atravesada por una malformación genética; tiene un sistema de reelección presidencial indefinida. No simultánea, pero indefinida. Cualquier presidente está en cierto sentido “obligado” por la dinámica de las expectativas a retener poder en su partido y debilitar -para condicionar- a sus sucesores. Argentina tiene un problema sistémico irresuelto: la sucesión de sus liderazgos.

¿Sorprende ver que Cristina Kirchner esté ensayando con Kicillof lo mismo que ya hizo con Alberto Fernández? ¿Llama la atención que el macrismo porteño especule con una participación directa de Mauricio Macri para preservar su territorio? ¿No es la misma lógica de personalismo extremo que orienta la conformación del partido de Milei?

Como el personaje de Franz Kafka, la política argentina se despertó una mañana, tras un sueño intranquilo, convertida en un insecto monstruoso. Ocurrió a fines del año pasado, tras el triunfo de Javier Milei. Su metamorfosis todavía está en marcha. Se ignora si para mejorar. O explorar algo peor.


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