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La ceguera de la elite demócrata

Sus dirigentes viven en “una burbuja” en que hablan obsesivamente de temas que, para los demás (y los electores de EE.UU.) son francamente ridículos.

Abrumados por el gran triunfo de Donald Trump, un hombre que ven como la reencarnación de Adolf Hitler, muchos progresistas de Estados Unidos y sus simpatizantes de otras latitudes se han puesto a rabiar contra el electorado por haber cometido el error abismal de apoyarlo. Como el presidente Joe Biden que calificó de “basura” a quienes votarían por el republicano, tales demócratas ya no procuran ocultar el desprecio que sienten por el grueso de sus compatriotas.

A juicio de los más vehementes, los norteamericanos que repudiaron a Kamala Harris son imbéciles, sujetos ignorantes que se dejaron engañar por un demagogo gritón. Si pudieran, optarían por la alternativa planteada por el poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht que, en 1953, dijo que la solución más sencilla para los problemas políticos de Alemania Oriental sería “disolver el pueblo y elegir otro”.

El desconcierto que ha tomado posesión de los progresistas estadounidenses puede entenderse.

Están tan acostumbrados a disfrutar del aplauso de los medios de comunicación tradicionales, las luminarias de las universidades más prestigiosas y las estrellas rutilantes de las industrias culturales, que les cuesta aceptar que constituyen una minoría privilegiada.

Sin darse cuenta, viven en “una burbuja” en que hablan obsesivamente de temas que, para los demás, son francamente ridículos.

A juzgar por lo que dicen, son muchos los progresistas norteamericanos que creen que si un varón afirma sentirse una hembra, todos deberían tratarlo como una y, además de permitirle entrar en espacios reservados para mujeres y participar en torneos deportivos contra ellas, emplear los pronombres apropiados. Total, hay que luchar contra la masculinidad “tóxica”.

También insisten en que les corresponde a los blancos arrodillarse ante “personas de color” que, desde luego, merecen ocupar todos los puestos de mando a menos que procedan de lugares de Asia en que es habitual estudiar con ahínco, y otras manías típicas de la extraña moda “woke”.

Interpretan todo cuanto sucede en el mundo según “la política de la identidad”, razón por la que les parece aberrante que tantos afroamericanos, hispanos y mujeres hayan respaldado a Trump.

La brecha cultural fue clave en el triunfo de Trump


Si bien incidieron en el voto tensiones provocadas por el ingreso de millones de inmigrantes sin papeles y la sensación de que la economía funcionaba mal, a los demócratas les sería suicida subestimar la importancia de la brecha cultural que se ha abierto entre una elite progresista arrogante y el resto de la población.

Lo mismo que en Europa, el partido que en teoría se ubica hacia el lado izquierdo del espectro ideológico y que, algunas décadas atrás, representaba a los trabajadores, ha sido capturado por profesionales de clase media y oligarcas que, desde luego, dan prioridad a sus propios intereses, sean éstos materiales o intelectuales.

Tales políticos se han visto beneficiados por la expansión de las universidades que ellos mismos promovieron. Para no tener que discriminar en contra de nadie, tuvieron que reducir sistemáticamente las exigencias académicas.

Asimismo, aprovecharon la oportunidad para introducir una plétora de nuevas materias que les servirían para adoctrinar a los alumnos, transformándolos en activistas políticos.

Una consecuencia de la estrategia así supuesta ha sido la pérdida de valor de todos los diplomas universitarios con la excepción de los vinculados con las “ciencias duras”.

He aquí un motivo por el cual, en opinión de muchos escépticos, el que la mayoría de los dueños de diplomas haya apoyado a Kamala en las urnas, nos dice más acerca de la decadencia del sistema educativo de Estados Unidos que de la supuesta superioridad intelectual de los demócratas.

Dirigentes que se han rodeado de personajes habituados a desdeñar a buena parte del electorado no deberían sentirse sorprendidos cuando pierden.

Aunque hay evidencia de que muchos que votaron por Trump no lo querían, vieron en él la alternativa más drástica, y más demoledora, a una elite tan penosamente ensimismada que ni siquiera intentó entender el malestar que sentía más de la mitad de los norteamericanos.

Convencidos de que cualquier candidato lograría derrotar al terrible “hombre naranja”, persistieron con Biden hasta que su decrepitud mental se hizo tan notoria que les era imposible seguir fingiendo creer que era tan lúcido como había sido años antes, para entonces alinearse detrás de una mujer cuyo ascenso en el mundo político se había debido exclusivamente a su sexo y al color levemente oscuro de su piel, ya que desde el vamos era patente que Kamala carecía por completo de las cualidades necesarias para ser la “líder del mundo libre”.


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