La gira de la misericordia del presidente Díaz-Canel
Abraham Jiménez Enoa *
En el Airbus YV3535 de Conviasa, aerolínea estatal venezolana sancionada por la Oficina de Control de Activos Extranjeros de Estados Unidos (OFAC), el presidente cubano Miguel Díaz-Canel realizó una gira internacional de 11 días que lo llevó a Argelia, Rusia, Turquía y China. Un viaje a la desesperada para pedir ayuda, misericordia, para que sus viejos aliados le echen una mano al régimen cubano que se hunde en un pantano de penurias.
La incapacidad gubernamental del régimen y sus desastrosas estrategias económicas durante décadas, Donald Trump y sus sanciones -aún vigentes- contra la isla y el saldo económico de la pandemia tienen a Cuba en un estado de calamidad, idéntico o peor que aquellos años cuando la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) se hizo polvo y su desaparición provocó el desajuste para siempre de la estructura ósea de la economía cubana que se alimentaba casi por completo de Europa del este. Hoy, como en antaño, los cubanos tienen que hacer malabares para comer, para vestirse, para medicarse, para transportarse, para tener energía eléctrica, para que no les falte el agua potable, en definitiva, para vivir.
La situación de la nación está al límite. Al punto de que, por más surreal que parezca y obligado por las circunstancias, al régimen no le ha quedado de otra alternativa que comenzar a impulsar de vuelta un nuevo acercamiento hacia el gobierno de Estados Unidos. En paralelo, ir a tocarle la puerta, en busca de oxígeno, a antiguos amigos -Argelia, Rusia, Turquía, China- que a su vez son contendientes directos de los estadounidenses en términos geopolíticos.
Dado que la ayuda venezolana ya no llega en cantidades industriales a la isla, el gobierno de Díaz-Canel ha tenido que salir a mendigar lo que aparezca, sin importar el color ideológico ni el valor simbólico de donde provengan las limosnas. Sin duda, una decisión forzada que habla de cómo la situación crítica del país ha llevado al régimen -que siempre ha vendido la imagen de la intransigencia, la soberanía y los principios patrios- a tener que aceptar manos extranjeras para sacar su cuerpo del pantano en el que se encuentra.
Al primer sitio a donde llegó Díaz-Canel como parte de su gira fue a Argelia. De esa visita sacó su tajada: el presidente Abdelmadjid Tebboune tuvo el gesto de cancelarle todos los intereses pendientes de la deuda de Cuba con el país africano y aplazarlos “hasta nuevo aviso”. Además, Tebboune le ofreció al presidente cubano “una central eléctrica fotovoltaica así como restablecer el abastecimiento de hidrocarburos para que Cuba pueda reactivar las centrales -energéticas- y combatir los cortes de luz actuales”.
De Argelia, Díaz-Canel siguió hacia Rusia, donde aterrizó por tercera vez desde que es presidente, adjudicándose el deshonorable título de ser el primer mandatario que visita Moscú desde que comenzase la guerra de los rusos en Ucrania. Pero al mandatario cubano poco le importa cargar con ese peso, pues tras darle la mano a Vladimir Putin y “dejar claro” que no está solo y aislado, tuvo como recompensa acuñar algo que ya se había acordado entre el Kremlin y La Habana en febrero pasado: una prórroga hasta 2027 de la devolución de créditos de exportación que asciende hasta los 2,300 millones de dólares. Satisfecho de tener en casa a Díaz-Canel en un momento donde debe saber que existen muy pocas personas más detestadas que él en el mundo, Putin tuvo el detalle de develar en compañía de su huésped un monumento a Fidel Castro en suelo moscovita.
La tercera parada de la gira fue Turquía. Allí, el presidente Recep Tayyip Erdogan lo recibió y le dio la agradable noticia de que “hemos confirmado la determinación de aumentar nuestro volumen comercial a 200 millones de dólares” y “evaluamos posibilidades de desarrollar la cooperación existente en la energía, el turismo, la construcción y la agricultura”.
De Ankara, capital turca, Díaz-Canel viajó a Beijing a terminar de rellenar la valija vacía con la que salió de La Habana. Lo primero que hizo tras llegar fue destacar que es el primer gobernante latinoamericano que visita China después del vigésimo congreso del Partido Comunista de ese país, en el que Xi Jinping consolidó su poder con la reelección como secretario general por otros cinco años. Una declaración de flores al oído de su anfitrión para luego recoger los frutos: la firma de 12 acuerdos y memorandos que incluyen la entrega de un donativo de 100 millones de dólares, medicamentos, insumos médicos, alimentos, materias primas para uniformes escolares, ropa de trabajo y el suministro de “utensilios de cocina para programas de alto impacto en la población cubana”.
Aunque, quizás, lo más importante recaudado en China, como mismo en Argelia y Rusia, fue la postergación del pago de su deuda económica con el país asiático, cuyo monto no fue declarado públicamente.
El fin del periplo del presidente Díaz-Canel evidencia la precariedad en la que está sumida Cuba hoy y la falta de capacidad del régimen para revertir esta situación por sí mismo. Una circunstancia que ha llevado a un gobierno, que durante seis décadas se ha negado a abrirse al mundo, a tener que aceptar ayudas como migajas de cualquier tipo y de quien sea para poder seguir en el poder, aunque eso suponga contradecir su propia historia, su supuesta esencia y sus cimientos.
*Columnista The Washington Post
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