La cultura de las ejecuciones públicas


Una consecuencia de la tortura en las cancelaciones es ayudar a destruir la verdad, que es parte de la destrucción del mundo social, y se consigue robando la voz a las víctimas.


La forma más usada en la actualidad para hacer una ejecución pública es la cancelación, mucho más que los linchamientos. Durante una ejecución pública una persona es puesta en la picota y destruida a la vista de todos. Las ejecuciones públicas son formas primitivas de venganza que siempre están habilitadas por la indignación moral; y la indignación moral surge a causa de problemáticas que son importantes en esta época (y solo en esta época). Muchos de los crímenes que ahora nos parecen más indignantes ni siquiera eran considerados crímenes hace unas décadas y lo mismo sucede al revés: muchos de los crímenes que eran terribles en la Edad Medio hoy nos parecen ridículos (como tener comercio sexual con el demonio, por ejemplo).

Es decir, tanto antes como ahora una turba podía matar (o, al menos, torturar en público y expulsar de la sociedad) a una persona por algo que fuera de ese momento histórico no le importa a nadie.

En The Spectacle of Suffering (El espectáculo del sufrimiento), un importante estudio sobre las ejecuciones públicas en la Europa preindustrial, Pieter Spierenburg señala que las ejecuciones públicas del fin de la Edad Media requerían que los condenados desempeñaran un papel: “El aspecto edificante radica, pues, en un castigo sufrido humildemente y con obediencia. Todo esto presupone una sociedad que tolere la tortura pública; que se inflija dolor de manera abierta”.

En las cancelaciones actuales sucede algo parecido: se le pide al que se va a ejecutar públicamente que acepte que ha cometido una falta grave, que se disculpe y que tolere el castigo (su destrucción como persona).

Hannah Arendt en su análisis de Los orígenes del totalitarismo sostiene que inducir un estado de soledad en las personas tiene el efecto de destruir todo sentido de comunidad, reduciendo a los individuos a átomos aislados, y preparándolos así, a través del miedo abyecto, para el dominio totalitario y la autodestrucción. Esto es lo que se hace en las cancelaciones.

La función de la vergüenza pública y la cancelación es infligir soledad: separa al cancelado de su contacto con el resto de la humanidad. Lo convierte en un intocable abyecto y tiene como único objetivo su eliminación social. Esto se consigue dando publicidad a la cancelación, lo que garantiza que esta persona perderá su trabajo, su medio de vida, su círculo de amistades, y casi seguro que no encontrará otro trabajo ni otro lugar en el mundo en un futuro previsible.

El cancelado, además, se queda sin voz: no puede hablar porque si pide disculpas confirma que ha sido malvado y merece la cancelación; y si no pide disculpas y argumenta que es inocente se lo ve como irreductiblemente perverso.

Una consecuencia importante de las tácticas de tortura en las cancelaciones es su contribución a la destrucción de la verdad, que forma parte de la destrucción del mundo social, y que se consigue en gran medida robando la voz a las víctimas.

Una de las razones por las que se coacciona a los cancelados para que hablen en falso o se autoinculpen es que la turba necesita mantener una visión de la realidad que es impermeable a las pruebas empíricas. La realidad y la verdad son decretadas por la ideología que cancela en lugar de establecerse mediante las convenciones de la investigación empírica y el intercambio racional de opiniones.

Al igual que el señor K, de Kafka, todos podríamos despertarnos una mañana y descubrir que hemos sido acusados sin haber hecho nada malo.

La arbitrariedad es fundamental en la táctica de destrucción del mundo social del cancelado: no solo se cancelan individuos sino que se destruye así a toda la sociedad. Todo el mundo es sospechoso y, por tanto, un cancelado potencial. Cualquiera puede destruir a cualquiera en cualquier momento con un tuit.

¿Qué hacer? Cada individuo digno (los hay, aunque cada día sea más difícil verlos) debe no prenderse a ninguna cancelación de ningún tipo y por ningún motivo. Y usar su pequeña voz para hablar en contra de toda cancelación.

Como sociedad, educar en el amor y en el respeto a los demás y a no someterse a ningún fanatismo ideológico ni a ninguna Teoría de moda, aunque la avale un movimiento en el que creemos, el Estado, intelectuales que nos caen simpáticos o la gente de la TV.

Castigar a los demás no es nuestra tarea: al contrario, ser respetuosos de la dignidad de todos (en especial, de los perseguidos) es el verdadero accionar positivo.

Ayuda a quitarle un poco de poder a la turba embravecida, indignada y vengativa. Nos mejora como sociedad y como individuos.


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