La importancia de escuchar y ser escuchados

Redacción

Por Clara Nemas

Todos hemos experimentado la necesidad de contar lo que nos pasa y de ser escuchados. Pero también percibimos las distintas maneras de escuchar; tenemos amigos que escuchan bien, prestando atención, con respeto y empatía. Amigos que apreciamos porque saben escuchar y nos dan la sensación de que nos entienden en nuestros planteos sin que tengamos que dar muchas explicaciones; también valoramos ser comprendidos emocionalmente cuando sentimos en el otro una resonancia con nuestras inquietudes más profundas.

Es conocida la diferencia entre oír y escuchar. En el lenguaje cotidiano esta diferencia se expresa en el dicho “como quien oye llover”. Una buena metáfora para describir la actitud de alguien que escucha pero no reacciona, no se interesa por lo que oye, como si fuera un ruido de fondo. El lenguaje cotidiano utiliza imágenes sencillas para transmitir significados complejos y sutiles.

Como en la música, el lenguaje está formado por sonidos y silencios. No sólo escuchamos lo que se dice, sino que a veces también percibimos lo que un silencio calla. A veces los silencios no son tolerados porque nos cuesta respetar la privacidad del mundo interno del otro, sobre todo si es alguien muy cercano como una pareja. Entonces nos irritamos no tanto frente a lo que escuchamos en las palabras, sino a lo que se sustrae a la escucha y se guarda para sí, como si quisiéramos ser participantes y escuchas del diálogo interior que la otra persona tiene consigo misma.

La escucha puede a veces también ser intrusiva cuando hay una curiosidad que no se puede tolerar y entonces tratamos de espiar con los oídos las conversaciones ajenas o adivinar de qué se tratan los ruidos que se producen fuera del alcance de nuestra mirada.

Una mamá conectada con su bebé escucha los ruiditos de su hijo por la noche aún antes de que se produzcan. Quizás luego nos pasamos la vida deseando volver a ese momento en que éramos escuchados aún antes de emitir sonido o verbalizar un deseo: queremos ser escuchados sin necesidad que medien las palabras. Quedamos así detenidos, aún en una pequeña porción de nuestra personalidad en ese momento infantil, algo que complica mucho la relación entre las personas por la frustración de no ser entendidos antes de hablar. La idea de que hablando -y escuchando- se entiende la gente, como dice el otro dicho popular, expresa con sabiduría un elemento muy complejo de la comunicación humana.

También escucha el médico los sonidos del funcionamiento de los órganos internos. Esta escucha concentrada y entrenada requiere de mucho aprendizaje y experiencia para ser confiable. Hemos internalizado tanto el “respire hondo y diga 33” que no nos sorprende que se pueda escuchar el lenguaje de nuestros órganos a través de la pared del tórax.

Los sacerdotes escuchan las confesiones de sus feligreses en un espacio confinado en el que los otros sentidos quedan excluidos; un momento de retiro centrado sólo en las palabras dichas y escuchadas y que da cuenta, más allá de la concepción religiosa, de la necesidad del ser humano de hablar y ser escuchado, en este caso esperando escuchar la penitencia adecuada y las palabras de absolución.

Pero en todas las escuchas mencionadas, siempre hay una reacción desde el que escucha hacia lo escuchado o más directamente hacia quien ha hablado. Ya sea la penitencia, la acción adecuada para calmar el hambre, la necesidad de hacer un diagnóstico para indicar un tratamiento, un enojo por frustración al no ser comprendido o al malentender y muy frecuentemente consejos para solucionar un problema aunque éste no haya sido solicitado.

Existe otra escucha desde el punto de vista psicoanalítico, la escucha que incluye aquello dicho y que llamamos consciente junto con aquello que se dice de modo no evidente pero que el terapeuta reconoce como aspectos inconscientes en la comunicación. La función de esta escucha es poner a la persona que habla en contacto con sentimientos e ideas que influyen fuertemente en su manera de entender el mundo y la relación con otras personas pero que ejercen su influencia sin que sea evidente. Esta escucha ampliada permite que emerjan aspectos de cada uno de nosotros que nos han sido desconocidos y poder elegir mejores caminos para desarrollarlos como nuevas posibilidades o enfrentarlos con nuevas herramientas. La actitud del terapeuta que no juzga ni sanciona, sino que intenta comprender desde la lógica de la persona que habla, genera un espacio de respeto e intimidad que promueve cambios genuinos y no sólo adaptativos al medio o a lo que otros quieren de nosotros.

La escucha forma parte de la comunicación humana, sin la cual los vínculos, la cultura y la sociedad no existirían. Sin embargo los espacios de escucha atenta y empática son cada vez más estrechos y fugaces. La aceleración de los tiempos nos lleva a impacientarnos ante la demora en decir algo que quizás pueda llevar tiempo decir ya sea porque es difícil o porque no siempre es sencillo encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que sentimos y pensamos. El ruido que nos rodea hace también más difícil la escucha, que requiere de una cierta abstracción de los estímulos externos que nos bombardean. El día de la escucha nos puede invitar a detenernos a pensar en la escucha, en nuestra propia necesidad no sólo de ser escuchados sino también de escuchar la voz de los otros. Esta anécdota nos dice algo de esto: Sigmund Freud relata el caso de un niño de tres años que se encuentra en la oscuridad y le dicea su tía: “Tía, háblame; tengo miedo porque está muy oscuro”. Y la tía que le responde: “¿Qué ganas con eso si de todos modos no puedes verme”. A lo cual responde el niño: “No importa, hay más luz cuando alguien habla”.

(*) Clara Nemas es psicoanalista. Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires.


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