Encadenados por la irresponsabilidad
Maximiliano Gregorio-Cernadas *
¿Cuántos de los que hoy se indignan por la crisis pueden sostener que ignoraban que el Presidente estaba firmando un pacto diabólico con su sangre y la de los argentinos?
Las sociedades sanas se constituyen mediante la virtuosa articulación de una vasta cadena de obligaciones mutuas entre sus partes, desde sus células, los individuos libres, hasta su máxima autoridad. Así, los seres dignos se responsabilizan de sus acciones, los cónyuges se comprometen entre sí, padres e hijos se distribuyen roles, estudiantes y maestros intercambian deberes, los jóvenes resguardan a los ancianos como éstos lo hicieron antes con ellos, los sanos y aptos amparan a enfermos y discapacitados, empresarios y empleados se retribuyen conforme a sus contratos, mandatarios y mandantes respetan sus mutuos compromisos cívicos, y hasta los miembros de la comunidad de naciones se ajustan al respeto de lo acordado.
El incumplimiento de los eslabones de este entramado de compromisos recíprocos que sostiene todo cuerpo societario, provocaría desajustes que lo descoyuntarían, lo harían marchar con dificultad y hasta podrían derrumbarlo, produciendo ciudadanos irresponsables y naciones inviables.
La Argentina de hoy es el modelo de una sociedad en la que sus partes esenciales desatienden, desvirtúan o transfieren su rol en la cadena de mandatos constitucionales. Si bien el Presidente de la Nación asumió la responsabilidad de ejercer el mando supremo, y los miembros de su Gobierno y su partido se comprometieron a secundarlo, lo cierto es que, acosado por un vicio de origen fáustico en el que libremente concedió poder a cambio de oropel, viene cediendo obligaciones a los demonios con los cuales pactó.
Aduciendo desavenencias con la conducción presidencial, varios de sus subalternos, en lugar de renunciar, se lanzaron a asaltar las más pródigas fuentes de recursos del Estado, a eludir sus responsabilidades ante el Poder Judicial, y a actuar el rol de la oposición, para cuyo fin no habían sido electos, quebrantando otra vez el compromiso adquirido con sus votantes.
Como esta espuria alteración del encadenamiento constitucional de responsabilidades no prosperó pues resultaba insostenible la farsa de ser Gobierno y oposición al mismo tiempo, se recurrió a otra subversión del sistema, resignando atribuciones presidenciales en un “Superministro”, retorciendo aun más el sistema, constituido ahora por un trío de imprecisas y agonistas irresponsabilidades: todos mandan un poco pero nadie se hace responsable del todo.
Como si el dislate no bastase, se osó atraer a la oposición a desatender su responsabilidad y enrolarse con el Gobierno. Si bien fue rechazado públicamente por la oposición, el evidente upgrading en el Congreso del “Radicalismo K”, los estruendosos rumores de connivencias transversales y la dinámica de descomposición que amenaza al país, no permiten descartar que se recurra nuevamente, aunque en forma más discreta, a pactar obligaciones fraudulentas con algún sector de la oposición. Como fuese, pretender que ella se haga cargo de los desatinos ajenos, transfiriéndole parte de la responsabilidad de la crisis, equipararía el tamaño de la mala fe oficialista, con la ambición de algunos opositores y la pulsión suicida de los más osados.
Recientemente, apremiado por la necesidad personal de la Vicepresidente en apuros con la justicia y por la desesperada estrategia de cavar una nueva grieta para atraer votos, esta vez entre la ciudad de Buenos Aires y el resto de las provincias, el Poder Ejecutivo, soliviantando a algunos Gobernadores para sumarse a su inconstitucional cruzada, amagó con desacatar a la Corte Suprema, amenazando con desatar un mayúsculo conflicto de poderes que podría poner en riesgo a la República toda y dejando pendular sobre las instituciones argentinas una nueva espada de Damocles: la posibilidad de resolver las tensiones entre los poderes republicanos al reciente estilo peruano, añadiendo un nuevo eslabón a esta cadena de irresponsabilidades.
El fenómeno de la antipolítica
Falta a este patético espectáculo el soldador de este espurio concatenamiento y que es el rasgo distintivo de nuestra democracia: el rol del electorado, sin cuya contribución esta magnum opus de la irresponsabilidad argentina no sería posible. Así como ya no subsiste nadie que confiese haber votado por Menem dos veces, ¿cuántos de los que hoy se indignan por esta crisis pueden sostener honradamente que ignoraban que el Presidente estaba firmando un pacto diabólico con su propia sangre y la de los argentinos? No se puede aducir aquí una burla al electorado. Sólo los niños y los dementes pretenden resultados distintos a los obvios, no se hacen cargo de sus actos y se los endilgan a otro, pues la inimputabilidad es el rasgo por excelencia de párvulos y alienados.
Estamos a tiempo de que quienes eluden sus deberes se hagan cargo de lo que crearon y lo resuelvan. El electorado mandante de este Gobierno, donde quiera que se encuentre oculto, no debería dejar de exigir el cumplimiento de las obligaciones que pactó con sus mandatarios. Aquellos que votaron al Presidente argumentando puerilmente que “era distinto” y que no sería un instrumento de poderes inconstitucionales, deberían enmendar el desastre que han creado, restaurando lo incuestionable: que de acuerdo con nuestra Constitución, al Presidente se lo elige para presidir en plenitud y hasta el fin de su mandato.
En cuanto al futuro, no se lograrán cambios profundos hasta que no se asuma que la máxima responsabilidad de esta debacle, cabe insistir, radica en esa mayoría que escogió a sabiendas políticos de notorio doblez, y que es casi una ley física que las consecuencias de una sociedad desarticulada por una cadena de irresponsables, las terminan pagando siempre los inocentes.
(*) El autor es diplomático de carrera y miembro del Club Político Argentino y de la Fundación Alem.
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