El sistema político en los límites del bloqueo


El ataque a Cristina la ha devuelto al lugar de la víctima que le estaban arrebatando los jueces (y en una dimensión simbólica: su nombre equivale a la democracia misma).


Aún si hubiese sido perpetrado por un desquiciado, como una broma macabra, con un arma de juguete; el ataque a la vicepresidenta de la Nación debe ser repudiado y de hecho esa fue la reacción inmediata del arco político nacional.

Los detalles centrales de los hechos ocurridos frente al domicilio de Cristina Kirchner en la Recoleta todavía no han sido esclarecidos. La hipótesis predominante es que el ataque fue la acción solitaria del agresor.

Pero el impacto político es un fenómeno que nunca aguarda el fin de esos expedientes. El análisis debe emprender una lectura provisoria, encadenando las circunstancias previas y posteriores al hecho, interpretando la profundidad de la cisura que éste incorpora como novedad.

El sistema político argentino venía funcionando con signos claros de bloqueo por una imposibilidad simultánea: la de alcanzar acuerdos entre los actores relevantes y la de que alguno de ellos imponga a los restantes una hegemonía. Un empate táctico entre dos imposibles.

Ese esquema trabado puede constatarse al repasar las fricciones de carácter institucional que se sucedieron desde entonces. A modo de ejemplo: el naufragio del debate presupuestario en el Congreso; la retroactividad aplicada al Consejo de la Magistratura; las vacancias por resignación en la Corte Suprema de Justicia.

Buena parte de ese disfuncionamiento provenía de otro nudo irresuelto: la interna descarnada en el oficialismo, entre el Presidente y la vice, con un fiel de balanza insuficiente al mando de la Cámara de Diputados. Ese bloqueo interno crujió durante el acuerdo con el FMI y con la transición de Martín Guzmán a Sergio Massa en Economía. Por el momento parece haber concluido con el exilio interno y desdoroso del Presidente de la Nación.


No cabe descartar la posibilidad de un oficialismo asumiendo sin pruritos excesos antisistémicos y una oposición obligada a eludir con inteligencia estratégica ese desafío.


Pero fue el colapso de la estrategia judicial del oficialismo, sincerada por los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola, lo que puso en estado de máxima aceleración las tensiones para el intento de desempate hegemónico ahora en curso. El gobernador bonaerense, Axel Kicillof, expuso esa interpretación: el ataque a Cristina es un hecho inescindible de la escena judicial que la afecta.

Esta perspectiva es la que explica el salto argumental que protagoniza hoy, de manera unificada, el Gobierno: el ataque a Cristina la ha devuelto al lugar de la víctima que le estaban arrebatando los jueces (y en una dimensión simbólica todavía mayor: su nombre equivale a la democracia misma). Habiendo recuperado el oficialismo esa posición, el sistema debe reordenarse de inmediato desbloqueando el empate hegemónico en su favor. Aquello que no operaron los votos, lo acaba de facilitar el agresor.

Este desempate por coacción es el que están percibiendo como amenaza los opositores. Hay, además del intento de desbloqueo coactivo, un efecto sistémico adicional. El bicoalicionismo apenas estable que ratificaron las últimas elecciones venía desafiado por expresiones antisistémicas desde la ultraderecha emergente y la izquierda trepada al potro de la crisis social. El ataque a Cristina Kirchner es una cisura profunda en esa dinámica.

Una de las consecuencias posibles es el regreso a la polarización en los mismos términos que se presentó hasta las elecciones de 2019. Pero como en este caso el factor de ordenamiento es un hecho de agresión política, esa repolarización puede llegar recargada de tensiones más extremas.

Dicho en otros términos: el bicoalicionismo tironeado por los críticos de “la casta” a izquierda y derecha fomentaba, hasta el momento, una fragmentación que siempre tiende a darse en el espacio de centro, donde opera como tensor el atractivo de un sistema electoral con balotaje.

Pero cuando una disrupción violenta -un atentado- se ofrece como el reordenador de los ejes políticos en el contexto de una crisis económica grave, tampoco cabe descartar la posibilidad de un oficialismo asumiendo excesos antisistémicos y una oposición obligada a eludir con inteligencia estratégica ese desafío.


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