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Infancias… afuera

Así como esta construcción social fue posible gracias a un Estado que desarrolló políticas específicas, es también posible su desaparición debido a la ausencia estatal.

Los niños no existieron siempre. Claro que siempre hubo personas de pocos años de vida pero la infancia y la sensibilidad especial por este tránsito son una construcción social producida hace unos 300 años. Antes de eso, la “cría” no era más que un adulto enano sin los privilegios actuales, un estorbo incapaz para la guerra o los trabajos forzados o una desgracia vergonzante si nacía con alguna malformación o discapacidad.

La infancia fue creada (como también la juventud a partir de la segunda mitad del siglo XX) y para acompañar esta creación hubo que desarrollar políticas específicas de protección como prohibir el trabajo infantil y suscribir pactos a escala internacional, por caso, la Declaración de los Derechos del Niño en 1959.

Así, la infancia y la adolescencia fueron capturadas por dispositivos institucionales, proyectados hacia el futuro por las políticas de Estado y -al decir del francés Jean-Louis Flandrin- transformadas en metáforas de utopías sociales y pedagógicas: “los niños son el futuro de la humanidad”, “vienen con un pan bajo el brazo”; los chicos “no tienen maldad”, son un “regalo del cielo”, entre otras.

Pero la infancia también es un producto social vinculado con la expansión de las industrias. El nuevo orden económico requería que los adultos dejaran sus casas para ir a la fábrica y ese espacio adulto fue ocupado por la escuela.

Es decir, con la modernidad hubo un sujeto necesitado de esa educación: el niño, el infante, el “cachorro humano” como objeto predilecto de la pedagogía. La educación estatal se asentó además en un pacto de hierro entre la familia y el Estado a quien los padres le encomendaron la educación de sus hijos.

Pero en los últimos tiempos la infancia ya no es percibida de la misma manera ni la escuela es la principal máquina de educar; el pacto entre la familia y Estado está debilitado y cada vez hay menos infantes.

La baja de natalidad es algo evidente que ya tiene su impacto en la bajísima matrícula de nivel inicial en las salas de 4 años de nuestra provincia.

Para muchas personas los niños ya no son portadores de utopías, no son ese sujeto que viene a completar la vida adulta ni ese ser educable que va a mejorar el mundo, sino sencillamente una “bendi” -en sentido irónico claro está-. No ya la bendición con mayúscula que significó en la Edad Media ni tampoco aquel sujeto de derecho de la modernidad.

Si antes hubo espacios especiales para estar con niños, para cuidarlos, por ejemplo, del humo del cigarrillo, en la actualidad -contrariamente- se promueven espacios para cuidar a los adultos de los niños: tal es el caso de la aerolínea Corendon Airlines que promueve una zona “libre de niños” para viajar “más tranquilos”. A nadie parece afectar demasiado -salvo a inquilinos con hijos- los ofrecimientos de alquileres que abiertamente exponen “sin chicos”.

Es significativo además que muchos jóvenes perciban a sus mascotas como hijos.

El gobierno nacional ha tomado esta pérdida de sensibilidad sobre la infancia (no es menor que el propio presidente llama hijos de cuatro patas a sus perros) y la ha cristalizado en iniciativas concretas absolutamente regresivas, como la baja de la edad para portar armas (el Decreto 1081/24 reduce a 18 años la edad mínima para tramitar la credencial de Legítimo Usuario de Armas); el rechazo al proyecto recientemente aprobado para combatir la ludopatía en jóvenes; e iniciativas en agenda como bajar la edad de inimputabilidad e introducir la enseñanza virtual desde los 9 años, según propone la Ley Ómnibus; cuando la Ley de Educación Nacional, en su artículo 109, sólo la autoriza a partir de los 18 años.

Así como la infancia fue posible gracias a un Estado que desarrolló políticas específicas, es también posible su desaparición debido a la ausencia estatal.

La desprotección de las infancias y juventudes y el corrimiento del Estado educador deja libre un espacio para el consumo brutal de tecnologías y otras adicciones: formas silenciosas de matar la infancia.

* Profesor en Instituto de Formación Docente y Universidad de Río Negro. Investigador en la Universidad Pedagógica Nacional.


Los niños no existieron siempre. Claro que siempre hubo personas de pocos años de vida pero la infancia y la sensibilidad especial por este tránsito son una construcción social producida hace unos 300 años. Antes de eso, la “cría” no era más que un adulto enano sin los privilegios actuales, un estorbo incapaz para la guerra o los trabajos forzados o una desgracia vergonzante si nacía con alguna malformación o discapacidad.

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