El terreno de la narrativa del odio
La dirigencia política tiene una oportunidad histórica para depurar la narrativa del odio y devolver la garantía de la paz social.
El intento de asesinato a la vicepresidenta Cristina Kirchner es la síntesis de una idea política. Un caldo de cultivo cocinado a fuego lento con posverdad, odio y el ejercicio contínuo de la clase política de correr los límites. Lo hemos visto muchas veces, pero en los últimos años los discursos antidemocráticos disfrazados de libertad de expresión han ganado terreno.
La sociedad argentina no está enferma. Esa es una parte de la narrativa. Los argentinos han dado muestras de sobra de su capacidad de resiliencia y de los valores que defiende. La democracia, por más que algunos grupúsculos trasnochados se sientan cómodos para bastardearla, es el bien público más preciado por esta sociedad. Con la democracia todo, sin ella nada.
Siempre uno está tentado de parafrasear el tango Cambalache cuando dice que se «ha mezclado la vida», pero dejarlo en el aire es abonar el relativismo de que todo pasa y cualquier cosa puede hacerse y decirse, sin costo alguno.
La violencia política no es nueva en nuestro país, pero la historia nos obliga como miembros de esta sociedad a conocerla para no repetirla. Los argentinos tenemos una bandera irrenunciable que es el Nunca Más. De nuevo, correr los límites y relativizar todo conduce a expresiones fascistas que vienen rodando en todo el mundo. Todos queremos una sociedad mejor, más justa e inclusiva, pero el camino del odio hacia los otros no es el atajo.
Argentina no está enferma, como suele repetirse en charlas coloquiales, análisis periodisticos y discursos políticos. Pero sí está claro que hay intentos por enfermarla. La inoculación es el odio y la cura propuesta parece ser la violencia: así lo demostró el infantilismo declarativo de los políticos, en los últimos días.
El oficialismo nacional tiene su cuotaparte de responsabilidad desde la incapacidad de gobernar en unidad y la rutina del fuego amigo. Pero la oposición ha hecho la mayor contribución. El «ellos o nosotros», del diputado Ricardo López Murphy, fue una síntesis.
Es alentador ver, salvo excepciones, cómo el arco político por abrumadora mayoría se encolumnó bajo la condena al ataque que sufrió la vicepresidenta. Sería deseable que el oficialismo aprovechara la institucionalidad dominante para desempolvar los límites que la sociedad argentina no quiere repetir. La dirigencia política tiene una oportunidad histórica para depurar la narrativa del odio y devolver la garantía de la paz social.
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