Jóvenes y violencia

Graciela Landriscini

* Diputada nacional por Río Negro (FdT). Economista. Exdecana de la facultad de Economía de la Unco.

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Las diferencias, las desigualdades son la clave que activan la espiral de la intolerancia y las violencias que se desatan en nuestra sociedad.


En los últimos meses hemos visto hechos de violencia extrema y desmedida que involucran a jóvenes, patotas, fiestas y boliches, accidentes automovilísticos sin respetar normas de tránsito, el uso indebido de cuatriciclos en playas con niña/os al volante, violencia contra médica/os y enfermera/os en guardias de hospitales, y abusos de alcohol y drogas. En la mayoría de los casos son varias las personas involucradas que, además, se encubren entre ellas.

Algunos ejemplos de esto son: El brutal asesinato de Braian Cuitiño de 22 años en manos de una patota en Pilar a la salida de un boliche en diciembre pasado, cuyos autores se escaparon rápidamente. El caso de Matías Montí, un joven de 20 años atacado a golpes y herido de gravedad en el boliche La Normandina en Mar del Plata por otros jóvenes, también fugados. La pelea masiva en la playa Boutique en Pinamar en la que varios jóvenes resultaron heridos. El asesinato de Facundo Castillo en Cipolletti por otro joven que lo atropelló a la salida de una fiesta y luego fugó. Y, por supuesto, el cumplimiento de dos años del asesinato de Fernando Baez Sosa a patadas y en el piso por una patota de rugbiers a la salida de un boliche en Villa Gesell, y que también se dieron a la fuga luego del ataque brutal y colectivo.

Y el más reciente en la región que nos atrajo la atención tuvo que ver con una pelea entre jóvenes a primeras horas de la mañana en este fin de enero en la costanera de Las Grutas, en un horario que debería ser tranquilo para mirar el mar y caminar, y en cambio muestra enfrentamientos a golpes de puño que nos preguntamos si podrían ser estimulados por el alcohol o alguna otra sustancia. ¿Por qué empañar momentos de encuentro con violencias y disputas que si hay diferencias entre las partes por la razón que sea, nada pueden resolver, y sin embargo alteran el ambiente y hasta confrontan con las fuerzas de la seguridad pública? Hay que agregar que algunas de las violencias de los últimos tiempos han sido seguidas por robos, violaciones de domicilios y hasta castigo a animales indefensos, y en alguna ciudad metropolitana con el ataque e incendio a personas en situación de calle.

A estos recientes hechos de violencia se agregan numerosos ataques a mujeres en la localidad de Cipolletti en los últimos 25 años; algunos han quedado impunes y las familias continúan reclamando resolución; a personal policial y sanitario, y días atrás se tuvo el caso de peleas entre familias en dependencias de salud, también en Cipolletti. Se agregan a ello los conflictos por la tierra en localidades y áreas rurales en la cordillera, que en general involucran jóvenes, y hasta se cuentan en otras localidades de Río Negro ataques con muerte de una mujer migrante y madre asesinada, de un obrero rural migrante presuntamente asesinado y desaparecido, y de un joven policía también en la zona cordillerana, que han traído consigo complejos procesos judiciales y penales.

Todos estos hechos violentos no son aislados ni reflejan un problema que incluye sólo a la juventud. Son el reflejo de una sociedad cimentada sobre las desigualdades múltiples, de poder, de clases, género y raza del triple sistema de dominación mercantil capitalista, patriarcal y colonial. En muchos de los casos emergentes, el otro, la otra, les otres, les diferentes, aparecen como una amenaza: la persona de otro país o provincia, del otro barrio, de la otra cuadra, de la otra escuela o el otro club, del otro género, de otra elección sexual, de otra clase social, o de otro color.

Las diferencias, las desigualdades son la clave que activan la espiral de la intolerancia y las violencias que se desatan en nuestra sociedad, con estas expresiones brutales entre nuestros jóvenes y los femicidios, por ejemplo.

Las desigualdades económicas y sociales, entre géneros, cimientan las bases que sostienen sistemas de jerarquías violentas, privilegios, discriminación y poder sobre el cuerpo del otro, otra y otres, incluso de sus propias vidas. La paradoja de nuestro tiempo es que somos una sociedad que no tolera la diversidad garantizada por los derechos humanos, pero sí soporta las desigualdades materiales y de oportunidades extremas entre grupos sociales y las injustas desigualdades de género que los vulnera.

Desde el Estado debemos garantizar el cumplimiento de las normativas vigentes como el sistema de protección integral de los derechos de niñas, niños y adolescentes, la protección integral de violencias por razones de género, y garantizar la aplicación de la Ley Micaela.

Sin embargo, una transformación cultural profunda en las bases sociales es imprescindible. Para ello, debemos avanzar en formas innovadoras de educación que incluya a los-las-les jóvenes, que promueva espacios de encuentro, que les convoque a participar, involucrarse, y ser parte. Es una asignatura pendiente: los aportes desde las ciencias sociales, desde la práctica docente y del personal de distintas áreas del Estado en desarrollo familiar y social sobran, hay que unir voluntades y convocar a la participación de les jóvenes.


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Las diferencias, las desigualdades son la clave que activan la espiral de la intolerancia y las violencias que se desatan en nuestra sociedad.


En los últimos meses hemos visto hechos de violencia extrema y desmedida que involucran a jóvenes, patotas, fiestas y boliches, accidentes automovilísticos sin respetar normas de tránsito, el uso indebido de cuatriciclos en playas con niña/os al volante, violencia contra médica/os y enfermera/os en guardias de hospitales, y abusos de alcohol y drogas. En la mayoría de los casos son varias las personas involucradas que, además, se encubren entre ellas.

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