El ser humano y sus búsquedas


Las luces de estos últimos tiempos conviven con zonas de gran oscuridad de las que muchos anuncian que emergerán las aniquiladoras fuerzas del apocalipsis.
Los seres humanos tenemos, pues, motivos para la admiración y el orgullo pero también razones para el estupor y el desasosiego.
Porque en verdad, si maravillosos fueron, en avances científicos, en creaciones tecnológicas, estos últimos años, también fueron ciegas y segadoras las acciones del hombre en favor de su destino superior y trascendente, el único que puede brindarle paz y felicidad.
Es cierto que todos gozamos del privilegio de vivir en un mundo casi mágico creado por el ingenio humano.
Botones, esfuerzos mínimos, y las maravillas de la comunicación haciéndonos viajar a espacios infinitos.
Estamos ante lo increíble y más, mucho más, se espera aún.
Época de cambios, de movimientos vertiginosos, de imágenes en permanente mudanza fueron éstos a los que hemos ya asistido y que dan como resultado que todo un mundo aldeano , muy cercano en el tiempo- apenas décadas nomás- haya sido reemplazado hoy por las maravillosas conquistas de la técnica y de las ciencias que tanta más comodidad y bienestar procuran.
Asimismo en el ámbito de lo familiar y social fuimos testigos de pendulares cambios.
Desde un antes sobreprotegido por la calidez del hogar y la obediencia a estrictas reglas hemos pasado a una libertad que, en nombre de la autenticidad, se ha ido saliendo de madre y que ahora anda bastante descarriada e irresponsable.


Ahora, la intemperie



Tanto apretar botones, tanto avanzar en el espacio , tanto reemplazar la ilusión por la visión, tanto barrer techos y limitaciones, este final de siglo, de milenio, nos ha dejado a la intemperie.
El precio de este desamarrarse en aras de una libertad ilimitada y en medio de tantos logros materiales, de tanta cosa cuantificable, es este andar muy desorientados, insatisfechos, confundidos, angustiados, depresivos y solitarios.
El hombre, en sus afanes expansionistas, parece haber olvidado al hombre, a sí mismo en lo que es esencialmente, y al que está a su lado en cuanto es hombre. Es decir el ser humano parece desconocer la trascendente dimensión de su ser y confunde todo, aún a sí mismo con una cosa más que también se puede tener.
Como dolorosa consecuencia de esta actitud vital, el ser humano se ha transformado en juguete de las cosas que le ofrece el instante, ha detenido su atención en la inmediatez, perdiendo la visión de los horizontes del futuro, se ha dejado ganar por el hedonismo, el puro placer, y ha dejado a la deriva la conducción de su conducta.
Tiranizado, en fin, por las demandas de un materialismo exacerbado, ha procurado una sociedad dividida en dos desiguales grupos : los que tienen, los dueños, los poderosos, pequeña minoría, y los desposeídos , que se cuentan por millones.
En todos parece reinar una profunda angustia existencial. El inconformismo del sin sentido ha ganado el ánimo general.
En unos, los más, porque no tienen lo suficiente para vivir.
En otros, porque en medio de la sobreabundancia, en la cúspide de los logros materiales, se sienten vacíos y se desbarrancan hacia el abismo de la depresión y aún del suicidio. (Casos recientes que nos parecieron increíbles lo ilustran).


La trascendente dimensión de lo humano


Borges, parafraseando a grandes filósofos, habla de las tres dimensiones que los seres vivos ocupan en su despliegue vital. “ Los vegetales- dice- se proyectan en altitud, los animales, en extensión y los humanos en profundidad ”.
El hombre es un acaparador de tiempo, y su crecimiento y proyección suponen un derramarse a la dimensión de lo interno para, desde esa playa recóndita, personal y única, lanzarse hacia lo exterior, en el que se encontrará con su verdadera dimensión: un hoy vivido en estrecha relación con el pasado, que lo edifica, y el futuro, que lo proyecta.
Sólo vertebrado en su tiempo puede el hombre controlar sus impulsos, actuar con racionalidad, someter su conducta al timón que impone el rumbo hacia un objetivo existencial. Es decir vivir con dignidad.
En definitiva, ser hombre.
Y, mientras más profundo es, mientras más concentración le depare su autodescubrimiento y desarrollo, en tanto más busque y se distraiga en los laberintos de sus posibilidades internas, de su personal sentido vital, menos necesitará acaparar espacios físicos.
Porque es allí, en su propio interior, donde encontrará – como en los espejos borgianos- la revelación del valor de su ser, la fuerza de sus sentimientos, la adecuada catalización de sus sensaciones.
De alguna manera tiene esta concepción una intrincada relación con el principio latino que fue sustento de la grandeza de Roma : “ Nosce te ipsum”, ( conócete a ti mismo ), base de la educación y formación del joven y del ciudadano, que suponía la invitación a sumergirse en los abismos de la interioridad, bucear en esas profundidades, atender a sus llamados, determinar el sentido de la propia existencia, para, desde allí, iniciar el viaje, apasionante, del descubrimiento y conquista del mundo externo.
Muchos siglos viene recorriendo la especie hombre en su desarrollo.
La historia y sus ciencias auxiliares nos dan cuenta del laborioso y accidentado proceso que, desde que el primer hombre asumió la posición erecta, ha delineado.
Un camino de siglos y milenios se zigzaguea en búsquedas afanosas, en bruscos cambios de rumbo, en abismales caídas, en el éxtasis de algunas edades doradas.
Y tal como sucede en el orden de lo individual, el hombre genérico, al que la evolución desde su dimensión cósmica permite reproducirse y progresar, atraviesa las edades de su desarrollo dificultosa y lentamente.
De tal manera que, al trasponer los umbrales del tercer milenio de la era cristiana, podemos afirmar que el hombre, el “ nacido de la tierra para emerger y sobrevolarla” , no alcanza aún su desarrollo pleno.
No ha llegado la humanidad, a pesar de los milenios transcurridos, a la edad madura, a la plenitud de su ser.
Y si bien sobrevuela el cosmos físicamente, en su dimensión interna tiene mucho que hacer aún para despegar de ras del suelo al que se ha aficionado porque aún no se ha dedicado a explorar con decisión y paso firme el misterioso, intrincado y maravilloso cosmos de la vida interna.


La humanidad se ha desarrollado en extensión


Basta soltar la mirada a nuestro alrededor para que la admiración se adelante a proclamar las asombrosas creaciones del hombre.
La inteligencia superior con que ha sido dotado le ha permitido sobreponerse a la naturaleza y transformarse en el rey de la creación.
Desde su aparición sobre la tierra, siguiendo las líneas que le impone el progreso , y retroalimentado por la tradición, el hombre avanza conquistando espacios.
La humanidad se ha desarrollado en extensión.
Ya desde los albores – la historia lo certifica- pareció ser preocupación y esencia vital la exploración y conquista de territorios, la acumulación de propiedades, la suma de riquezas materiales.
Desde siempre hasta nuestros días.
Botines, ganancias y despojos han signado suertes y destinos, valorizando o desvalorizando una especie confundida.
De esa manera ha transformado sus escenarios vitales, en muestrarios de posesiones.
Y esa tendencia, agudizada en el recambio de los tiempos, ha dado en esta vidriera del siglo XX con que se espera ya el XXI.

* Educadora y escritora


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